Acción de gracias en el templo
1Tenía fe, aun cuando dije:
"¡Qué desgraciado soy!"
2Yo decía en mi apuro:
"Los hombres son unos mentirosos".
3¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
4Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
5Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.
6Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
7Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.
8Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
9Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo;
10en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.
Si la primera parte del salmo 116 hebreo (nuestro salmo 114), recitada en el viernes, nos llevaba a la contemplación de la primera faceta del misterio pascual de Cristo, su muerte en la cruz, de la que manó la vida y la resurrección, esta segunda parte del mismo salmo (nuestro salmo 115), recitada al empezar el domingo, nos lleva a la contemplación de la segunda faceta del mismo misterio pascual, la vida que brota de la muerte. Sí, aunque el Señor permita los sufrimientos del justo -de Cristo y de todos los que como él padecen en este mundo-, estos dolores, incluso la misma muerte, no son unos sufrimientos definitivos ni una muerte para siempre. Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles, para permitir que sea definitiva.
"Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera" (Sb 1,13-14); por ello determinó que la muerte fuera destruida por la resurrección de su Hijo. Empecemos, pues, este domingo con este salmo de acción de gracias, y que este texto nos prepare ya para la gran eucaristía que, con todos los cristianos, celebraremos unidos al Señor en este domingo. Porque Dios "nos arrancó de la muerte" (Sal 114,8) rompiendo sus cadenas, ofreceremos un sacrificio de alabanza, en presencia de todo el pueblo.
Oración I:
Padre admirable, Dios nuestro, que, con la muerte y la resurrección de tu Hijo Jesucristo, nos has llenado de esperanza, haz que nuestra existencia sea una continua acción de gracias, para que todos los hombres puedan llegar a conocerte y glorificarte, hasta alcanzar la plenitud de tu amor y de tu vida. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II:
Te ofrecemos, Señor, nuestro sacrificio de alabanza, porque en la resurrección de tu Hijo nos has arrancado de la muerte y has roto sus cadenas; haz que, en este domingo, alcemos la copa de salvación, dándote gracias e invocando tu nombre en presencia de todo el pueblo y proclamando que tú eres el Dios de la vida y no te recreas en la destrucción de los vivientes; por ello mucho te costaría la muerte de tus fieles para dejarlos definitivamente en el sepulcro. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[Pedro Farnés]
El salmo 116 del original hebreo continúa aquí, y, de hecho, los temas de la acción de gracias continúan.
VV. 1-2. Representan el recuerdo de la situación desgraciada: al parecer, se trata de calumnias.
VV. 3-5. La acción de gracias incluye varios ritos: invocación del Señor para la alabanza, cumplimiento de los votos, testimonio público ante la asamblea; y un rito con una "copa de salvación", quizá para beber, quizá para hacer una libación.
VV. 6-7. Vuelve el tema de la liberación: la liberación puede ser imagen, pues va unida con la salvación en el peligro de muerte.
VV. 8-10. Repite el tema de la acción de gracias con sus ritos: el sacrificio -prometido en voto-, la invocación del nombre, el testimonio público.
Para la reflexión del orante cristiano.-
Nuestra liturgia eucarística ha recogido un par de versos de este salmo: en la Misa ofrecemos al Padre el sacrificio de su Hijo, es nuestra suprema acción de gracias que él acepta; es el cumplimiento de nuestros votos en presencia de toda la asamblea. Después participamos de ese "cáliz de salvación", invocando el nombre del Señor.
[L. Alonso Schökel]
El salmo 116 del texto hebreo [114 y 115 de la Vulgata y de la Liturgia de las Horas] es el cántico eucarístico de un incólume. Es individual, con promesa de sacrificio público en acción de gracias. Consta de dos partes homogéneas: A [114] y B [115], que tratan del amor a Dios y de la confianza en Dios respectivamente, divididas cada una en tres partes paralelas: a) expresión de amor o de fe; b) reflexión sapiencial; c) liberación celebrada.
VV. 1-5. Aquí recuerda el salmista el espíritu de fe y confianza en Dios, que jamás le abandonaron en su aflicción, y en su desengaño de los hombres. Sin duda, le faltó el apoyo de quien más lo esperaba. Una vez pasada la prueba, en señal de agradecimiento, proyecta un sacrificio ritual, indicado con un gesto y con la frase consagrada cultual. El gesto es alzar la copa de la salvación, sea para libar su contenido (Núm 15,5. 7. 10), sea para beber, como en el sacrificio pascual. Salvación (lit. salvaciones) es término técnico para designar las liberaciones precedentemente obtenidas y celebradas con sacrificios eucarísticos. La frase cultual: invocar el nombre de Yahvé, indica todo acto litúrgico. La acción de gracias incluía además el cumplimiento de los votos y el testimonio público ante el pueblo (v. 5). Pero algunos omiten este v. 5, pues se repite en v. 9.
VV. 6-7. El salmista, salvado del peligro, se cuenta entre los fieles, cuya muerte tanto cuesta al Señor. De modo brusco, en el v. 7, ora directamente a Yahvé en señal de gratitud, con una alusión evidente a la ley familiar antigua (cf. Gn 14,14; Ex 23,12; 21,2ss), porque le ha reservado la vida, rompiste mis cadenas, sin especificar su género.
VV. 8-10. Repite el propósito de las ofrendas rituales de acción de gracias con su sacrificio (Lev 7,11); invocación del nombre de Yahvé; cumplimiento de los votos hechos y testimonio ante el pueblo, en el lugar sagrado. No se podría decidir si esas ofrendas se prometen para un futuro próximo o se hacen inmediatamente antes del sacrificio eucarístico o acompañan a la oblación sacrificial que se está celebrando.
