Salmo 144 (143)-Oración por la victoria y la paz

Oración de un rey pidiendo la victoria

1Bendito el Señor, mi Roca,
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la pelea;

2mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y mi refugio,
que me somete los pueblos.

3Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?;
¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?
4El hombre es igual que un soplo;
sus días, una sombra que pasa.

5Señor, inclina tu cielo y desciende;
toca los montes, y echarán humo;
6fulmina el rayo y dispérsalos;
dispara tus saetas y desbarátalos.

7Extiende la mano desde arriba:
defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas,
de la mano de los extranjeros,
8cuya boca dice falsedades,
cuya diestra jura en falso.

9Dios mío, te cantaré un cántico nuevo,
tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
10para ti que das la victoria a los reyes,
y salvas a David, tu siervo.


El salmo contiene elementos de súplica y de acción de gracias, en singular y en plural. Una explicación probable es tomar el salmo como texto de una liturgia compuesta: el rey (v. 10) entona una acción de gracias al Dios de las batallas, y presenta una súplica para ser librado del enemigo (v. 11). El pueblo pide los bienes de la paz (v. 12ss).
VV. 1-2: Acción de gracias con títulos hímnicos, imitando 18,2-3. Los títulos divinos tienen carácter militar.
VV. 3-4: Versos de enlace en tono meditativo, preparando los versos siguientes.
VV. 5-6: La súplica pide la intervención de Dios en una teofanía,
como en la batalla de Josué o de Barac, como en el salmo 17 (18).
VV. 7-8: La figura del enemigo es genérica: en el contexto podría referirse a los extranjeros que violan los pactos, que juran alianzas en falso. Por lo tanto, rompen la paz pactada.
VV. 9-10: Seguro de la salvación, promete y entona ya el canto de acción de gracias: Dios ha defendido a la dinastía davídica; cada rey es un David y un siervo del Señor.
Para la reflexión del orante cristiano.- La Iglesia es el pueblo de la nueva alianza, y su rey es Cristo. Cristo es "hijo de Adán", y sus días mortales pasan; pero es rey glorificado, victorioso, que intercede por su pueblo y dirige la alabanza del pueblo al Padre. ¡Dichoso el pueblo que esto tiene! (v. 15). [L. Alonso Schökel]



Hoy tomamos en nuestros labios, como oración de la mañana, la plegaria de un antiguo rey de Israel que, antes de emprender la batalla, aclama a su Dios como su roca, su escudo y su refugio.

Con esta oración, empezamos hoy las luchas del nuevo día, seguros de que Dios adiestrará nuestras manos para el combate, nuestros dedos para la pelea. Y bendecimos a Dios porque, aunque el hombre es igual que un soplo, que una sombra que pasa, el Señor inclina su cielo y desciende, extiende la mano desde arriba y nos libra de las aguas caudalosas en las que a veces nos vemos sumergidos.

Oración I:
Señor, roca, escudo y refugio nuestro, tú, que das la victoria a los reyes y salvaste a David, tu siervo, extiende también la mano desde arriba y defiéndenos a nosotros de las aguas caudalosas; adiestra nuestras manos para el combate de este día y haz que podamos someter a nuestros enemigos y que, reportada la victoria, entonemos en tu honor un cántico nuevo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II:
Señor Dios victorioso, que, extendiendo la mano desde arriba, salvaste a Jesús, tu siervo, sé también escudo y refugio de tu Iglesia; defiéndela en los combates del mundo, líbrala de las aguas caudalosas del mal, que inundan la tierra, y haz que un día te pueda cantar un cántico nuevo, confesando que ha sido salvada, porque tú has inclinado tu cielo y te has fijado en ella. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. [Pedro Farnés]




Para el rezo cristiano
Introducción general

Se dice de este salmo que es "plagiado" y "compuesto". Hay cierta verdad en la afirmación, a condición de descubrir la función que tienen aquí las expresiones copiadas de otros salmos, y la unidad que se les da. El salmo 143 es una súplica que sigue el siguiente proceso: celebración de los títulos divinos de protección, procedentes del campo bélico (vv. 1-2). A ella se contrapone una reflexión sobre la caducidad del hombre (vv. 3-4), cuya finalidad es persuadir para que el hombre sea socorrido. Los versículos siguientes (vv. 5-8) describen el socorro que proporciona el Dios guerrero. Finaliza esta primera parte del salmo con una nueva celebración de Dios que da la victoria a los reyes, ejemplificada en David, símbolo de la protección divina (vv. 9-10).

Para el rezo comunitario, las diversas partes que forman esta súplica pueden diferenciarse en la salmodia:

Asamblea, Títulos hímnicos: "Bendito el Señor... me somete los pueblos" (vv. 1-2).

Presidente, Reflexión sobre el hombre: "Señor, ¿qué es el hombre... una sombra que pasa" (vv. 3-4).

Salmista, Súplica: "Señor, inclina tu cielo... cuya diestra jura en falso" (vv. 5-8).

Asamblea, Cántico de acción de gracias: "Dios mío, te cantaré... a David tu siervo" (vv. 9-10).

