Salmo 141 (140): Oración ante el peligro



Oración ante el peligro

1Señor, te estoy llamando, ven de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
2Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

3Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
un centinela a la puerta de mis labios;
4no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos;
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

5Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.

6Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
7como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

8Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
9guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

[10Caigan los impíos en sus propias redes,
mientras yo escapo libre.]


Lamentación individual: el peligro no es sólo las insidias de los malhechores, sino la tentación viva que su conducta es para el justo.

VV. 1-2: Invocación inicial. El rito del incienso simboliza y expresa la oración de los fieles: aquí se vuelve la imagen en dirección opuesta: como el incienso asciende durante la ofrenda de la tarde, y Dios lo recibe complacido, así sea recibida mi súplica. A las palabras de la súplica acompaña el gesto orante de las manos alzadas.

VV. 3-4: Las palabras y acciones de los malvados son una tentación: la boca y el corazón se van tras ella. Dios cumplirá la salvación poniendo un centinela en esa puerta extraña, por donde el mal entra cuando sale: lo que sale de esa puerta "mancha al hombre", dijo Jesús. Además, Dios sostiene el corazón, contrarrestando el peso de la inclinación mala, de esa temible fuerza de gravedad hacia el mal.

V. 5: El texto de este verso está mal conservado: la traducción es conjetural. Más vale la represión y aun la herida que nos produce el justo, que los banquetes y el perfume de los malvados. El ungüento de los malvados se opone al incienso que Dios acepta.

VV. 6-7: La traducción de estos versos es conjetura, y su sentido es enigmático. Parecen enunciar el castigo de los malvados, como un motivo fuerte que contrarresta la tentación; o el sufrimiento de los justos.

VV. 8-10: Súplica final doble: que el Señor guarde al justo; que su propia maldad se vuelva contra los malvados.

Para la reflexión del orante cristiano.- En el Padrenuestro pedimos también "no nos dejes caer en la tentación", es decir, "haz que no caigamos". El mayor mal que el Maligno nos puede hacer es ganarnos para el mal, aprovechar nuestra inclinación para tirar de ella. Este es "el mal" de que pedimos ser librados. Y para ello aceptamos la corrección y el escarmiento.

[L. Alonso Schökel]
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He aquí las tres partes del salmo 140: a) oración deprecativa, vv. 1-4; b) meditación sapiencial, vv. 5-7; c) oración deprecativa y de confianza, vv. 8-10.

VV. 1-4: Las fórmulas deprecativas son las usuales, después de la invocación de Yahvé. En cambio, es única en el Salterio la comparación levítica de la oración y su gesto de alzar las manos con el incienso. Este se dice a veces de las víctimas quemadas en el altar de los sacrificios; pero comúnmente alude al timiama quemado en olor de suavidad sobre el altar áureo del santo, a la entrada del santísimo. Allí lo ofrecía solemnemente un sacerdote dos veces al día, mañana y tarde, antes del sacrificio cruento del altar de los holocaustos situado en el atrio. Este incienso era el que simbolizaba las oraciones de Israel (Ap 8,3s). En vez de "subir", dice preséntese, como se presentaban en los altares las ofrendas del culto. El sacrificio vespertino era el más frecuentado.

Las peticiones de carácter general de los vv. 1-2 se concretizan en los vv. 3-4, implorando ayuda para no pecar de palabra, de deseo o de obra, arrastrado por la tentación de los impíos. El pecado temido se va perfilando con gravedad creciente desde la maledicencia o exasperación ante la mera presencia del malvado, a través del deseo del mal (palabra o cosa mala), hasta los hechos malvados o delictivos del ateo o de los insensatos, de tomar parte en su impiedad e idolatría. Este contexto ilumina la última expresión: no participar en sus banquetes o sacrificios idolátricos.

VV. 5-7: La oración se interrumpe con esta meditación de fondo sapiencial, la cual se reduce a consideraciones, deseos y resoluciones en la misma línea de las peticiones precedentes. El texto es muy inseguro y constituye uno de los nudos, el más largo, del Salterio. Las correcciones del justo, por duras que parezcan, proceden siempre de su bondad; al contrario de los banquetes del malvado, precedidos de la unción de los cabellos.