[Extraído de R. Arconada, en La Sagrada Escritura. Texto y comentario, de la BAC]
Para el rezo cristiano
Comentario exegético
Catequesis de Juan Pablo II
1. El salmo 115, con el que acabamos de orar, siempre se ha utilizado en la tradición cristiana, desde san Pablo, el cual, citando su inicio según la traducción griega de los Setenta, escribe así a los cristianos de Corinto: "Teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: "Creí, por eso hablé", también nosotros creemos, y por eso hablamos" (2 Co 4,13).
El Apóstol se siente espiritualmente de acuerdo con el salmista en la serena confianza y en el sincero testimonio, a pesar de los sufrimientos y las debilidades humanas. Escribiendo a los Romanos, san Pablo utilizará el versículo 2 del Salmo y presentará un contraste entre el Dios fiel y el hombre incoherente: "Dios es veraz y todo hombre mentiroso" (Rm 3,4).
La tradición cristiana ha leído, orado e interpretado el texto en diversos contextos y así se aprecia toda la riqueza y la profundidad de la palabra de Dios, que abre nuevas dimensiones y nuevas situaciones.
Al inicio se leyó sobre todo como un texto del martirio, pero luego, cuando la Iglesia alcanzó la paz, se transformó cada vez más en texto eucarístico, por la referencia al "cáliz de la salvación".
En realidad, Cristo es el primer mártir. Dio su vida en un contexto de odio y de falsedad, pero transformó esta pasión -y así también este contexto- en la Eucaristía: en una fiesta de acción de gracias. La Eucaristía es acción de gracias: "Alzaré el cáliz de la salvación".
2. El salmo 115, en el original hebreo, constituye una única composición con el salmo anterior, el 114. Ambos constituyen una acción de gracias unitaria, dirigida al Señor que libera de la pesadilla de la muerte, de los contextos de odio y mentira.
En nuestro texto aflora la memoria de un pasado angustioso: el orante ha mantenido en alto la antorcha de la fe, incluso cuando a sus labios asomaba la amargura de la desesperación y de la infelicidad (cf. Sal 115,1). En efecto, a su alrededor se elevaba una especie de cortina gélida de odio y engaño, porque el prójimo se manifestaba falso e infiel (cf. v. 2). Pero la súplica se transforma ahora en gratitud porque el Señor ha permanecido fiel en este contexto de infidelidad, ha sacado a su fiel del remolino oscuro de la mentira (cf. v. 3). Y así este salmo es siempre para nosotros un texto de esperanza, porque el Señor no nos abandona ni siquiera en las situaciones difíciles; por ello, debemos mantener elevada la antorcha de la fe.
Por eso, el orante se dispone a ofrecer un sacrificio de acción de gracias, durante el cual se beberá en el cáliz ritual, la copa de la libación sagrada, que es signo de gratitud por la liberación (cf. v. 4) y encuentra su realización plena en el cáliz del Señor. Así pues, la liturgia es la sede privilegiada para elevar la alabanza grata al Dios salvador.
3. En efecto, no sólo se alude al rito sacrificial, sino también, de forma explícita, a la asamblea de "todo el pueblo", en cuya presencia el orante cumple su voto y testimonia su fe (cf. v. 5). En esta circunstancia hará pública su acción de gracias, consciente de que, incluso cuando se cierne sobre él la muerte, el Señor lo acompaña con amor. Dios no es indiferente ante el drama de su criatura, sino que rompe sus cadenas (cf. v. 7).
El orante, salvado de la muerte, se siente "siervo" del Señor, "hijo de su esclava" (cf. v. 7), una hermosa expresión oriental para indicar a quien ha nacido en la misma casa del amo. El salmista profesa humildemente y con alegría su pertenencia a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a él en el amor y en la fidelidad.
4. El Salmo, reflejando las palabras del orante, concluye evocando de nuevo el rito de acción de gracias que se celebrará en el marco del templo (cf. vv. 8-10). Así su oración se situará en un ámbito comunitario. Se narra su historia personal para que sirva de estímulo a creer y amar al Señor. En el fondo, por tanto, podemos descubrir a todo el pueblo de Dios mientras da gracias al Señor de la vida, el cual no abandona al justo en el seno oscuro del dolor y de la muerte, sino que lo guía a la esperanza y a la vida.
5. Concluyamos nuestra reflexión con las palabras de san Basilio Magno, el cual, en la Homilía sobre el salmo 115, comenta así la pregunta y la respuesta recogidas en el Salmo: ""¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación". El salmista ha comprendido los numerosísimos dones recibidos de Dios: del no ser ha sido llevado al ser, ha sido plasmado de la tierra y dotado de razón...; luego ha conocido la economía de la salvación en favor del género humano, reconociendo que el Señor se ha entregado a sí mismo en redención en lugar de todos nosotros, y, buscando entre todas las cosas que le pertenecen, no sabe cuál don será digno del Señor. "¿Cómo pagaré al Señor?". No con sacrificios ni con holocaustos..., sino con toda mi vida. Por eso, dice: "Alzaré el cáliz de la salvación", llamando cáliz al sufrimiento en la lucha espiritual, al resistir al pecado hasta la muerte. Esto, por lo demás, es lo que nos enseñó nuestro Salvador en el Evangelio: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz"; y de nuevo a los discípulos, "¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?", significando claramente la muerte que aceptaba para la salvación del mundo" (PG XXX, 109), transformando así el mundo del pecado en un mundo redimido, en un mundo de acción de gracias por la vida que nos ha dado el Señor.
[Texto de la Audiencia general del Miércoles 25 de mayo de 2005]