Salmo 128 (127): Paz doméstica en el hogar del justo



Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.

Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien;
tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa:
ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.

Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida;
que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel!

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COMENTARIO BÍBLICO SAN JERÓNIMO:
144 Sal 128. Salmo sapiencial. Se compone de una fórmula de bienaventuranza (que continúa en segunda persona) y una bendición (1-4. 5-6). 1. El paralelismo explica qué es el temor del Señor: «ir por sus caminos»; este servicio práctico procura las recompensas prometidas en 2-4, donde se dibuja el cuadro ideal de la vida familiar: prosperidad y larga descendencia. La descripción de las
recompensas quiere ser una exhortación a temer al Señor.

5-6. Estos versículos presentan una bendición de Yahvé (¿pronunciada por un sacerdote?) que alude al fundamento de la felicidad judía: «la dicha de Jerusalén»; tras esta bendición asoma la idea de solidaridad del individuo con la comunidad.

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II. NUEVO COMENTARIO BÍBLICO SAN JERÓNIMO:
145 Sal 128. Salmo sapiencial y complemento de Sal 127, que comparte con él vocabulario común y temas sapienciales: la fórmula «dichoso» (127,5; 128,1-2), la bendición de hijos numerosos (127,3-5; 128,3.6), la «casa» (127,2; 128,3), las reflexiones sobre el esfuerzo humano (127,2; 128,2) y los símiles de ambos salmos (127,4; 128,3).
Entre los temas sapienciales de Sal 128 están el temor de Yahvé y su camino.
Estructura: vv. 1-3 (el temor de Yahvé y la recompensa de los hijos); vv. 4-6 (las bendiciones divinas que descienden sobre quien teme a Yahvé).
 2. El esfuerzo humano necesario para producir alimentos se ve en este texto de manera más positiva que en 127,2. En el salmo 127, el tema del trabajo queda introducido por «en vano», mientras que aquí está en marcado por «dichoso».  Cf. el paralelo de Sal 134,3. 6.
 ¡Paz a Israel!: Con esta bendición concluye también Sal 125. Para una oración final parecida, cf. Sal 29,11.


III. COMENTARIO BÍBLICO INTERNACIONAL:
Salmo 128: Este breve poema, que es una continuación sapiencial ideal del tema del salmo  precedente, vuelve a presentar la fecundidad y la serenidad familiar como signo de la bendición divina.
Por esta razón, Sal 128 se ha convertido en un clásico de la liturgia nupcial hebrea y
cristiana. En los vv. 1-3 nos encontramos con una bienaventuranza expresada mediante el simbolismo vegetal de la vid y del olivo. La vid representa a la esposa, madre fecunda, rodeada de los pimpollos de olivo que son sus hijos, repletos de savia como el árbol. En este cuadro de prosperidad y de paz está también presente el padre satisfecho de los frutos de su trabajo.

Al final, a la bienaventuranza sigue la bendición (vv. 4-6), que se ensancha hacia el futuro de la familia, pero también hacia el futuro de todo Israel, a quien se augura salôm, «paz», según el ya conocido juego verbal alusivo de los «cantos de las subidas» con Jerusalén, «ciudad de la paz».

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I. VISIÓN DE CONJUNTO
Este salmo, por su temática, es sapiencial como el anterior, que completa y corrige. Lo completa introduciendo a la esposa en la intimidad del hogar. Lo corrige, porque el trabajo ya no es «en vano» si lleva la bendición de Dios. De esa bendición, cercanía de Dios a quien le teme, proceden
la prosperidad y la dicha consiguiente.

Es decir, la bendición adquiere corporeidad en la mujer, madre de numerosos hijos, y en la mesa familiar (v. 3), así como en Sión-madre y en la comunidad de Jerusalén (v. 5). «Con pocas pero eficacísimas pinceladas se nos presenta el cuadro de la familia ideal: un hombre cansado de su trabajo pero satisfecho, una mujer cuyo calor llena la casa, una corona de hijos llenos de vida y de vigor en torno a la mesa» (Lancellotti, 845).

