El Señor ha escuchado mis lamentos:
1 Del maestro de coro. Para instrumentos de cuerda.
En octava. Salmo de David.
6:2 Señor, no me reprendas por tu enojo
ni me castigues por tu indignación.
6:3 Ten piedad de mí, porque me faltan las fuerzas;
sáname, porque mis huesos se estremecen.
6:4 Mi alma está atormentada,
y tú, Señor, ¿hasta cuándo...?
6:5 Vuélvete, Señor, rescata mi vida,
sálvame por tu misericordia,
6:6 porque en la Muerte nadie se acuerda de ti,
¿y quién podrá alabarte en el Abismo?
6:7 Estoy agotado de tanto gemir:
cada noche empapo mi lecho con llanto,
inundo de lágrimas mi cama.
6:8 Mis ojos están extenuados por el pesar
y envejecidos a causa de la opresión.
6:9 Apártense de mí todos los malvados,
porque el Señor ha oído mis sollozos.
6:10 El Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi plegaria.
6:11 ¡Que caiga sobre mis enemigos
la confusión y el terror,
y en un instante retrocedan avergonzados!
1 Del maestro de coro. Para instrumentos de cuerda.
En octava. Salmo de David.
6:2 Señor, no me reprendas por tu enojo
ni me castigues por tu indignación.
6:3 Ten piedad de mí, porque me faltan las fuerzas;
sáname, porque mis huesos se estremecen.
6:4 Mi alma está atormentada,
y tú, Señor, ¿hasta cuándo...?
6:5 Vuélvete, Señor, rescata mi vida,
sálvame por tu misericordia,
6:6 porque en la Muerte nadie se acuerda de ti,
¿y quién podrá alabarte en el Abismo?
6:7 Estoy agotado de tanto gemir:
cada noche empapo mi lecho con llanto,
inundo de lágrimas mi cama.
6:8 Mis ojos están extenuados por el pesar
y envejecidos a causa de la opresión.
6:9 Apártense de mí todos los malvados,
porque el Señor ha oído mis sollozos.
6:10 El Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi plegaria.
6:11 ¡Que caiga sobre mis enemigos
la confusión y el terror,
y en un instante retrocedan avergonzados!
Se trata de una súplica individual. Una persona está afrontando una situación
muy difícil y por eso clama pidiéndole a Dios que «no lo trate» con tanta
dureza (2), sino con misericordia, que lo cure (3), que se vuelva y lo salve
(5).
La situación de quien compuso este salmo es tan dramática que no es capaz
de exponer con serenidad lo que está pidiendo. El salmista mezcla la súplica
con la exposición de su caso sin un orden lógico. Por eso la organización
del texto resulta problemática. No obstante, podemos descubrir en él tres
partes (2; 3-8; 9-11). En la primera, la persona le pide a Dios una corrección
menos severa. En la segunda, salpicada de súplicas, tenemos la descripción
de lo que le está sucediendo al creador de esta oración. En la tercera,
aparecen los enemigos, lo que viene a demostrar que no se trata simplemente de un conflicto personal. Por el contrario, lo que le sucede a esta persona tiene repercusiones más amplias.
Este salmo describe la situación de un enfermo (3-8). Nos damos cuenta de
ello leyendo la petición del versículo 3: «Cúrame, Señor». La enfermedad
es grave y su vida corre peligro. De hecho habla de la muerte y del abismo
como posibilidades reales (6). Además, encontramos otros datos que
indican que se trata de una enfermedad: los huesos dislocados (3), el ser que
se estremece (4) y los ojos que se consumen de dolor (8). Se trata de una
enfermedad que causa fuertes dolores físicos. La mención de los huesos
dislocados nos lleva a pensar así, pues para el pueblo de Dios el dolor se
concentra en los huesos. El mismo salmista confiesa estar agotado de tanto
gemir (7).
Al margen del dolor físico, también resulta preocupante el estado de ánimo
de esta persona, es decir, sus dolores anímicos. Vive deprimida y su
depresión se manifiesta en el llanto nocturno, con el que riega su cama de
lágrimas (7).
Para algunos grupos de los tiempos bíblicos, la enfermedad era un castigo
de Dios a causa de los propios pecados. Parece que el salmista piensa de
esta manera, pues le pide a Dios que no lo reprenda con ira, que no lo
corrija con cólera (2). Podemos ver aquí la petición de una corrección más
blanda, de modo que Dios no se convierta para esta persona en un amo
cruel y despiadado... Además del dolor físico, esta persona carga sobre sí
con un pesado fardo teológico: el del Dios que castiga en el cuerpo el
pecado cometido por la persona, el dolor de una teología opresora...