La roca era Cristo

El hueco de la roca ofrece abrigo y salvación. Decir de Dios que es alcázar, baluarte, escudo y refugio (v. 3) es proclamarle salvador. A la vez, si la roca -que de suyo es símbolo de esterilidad- cae bajo la mano de Dios, puede convertirse en manantial de agua y llegar a ser fértil como el mejor campo. Cristo personifica la solidez de la roca salvadora. De Él brota el agua nueva del Espíritu. Cristo es la roca sobre la que se levanta la nueva y sólida construcción. El que escucha su palabra y la cumple edifica sobre esta Roca salvadora. Aquí se saciará del agua que salta hasta la vida eterna. Bendito sea Cristo nuestra Roca, el baluarte donde estamos a salvo.

El hombre es una sombra de eternidad

Ante la Roca consistente que es Dios, el hombre se define como caduco, efímero: es un soplo, una sombra que pasa. Sin embargo, esta existencia frágil que es el hombre encierra una pregunta permanente: ¿Qué es él hombre? (v. 3). Si Dios se ha fijado en el hombre, si tanto le mira y pone en él su corazón, no puede ser un sueño. Cristo nos proporciona la respuesta adecuada. Él es el hombre hasta las últimas consecuencias. Hecho inferior a los ángeles hasta el punto de gustar la muerte. Ya resucitado, es el Primogénito entre muchos hermanos. El hombre, portador de la mirada de Dios, es sombra de eternidad proyectada en nuestro suelo. Nuestros días mortales pasan. Dios nos tiene reservada una corona de inmortalidad, ya que su Hijo gustó la muerte para bien de todos. Sepamos respetar la pequeña-gran figura del hombre.

También a vosotros os perseguirán

Los epítetos guerreros de Dios y la confesión de la debilidad humana tienen la finalidad concreta de conmover a Dios. Debe actuar, y de una forma urgente, porque su protegido está en peligro. Llegará esa protección. Antes es necesario que el peligro llegue al sarcasmo burlesco de decir: "Ha puesto su confianza en Dios; que lo salve ahora, si es que de verdad le quiere, ya que dijo: 'Soy Hijo de Dios'" (Mt 27,43). Jesús, después de confesar su abandono, dando un fuerte grito expiró. Pero el Dios guerrero no ha sido vencido. Al alborear el primer día de la semana, el fulgor divino aterroriza a los guardias y anuncia: "Ha resucitado de entre los muertos". Continuarán las persecuciones. Pero ahora sí que sabemos que Dios continúa extendiendo su mano desde arriba.

Resonancias en la vida religiosa

Ante Dios que nos adiestra para el combate: Participamos en la única misión de la Iglesia como comunidad carismática; sacados del mundo debemos estar y realizar nuestra misión en un mundo hostil. Como Jesús, nuestra vida y seguridad peligran; como Jesús, debemos encontrar en el Padre nuestro hogar, nuestro refugio donde ponernos a salvo. Dios Padre nos adiestra para el combate, nos comunica la fuerza de su Espíritu para llevar adelante la misión.

Sólo en la presencia de Dios lograremos la consistencia y la energía para ejercer la misión. No podemos confiar excesivamente en nuestro ser humano. ¿Qué es el hombre? Somos como un soplo, como una sombra que pasa. Pero con la mano del Señor podremos llevar adelante la misión victoriosa que nos ha confiado y reconocerla cantando un cántico nuevo.

Dios mismo nos va conformando progresivamente según la imagen de su Hijo, el Hombre, que venció a la muerte y al mundo.

Oraciones sálmicas

Oración I: 
Bendito seas, Señor, nuestra Roca; sobre ti estamos construidos como un alcázar, un baluarte, un refugio; Tú eres la Roca consistente de la que mana el agua de la Vida; edifícanos sobre ti, concede consistencia a nuestra fe, sácianos del Agua del Espíritu para que nuestra vida sea fecunda. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: 
Tú nos has revelado, Padre, qué es el hombre, al enviar a tu Hijo a nuestra tierra para ser hombre; Tú has; exaltado nuestra existencia frágil y has querido dialogar con nuestra pobreza; inclina tu cielo y no olvides nunca la obra de tus manos. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III:
Señor, Tú has manifestado tu rostro en Cristo, tu Hijo, quien al resucitar del sepulcro aterrorizó a los guardias y liberó a la humanidad de las aguas caudalosas de la muerte; acoge nuestro cántico nuevo de agradecimiento. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén. [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]


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Comentario exeg�tico
[La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de Himno para la guerra y la victoria. Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Acción de gracias por la victoria.--

La primera parte del salmo es la súplica de un rey que se halla en situación angustiosa como consecuencia de los ataques de pueblos enemigos que violaron la paz de Israel (vv. 1-11). En la formación de esta primera parte intervienen textos de los salmos 17, 8, 38, 103, 32.

Los vv. 1-2 ensalzan a Yahvé como protector del rey en sus empresas bélicas.

En los vv. 3-4 se trata de la Providencia divina en general sobre el hombre, que en su pequeñez es digno de la atención de Yahvé.