Añado: una metrópoli de la que procede la bendición, una comunidad que rebosa prosperidad, una vida prolongada hasta ver a los hijos de los hijos (v. 5). Esposa y metrópoli, hijos y comunidad, una longevidad cercana a la patriarcal son los contenidos básicos de la bendición y los signos de la dicha propia del que teme a Yahvé. El temor de Yahvé, como ya he indicado en otros momentos, no es sinónimo del terror ante un Dios lejano, poderoso e implacable, sino la actitud creyente del que es consciente de la justicia de Dios y de su paternidad. Comprende tanto la sumisión como el amor. La honra o la veneración es una buena traducción castellana del temor bíblico de Yahvé.

No es necesario recurrir a la exégesis alegórica en búsqueda del sentido religioso de este salmo, tan terrenal.
El amor humano -«el grandísimo y dulcísimo placer de tener aquí esposa e hijos», como escribe san Juan Crisóstomo, PG 57,428- es el punto de partida para captar el perfecto amor de Dios. Dos símbolos polivalentes aluden a la mujer: es viña y parra. La viña, por una parte, es el símbolo tradicional de Israel (véase Is 5,1-7; Sal 80,9-17); por otra, la viña del Cantar se refiere a la feminidad y a la embriaguez del amor entre el hombre y la mujer (1,4).

Como la viña frondosa y llena de racimos es signo de la vida (Nm 13,23), la mujer fecunda y rodeada de hijos es expresión de la felicidad y del bienestar (Ez 19,10-11).
También el olivo simboliza a Israel (Jr 11,16; Sal 52,10) e incluso a Yahvé (Os 14,7). El bienestar, la paz y la prosperidad (Gn 8,11; Sal 52,10; Si 24,14.17), así como la justicia y la sabiduría (Sal 92,13-15) tienen que ver con el olivo.

El poeta evoca el olivo para referirlo a una mujer rodeada de prole, tan necesaria en una sociedad agrícola.
Presentada la mujer mediante esas dos imágenes, el lector del poema puede dirigir su mirada hacia arriba y hacia abajo. Mirando hacia arriba, la mujer y los hijos, junto con el trabajo, colman el camino (la vida) del varón; es una vida dichosa (vv. 1-2).
Mirando hacia abajo, el trabajo, la mujer
fecunda y el bienestar son exponentes de la bendición de Yahvé (vv. 4-5).

Es tradicional dividir el salmo en dos partes homogéneas: una bienaventuranza (vv. 1-3) y una
bendición (vv. 4-6). La primera parte repite dos veces la proclamación de la dicha (vv. 1a.2b): la primera vez, en lenguaje indirecto (tercera persona); la segunda, en lenguaje directo (segunda persona). Lo mismo sucede en la segunda parte: repite el verbo «bendecir», en lenguaje
indirecto (vv. 4a) y directo (v. 5a). Los vv. 1 y 4 son declaraciones introductorias. El motivo de la dicha (v. 3) y el contenido de la bendición (vv. 5-6a) continúan con la segunda persona. Estas dos partes tienen algunos vocablos en común: el «bien» del trabajo (v. 2b) y el «bien» de Jerusalén (v. 5b); también «los hijos» están presentes en las dos partes (vv. 3b y 5c). En mi comentario me
atengo a esta división.

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II. COMENTARIO: 
Dichoso y bendito el que teme a Yahvé
El hombre proclamado dichoso y bendecido por Yahvé es el mismo: «el que teme a Yahvé», el hombre con sentido religioso que reconoce a Yahvé como su Dios. «El 'temor de Dios', en los tiempos que siguieron al destierro, no es un pálido concepto para expresar una conducta religiosa
convencional, sino que es expresión de una actitud existencial.

Quien teme a Yahvé reconoce a Dios como realidad viva a la que hay que temer. Esa persona somete
toda su vida a la obediencia y al servicio de la torah de Yahvé» (Kraus, II, 674-675).
2.1. Dichoso el que teme a Yahvé (vv. 1-3). Comienza este poema con una bienaventuranza, como ya hiciera el primer poema del salterio (Sal 1,1).

