Y ahora bendecid al Señor,
los siervos del Señor,
los que pasáis la noche
en la casa del Señor.
Levantad las manos hacia el santuario
y bendecid al Señor.
El Señor te bendiga desde Sión,
el que hizo cielo y tierra.
Una exhortación a bendecir al Señor (vs. 1-2) y un augurio de bendición divina (v. 3), componen este breve Salmo, que es a la vez un himno y una plegaria.
La alusión a “las horas de la noche” (v. 1) deja entrever que el Salmo era cantado en una celebración nocturna.
Este salmo 133, es el último de los 15 Salmos de las Subidas o “Salmos de Peregrinación”.
Al caer la noche, después de la última “fiesta nocturna”, los peregrinos abandonarán Jerusalén. Han vivido días privilegiados en “La Casa” de Dios, el Templo. Al partir, con gran nostalgia, se despiden de los “servidores” de la “Casa” del Señor, los sacerdotes y levitas, personas que tienen la felicidad de quedarse, de “permanecer” en esta Casa y continuar “alabando” al Señor. ¡Felices los ministros que pasan la noche en el Templo montando guardia!
El perfecto “Servidor” de Dios es Jesús, pues El pasó noches enteras orando al Padre.
“Pasó toda la noche sobre la montaña, orando a Dios”. (Lucas 6,12 – Mateo 5,1 – Marcos 3,13).
Los peregrinos de Jerusalén invitaban a los sacerdotes a no cesar nunca en la alabanza. No sabían que una incesante oración perdura día y noche ante el Padre: Es Jesús, “siempre vivo para interceder en favor vuestro”. (Hebreos 7,25).
¡Vosotros todos, bendecid al Señor, decid gracias al Señor!
Los cristianos de hoy descubren la oración de “alabanza”, la oración “gratuita”.
Confesémoslo, nuestra oración espontánea es “Señor, danos…” más que “Bendito seas. Señor…”.
Con mayor frecuencia somos ante Dios “pedigüeños”, aceptemos, pues, la sugerencia de este salmo, que nos invita a “bendecir a Dios”, a agradecerle, a alzar las manos hacia El no solamente para recibir, sino para alabar, ofrecer, exultar… Como las manos que se tienden alegremente hacia “aquel que uno ama”, hacia “aquella que uno ama”…
Antonio García Polo