A continuación, el salmista describe la manifestación de su Dios en las tormentas, fulgurando rayos y relámpagos. Apela al poder divino para que le libre de sus enemigos exteriores, que caen en tromba sobre él como muchedumbre de aguas diluviales. Sus enemigos traman engañosamente perderle, haciendo juramentos falsos.

Yahvé siempre se ha mostrado propicio a su pueblo, defendiendo a sus reyes, como lo hizo con su siervo David, el rey ideal de Israel.-- Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]


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Catequesis de Juan Pablo II
1. Acabamos de escuchar la primera parte del salmo 143. Tiene las características de un himno real, entretejido con otros textos bíblicos, para dar vida a una nueva composición de oración (cf. Sal 8,5; 17,8-15; 32,2-3; 38,6-7). Quien habla, en primera persona, es el mismo rey davídico, que reconoce el origen divino de sus éxitos.

El Señor es presentado con imágenes marciales, según la antigua tradición simbólica. En efecto, aparece como un instructor militar (cf. Sal 143,1), un alcázar inexpugnable, un escudo protector, un triunfador (cf. v. 2). De esta forma, se quiere exaltar la personalidad de Dios, que se compromete contra el mal de la historia: no es un poder oscuro o una especie de hado, ni un soberano impasible e indiferente respecto de las vicisitudes humanas. Las citas y el tono de esta celebración divina guardan relación con el himno de David que se conserva en el salmo 17 y en el capítulo 22 del segundo libro de Samuel.

2. Frente al poder divino, el rey judío se reconoce frágil y débil, como lo son todas las criaturas humanas. Para expresar esta sensación, el orante real recurre a dos frases presentes en los salmos 8 y 38, y las une, confiriéndoles una eficacia nueva y más intensa: "Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?, ¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos? El hombre es igual que un soplo; sus días, una sombra que pasa" (vv. 3-4). Aquí resalta la firme convicción de que nosotros somos inconsistentes, semejantes a un soplo de viento, si no nos conserva en la vida el Creador, el cual, como dice Job, "tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre" (Jb 12,10).

Sólo con el apoyo de Dios podemos superar los peligros y las dificultades que encontramos diariamente en nuestra vida. Sólo contando con la ayuda del cielo podremos esforzarnos por caminar, como el antiguo rey de Israel, hacia la liberación de toda opresión.

3. La intervención divina se describe con las tradicionales imágenes cósmicas e históricas, con el fin de ilustrar el señorío divino sobre el universo y sobre las vicisitudes humanas: los montes, que echan humo en repentinas erupciones volcánicas (cf. Sal 143,5); los rayos, que parecen saetas lanzadas por el Señor y dispuestas a destruir el mal (cf. v. 6); y, por último, las "aguas caudalosas", que, en el lenguaje bíblico, son símbolo del caos, del mal y de la nada, en una palabra, de las presencias negativas dentro de la historia (cf. v. 7). A estas imágenes cósmicas se añaden otras de índole histórica: son "los enemigos" (cf. v. 6), los "extranjeros" (cf. v. 7), los que dicen falsedades y los que juran en falso, es decir, los idólatras (cf. v. 8).

Se trata de un modo muy concreto, típicamente oriental, de representar la maldad, las perversiones, la opresión y la injusticia: realidades tremendas de las que el Señor nos libra, mientras vivimos en el mundo.

4. El salmo 143, que la Liturgia de las Horas nos propone, concluye con un breve himno de acción de gracias (cf. vv. 9-10). Brota de la certeza de que Dios no nos abandonará en la lucha contra el mal. Por eso, el orante entona una melodía acompañándola con su arpa de diez cuerdas, seguro de que el Señor"da la victoria a los reyes y salva a David, su siervo" (cf. vv. 9-10).

La palabra "consagrado" en hebreo es "Mesías". Por eso, nos hallamos en presencia de un salmo real, que se transforma, ya en el uso litúrgico del antiguo Israel, en un canto mesiánico. Los cristianos lo repetimos teniendo la mirada fija en Cristo, que nos libra de todo mal y nos sostiene en la lucha contra las fuerzas ocultas del mal. En efecto, "nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas" (Ef 6,12).

5. Concluyamos, entonces, con una consideración que nos sugiere san Juan Casiano, monje de los siglos IV-V, que vivió en la Galia. En su obra La encarnación del Señor, tomando como punto de partida el versículo 5 de nuestro salmo -"Señor, inclina tu cielo y desciende"-, ve en estas palabras la espera del ingreso de Cristo en el mundo.

Y prosigue así: "El salmista suplicaba que (...) el Señor se manifestara en la carne, que apareciera visiblemente en el mundo, que fuera elevado visiblemente a la gloria (cf. 1 Tm 3,16) y, finalmente, que los santos pudieran ver, con los ojos del cuerpo, todo lo que habían previsto en el espíritu" (L'Incarnazione del Signore, V, 13, Roma 1991, pp. 208-209). Precisamente esto es lo que todo bautizado testimonia con la alegría de la fe. [Audiencia general del Miércoles 21 de mayo de 2003]