 La segunda parte del poema añadirá una bendición. La bienaventuranza se diferencia de la bendición, como la imprecación de la maldición. Bendición y maldición son palabras creadoras:
obran lo que ellas mismas expresan.
La imprecación, por su parte, sirve para traducir un deseo de infortunio.
 La bienaventuranza es una proclamación de la dicha ya adquirida, al mismo tiempo que es la expresión de un deseo de que esa dicha llegue un día a su plenitud. Israel, por ejemplo, es dichoso porque es el pueblo salvado por Yahvé (Dt 33,29).

El hombre proclamado dichoso en este salmo es el que teme a Yahvé, y además su «camino», su
conducta, se inspira en el temor del Señor. Religión y moral no son disociables.

Los vv. 2-3 comentan el contenido del enunciado del v.1. Éste propone una máxima genérica. Los dos versos que vienen a continuación aplican la enseñanza general al individuo concreto proclamado dichoso. El trabajo de este hombre no es penoso y prácticamente estéril, como el trabajo del pecador (Sal 127,2; Lv 26,16; Dt 28,30-35), sino que será coronado por el éxito, según la teología deuteronómica (Dt 28,11-14; Is 65,21-23).

La intimidad de la casa añade un nuevo motivo de dicha para el que teme a Yahvé. La intimidad casera está ocupada por la mujer atractiva, tierna y, sobre todo, fecunda.

La parra llena de racimos es un símbolo elocuente de la numerosa prole. Los hijos, que son una bendición de Dios (Sal 127,3), se reúnen en torno a la mesa. Si la mesa era una piel de animal extendida en el suelo, los hijos se parecen a ramos de olivo, cuyas ramas, debido al peso de su fruto, tocan el suelo. Es el preludio de una buena cosecha.

Algo así son los hijos, sanos y robustos: un seguro sólido para el hombre dichoso ya ahora.
El hombre que teme al Señor es dichoso en su trabajo, bendecido por Dios; dichoso por su mujer, con la que comparte la intimidad de la casa; dichoso también por todos sus hijos -numerosos y robustos, pomposos desde la juventud (Sal 144,12)-; dichoso porque puede mirar sin temor hacia el futuro. La bendición divina está en el origen de esta dicha.

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2.2. La bendición de Yahvé (vv. 4-6). En perfecto paralelismo con el primer cuadro del poema, el segundo comienza con una fórmula general en tercera persona: «con tales bienes será bendecido / el hombre que teme a Yahvé» (v. 4). Esta traducción supone un retoque del texto hebreo, pues se suprime sin razón alguna de las partículas con las que comienza. Es posible, sin embargo, que una de
las supuestas «partículas» sea un nombre divino: «el Fiel», y que la traducción pueda ser esta otra: «Así bendecirá el [Dios] fiel al hombre...». Es un título divino relacionado con la descendencia (véase Sal 110,7; 127,2; 2 S 7,12; Pr 13,21.). Del Dios fiel (recto y estable) procede el bienestar y
la descendencia.

 El v. 4, formalmente, parece una rúbrica introductoria de la bendición pronunciada, acaso por un
sacerdote, en los dos versos siguientes (vv. 5-6).
La bendición, teológica y constitutiva (véase Sal 20,3; Nm 6,24-27), procede de Sión, del Dios que habita en Sión, cuya presencia en el templo se expande por la tierra llevando consigo prosperidad y bienestar para los hijos de Israel. El primer contenido de la bendición divina es la
«prosperidad» (tob), anticipada en el v. 2 como causante de la dicha: «¡Dichoso tú, que todo te irá bien (tob)!».

Toda la vida del individuo, y también la de Jerusalén, está bajo el signo de la bendición; o la prosperidad de la ciudad, de Jerusalén, se expande entre todos los ciudadanos mientras
vivan (v. 5bc). El segundo contenido de la bendición se refiere a la fecundidad personal y familiar: «Corona de los ancianos son los nietos» (Pr 17,6; véase Gn 50,23; Jb 42,16). Conocer a los nietos es señal de longevidad. La bendición se mete por los ojos: es una experiencia biológica y exultante. El que es bendecido por Yahvé ve la prosperidad de Jerusalén y goza de ella; ve a los nietos y
encuentra en ellos su contento. El verbo «ver», en efecto, tiene una acepción psicológica equivalente a «gozar», «gustar» (Sal 37,34; 54,9; 106,5).