VV. 8-10: Oración final doble. El justo, con expresiones de confianza: mis ojos están vueltos a ti, pide para sí protección y defensa contra los lazos y trampas de los inicuos; mientras solicita para los malvados caigan en las redes que para él tendieron.
[R. Arconada, en La Sagrada Escritura. Texto y comentario, de la BAC]
Los versículos entre [] no se leen en la liturgia

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Tradicionalmente el salmo 140 es por antonomasia el salmo de la oración vespertina a causa de la expresión suba el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde. Pero hay un motivo más profundo que la simple cita literal de la tarde para hacer de este salmo la oración del fin de la jornada: nuestro texto es la oración de un hombre que, tentado en su fidelidad a Dios, quiere mantenerse firme, pero teme ante las acechanzas del tentador: No dejes, Señor, inclinarse mi corazón a la maldad, guárdame del lazo que me han tendido.
El fin de la jornada es un momento especialmente indicado para hacer la síntesis del día y para ver hasta qué punto también nosotros, como el salmista, estamos rodeados de continuas tentaciones que ponen en peligro nuestra fidelidad. Como el autor de nuestro salmo, somos unos pobres perseguidos por el tentador; como nos recomendó ya el Señor, nos es necesario "velar y orar para no caer en la tentación" (Mt 26,41), pues nuestro enemigo, el diablo, constantemente nos incita a la infidelidad: No nos dejes, Señor, caer en la tentación, en ti nos refugiamos, no nos dejes indefensos.

Oración I: 
En esta hora de la ofrenda de la tarde, Señor, alzamos hacia ti nuestras manos; escucha nuestra voz, ya que en ti nos refugiamos, y no nos dejes indefensos frente a la tentación y a la seducción de los hombres malvados. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: 
Nuestros ojos están vueltos hacia ti, Señor; guárdanos de los lazos que nos han tendido, no nos dejes caer en la tentación y haznos participar en la victoria pascual de tu Hijo; que podamos contemplar cómo nuestro enemigo, el diablo, ha caído despeñado y sus tentaciones, como una piedra de molino rota por tierra, han quedado desvanecidas. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[Pedro Farnés]


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1. ORACIÓN DE LA TARDE

«Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde».

Va oscureciendo, Señor. Ha pasado el día con su cortejo de actividades y reuniones, gente y trabajo, hablar y escuchar, libros y papeles, decisiones y dudas. Ni siquiera sé bien lo que he hecho o lo que he dicho, pero el día toca a su fm y quiero ofrecértelo, Señor, tal como ha sido, antes de cerrar la cuenta y pasar página.

Acepta este día como varilla de incienso que se ha quemado hora a hora en tu presencia, dejando en las cenizas del pasado la fragancia del presente. Acéptalo como mis manos alzadas hacia ti, símbolo e instrumento de mis acciones diarias para vivir mi vida y establecer tu Reino. Acéptalo como ofrenda de la tarde, sacrificio vespertino que celebra en el altar del tiempo la liturgia de la eternidad. Acéptalo como oración que resume mi fe, mi entrega, mi vida. Acepta al final del día el humilde homenaje de mi existir humano.

No trato de justificar mis acciones, defender mis decisiones o excusar mis fallos. Sencillamente, presento ante ti el día de hoy tal y como ha sido, como yo lo he vivido y como tú lo has visto. Recógelo con tu mirada y archívalo en los pliegues de tu misericordia. Su recuerdo queda a salvo en tu eternidad, y yo puedo desprenderme de él con alegre confianza. Aligera mis hombros de la carga de este día, para que no oprima mi memoria o hiera mi pensamiento. Limpia mi mente de todo disgusto y toda pena, y que no quede resto ni basura que enturbie mi conciencia. Que arda mi día como ha ardido la varilla de incienso que se deshace en perfume, se desvanece en la nada y llena todo el espacio alrededor con el gesto evasivo de su presencia invisible: y que no deje así residuo alguno de remordimiento, preocupación, ansiedad o culpa en mi alma abierta al cielo.

Acepta, Señor, mi sacrificio vespertino. Haz que cicatricen mis recuerdos y se cierre mi pasado, para que yo pueda vivir el presente con la plenitud de tu gracia.

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 258


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Juan Pablo II: «Oración en el peligro»

Comenta el Salmo 140 presentado por la Liturgia de las Vísperas

CIUDAD DEL VATICANO, 5 noviembre 2003 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el Salmo 140, 1-9, «Oración en el peligro», que presenta la Liturgia de las Vísperas.



Señor, te estoy llamando, ven de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
un centinela a la puerta de mis labios;
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos;
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.

Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.


1. En las catequesis precedentes, hemos hecho un repaso de la estructura y del valor de la Liturgia de las Vísperas, la gran oración eclesial del anochecer. Ahora nos adentramos en su interior. Será como peregrinar por esa especie de «tierra santa» que constituyen los Salmos y los Cánticos. Nos detendremos cada vez ante cada una de las oraciones poéticas, que Dios ha sellado con su inspiración.
El mismo Señor desea que se le dirijan estas invocaciones. Le gusta escucharlas, sintiendo vibrar en ellas el corazón de sus hijos amados.

Comenzaremos con el Salmo 140, con el que comienzan las Vísperas del domingo de la primera de las cuatro semanas con las que, tras el Concilio, ha quedado articulada la oración del anochecer de la Iglesia.

2. «Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde». El versículo 2 de este Salmo puede considerarse como el signo distintivo de todo el canto y la justificación evidente del motivo por el que ha sido colocado dentro de la Liturgia de las Vísperas. La idea expresada refleja el espíritu de la teología profética que une íntimamente el culto con la vida, la oración con la existencia.

La misma oración, hecha con corazón puro y sincero, se convierte en un sacrificio ofrecido a Dios. Todo el ser de la persona que reza se convierte en un acto de sacrificio, anticipándose a lo que sugerirá san Pablo, cuando invitará a los cristianos a ofrecer sus cuerpos como sacrificio viviente, santo, grato a Dios: este es el sacrificio espiritual que él acepta (Cf. Romanos 12, 1).

Las manos alzadas en la oración son un puente de comunicación con Dios, como el humo que se eleva de la víctima con su olor suave durante el rito de sacrificio vespertino.

3. El Salmo continúa con el tono de una súplica, que nos ha llegado a través de un texto que en su original hebreo presenta muchas dificultades y obscuridades interpretativas (sobre todo en los versículos 4 a 7).

De todos modos, es posible identificar su sentido general y transformarlo en meditación y oración. Ante todo, el orante pide al Señor que impida que sus labios (Cf. versículo 3) y los sentimientos de su corazón sean atraídos e inducidos «a cometer crímenes y delitos» (Cf. versículo 4). Palabras y obras son, de hecho, la expresión de la opción moral de la persona. Es fácil que el mal ejerza una atracción tal que lleve incluso al fiel a participar «en banquetes» que ofrecen los pecadores, sentándose en su mesa, es decir, participando en sus acciones perversas.

De este modo, el Salmo adquiere por así decir el sabor de un examen de conciencia, al que le sigue el compromiso de escoger siempre los caminos de Dios.

4. Al llegar a este momento, el orante experimenta un vuelco que le hace pronunciar una apasionada declaración de rechazo de toda complicidad con el impío: no quiere ser de ningún modo huésped del impío ni permitir que el aceite perfumado reservado a los comensales de honor (Cf. Salmo 22, 5) testimonie su connivencia con quien hace el mal (Cf. Salmo 140, 5). Para expresar con mayor vehemencia su radical disociación del malvado, el salmista proclama después una condena indignada, expresada con el colorido recurso a imágenes de un juicio vehemente.

Se trata de una de las típicas imprecaciones del Salterio (Cf. Salmo 57 y 108), que tienen por objetivo afirmar de manera plástica e incluso pintoresca la hostilidad ante el mal, la opción por el bien y la certeza de que Dios interviene en la historia con su juicio de severa condena de la injusticia (Cf. versículos 6-7).

5. El Salmo concluye con una última invocación confiada (Cf. versículos 8-9): es un canto de fe, de gratitud y de alegría, en la certeza de que el fiel no quedará involucrado por el odio que sienten por él los perversos y de que no caerá en la trampa que le tienden, tras comprobar su decidida opción por el bien. De este modo, el justo podrá superar indemne todo engaño, como dice otro Salmo: «hemos salvado la vida, como un pájaro
de la trampa del cazador: la trampa se rompió, y escapamos» (Salmo 123, 7).

Concluyamos nuestra lectura del Salmo 140 regresando a la imagen del inicio, la de la oración del anochecer, sacrificio grato a Dios. Un gran maestro espiritual, que vivió entre el siglo IV y V, Juan Casiano --procedía de Oriente y transcurrió en Galia centro-oriental la última parte de su vida--, interpretaba estas palabras en clave cristológica: «En ellas, de hecho, se puede percibir de manera espiritual la alusión al sacrificio del anochecer, realizado por el Señor y Salvador durante su última cena, y entregado a los apóstoles, cuando sancionaba el inicio de los santos misterios de la Iglesia, o también (se puede percibir una alusión) a ese mismo sacrificio que él, al día siguiente, ofreció en la noche, al ofrecerse a sí mismo, elevando las propias manos, sacrificio que durará hasta el final de los siglos para la salvación de todo el mundo» («Las instituciones cenobíticas» --«Le istituzioni cenobitiche»--, Abadía de Praglia, Padua 1989, p. 92).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, tras leerse la síntesis de la audiencia que aquí presentamos, el Papa dirigió personalmente su saludo a los peregrinos de lengua castellana.]

Queridos hermanos y hermanas:
El salmista presenta la oración vespertina, con las manos levantadas, como un sacrificio ofrecido a Dios, y que abarca todo el ser de la persona. El culto y la vida, la oración y la existencia van unidas. Por eso continúa implorando al Señor que aparte de él toda maldad, toda complicidad con la iniquidad, para que su oración sea escuchada y su ofrenda aceptable.

Todo ello es como un preanuncio de la invitación que hace San Pablo a los cristianos, para que ofrezcan sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.