La paz finalmente, colocada al final del salmo como una coral litúrgica, es otra forma de bendición. «El v. 6b no es 'una fórmula patriótica para terminar el cántico' (como piensa Notscher), sino que
es un deseo de bendición para el pueblo escogido por Dios, un deseo en el que va incluida la dicha de cada individuo» (Kraus, II, 676).

La bendición es la respuesta divina al recto proceder del que teme a Yahvé.
El centro de esta breve canción de las subidas no es el hombre temeroso de Dios, sino Yahvé, morador de Sión:

«¡Bendígate Yahvé desde Sión!» (v. 5a). En forma alguna ha de considerarse la bendición una acción automática de «recibir retribución»; es un don gratuito de la bondad de Dios, presente en el pueblo elegido y cercano a cada uno de los hijos de este pueblo. La bendición divina, plasmada en el bienestar y en la fecundidad familiar, es el origen de la dicha. Dios está presente en estos dones. No es necesaria la exégesis alegórica para orar cristianamente con este salmo: por los dones de Dios llegamos al Dios de todo don.

III. ORACIÓN
«Concede, Señor, tu dicha eterna a los que temen tu nombre, para que nos comportemos y vivamos de este modo en el cielo el excelso mérito de las buenas obras.

Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén» (PL 142,475).



V. LA CASA DE LA BIBLIA:
SALMO 128 (127)
Que el Señor te bendiga desde Sión.
Salmo de peregrinación (véase Sal 120). Es un salmo sapiencial, estructurado en dos partes: bienaventuranza
(Sal 128,1-3) y bendición (Sal 128,4-6).
Parece continuación y conclusión lógica del salmo anterior (véase Sal 127). En él se decía que los esfuerzos humanos sin Dios son baldíos. Aquí se felicita al hombre que tiene en cuenta a Dios. Allí se prometía a los que así lo hicieran pan abundante -mientras duermen- e hijos numerosos -como herencia o salario-.

 En este salmo se proclama y se contempla la dicha del que, por haber actuado correctamente -honra al Señor y sigue sus caminos-, ha conseguido esas bendiciones divinas: trabajo fructífero y
sustento asegurado, prosperidad, esposa fecunda -viña fecunda y principal figura doméstica-, hijos numerosos como brotes de un olivo lozano... Es la felicidad total, en el trabajo y en la vida doméstica (véase Sal 112,1-3).

El salmo dibuja una escena deliciosa de comida familiar dentro de una cultura que ve las cosas desde una óptica fundamentalmente masculina: llega el padre al hogar satisfecho de su jornada y con el fruto de su trabajo en las manos; todos se sientan a la mesa, -padre, madre e hijos- y comparten alegres el pan, el cariño entrañable y la felicidad. Esa es la bendición que Dios derrama sobre los
que le honran (literalmente le “temen”).

Sigue una formula de bendición (véase Nm 6,23-27), en la que resultan curiosamente relacionadas las suertes del hombre que honra al Señor y de Sión/Jerusalén. Desde allí bendice Dios, porque allí están su morada y su trono (véase Sal 14,7; 20,12; 121,2; 134,3).

Que Dios bendiga a Jerusalén con la prosperidad (véase Sal 122,6-9) y que el bendecido la vea toda su vida. Que tenga una larga descendencia, y que viva lo suficiente para verla. Todos esos bienes están condensados en la “paz”, que el salmista, como el del Sal 125, termina deseando a todo el pueblo, a Israel.

Sión es prefiguración y anuncio de la nueva Jerusalén, la Iglesia. La imagen de felicidad y prosperidad doméstica que contiene el salmo es perfectamente aplicable a esta gran
familia de los hijos de Dios. Que Dios la bendiga a ella, madre fecunda, y a sus hijos, los fieles, y que, desde ella y por ella, bendiga a todas las familias de los pueblos.
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