En la tercera parte (9-11), aparecen los enemigos del enfermo. Éste los llama
«malhechores» y los expulsa de su presencia cubiertos de vergüenza. ¿Por
qué tenía enemigos esta persona enferma? ¿Qué le habrán dicho o hecho
estos «malhechores»? No es algo fácil de descubrir. Tenemos que
proceder por medio de hipótesis considerando otros textos, como el Libro
de Job o el salmo 30. Los enemigos de este enfermo podrían ser personas
que, lejos de manifestar solidaridad, le imponían, por el contrario, un fardo
más pesado al sospechar que, si esta persona padece una enfermedad
mortal es porque su falta ha tenido que ser muy grave. Sí, porque, de
acuerdo con la teología de la retribución, Dios pagaba con la misma medida
el pecado cometido... Los enemigos del enfermo estarían entre los
defensores de esta teología. Y si la falta ha sido tan grave, ¿por qué ahora
iba a tener Dios que escuchar las súplicas de este pecador?
Otra posibilidad es ésta: los enemigos son personas que no creen en Dios y
que afirman que no existe o, en el caso de que exista, poco le importa el ser
humano. Viendo sufrir y suplicar al enfermo, dicen: «Dios no se fija en el
sufrimiento de las personas. No escucha los ruegos de los enfermos». Si
Dios no escucha las súplicas de los enfermos, entonces los enemigos
pueden celebrar la muerte de Dios o su inexistencia. La situación del
enfermo, por tanto, es grave: todo su cuerpo está invadido por el dolor,
pero no menos fuerte es el dolor de su alma (está «desanimado»); además,
se ve rodeado por enemigos que querrían verlo muerto. La pregunta: «Y tú,
Señor, ¿hasta cuándo? » (4) es muy seria.
ello leyendo la petición del versículo 3: «Cúrame, Señor». La enfermedad
es grave y su vida corre peligro. De hecho habla de la muerte y del abismo
como posibilidades reales (6). Además, encontramos otros datos que
indican que se trata de una enfermedad: los huesos dislocados (3), el ser que
se estremece (4) y los ojos que se consumen de dolor (8). Se trata de una
enfermedad que causa fuertes dolores físicos. La mención de los huesos
dislocados nos lleva a pensar así, pues para el pueblo de Dios el dolor se
concentra en los huesos. El mismo salmista confiesa estar agotado de tanto
gemir (7).
Al margen del dolor físico, también resulta preocupante el estado de ánimo
de esta persona, es decir, sus dolores anímicos. Vive deprimida y su
depresión se manifiesta en el llanto nocturno, con el que riega su cama de
lágrimas (7).
Para algunos grupos de los tiempos bíblicos, la enfermedad era un castigo
de Dios a causa de los propios pecados. Parece que el salmista piensa de
esta manera, pues le pide a Dios que no lo reprenda con ira, que no lo
corrija con cólera (2). Podemos ver aquí la petición de una corrección más
blanda, de modo que Dios no se convierta para esta persona en un amo
cruel y despiadado... Además del dolor físico, esta persona carga sobre sí
con un pesado fardo teológico: el del Dios que castiga en el cuerpo el
pecado cometido por la persona, el dolor de una teología opresora...
En la tercera parte (9-11), aparecen los enemigos del enfermo. Éste los llama
«malhechores» y los expulsa de su presencia cubiertos de vergüenza. ¿Por
qué tenía enemigos esta persona enferma? ¿Qué le habrán dicho o hecho
estos «malhechores»? No es algo fácil de descubrir. Tenemos que
proceder por medio de hipótesis considerando otros textos, como el Libro
de Job o el salmo 30. Los enemigos de este enfermo podrían ser personas
que, lejos de manifestar solidaridad, le imponían, por el contrario, un fardo
más pesado al sospechar que, si esta persona padece una enfermedad
mortal es porque su falta ha tenido que ser muy grave. Sí, porque, de
acuerdo con la teología de la retribución, Dios pagaba con la misma medida
el pecado cometido... Los enemigos del enfermo estarían entre los
defensores de esta teología. Y si la falta ha sido tan grave, ¿por qué ahora
iba a tener Dios que escuchar las súplicas de este pecador?
Otra posibilidad es ésta: los enemigos son personas que no creen en Dios y
que afirman que no existe o, en el caso de que exista, poco le importa el ser
humano. Viendo sufrir y suplicar al enfermo, dicen: «Dios no se fija en el
sufrimiento de las personas. No escucha los ruegos de los enfermos». Si
Dios no escucha las súplicas de los enfermos, entonces los enemigos
pueden celebrar la muerte de Dios o su inexistencia. La situación del
enfermo, por tanto, es grave: todo su cuerpo está invadido por el dolor,
pero no menos fuerte es el dolor de su alma (está «desanimado»); además,
se ve rodeado por enemigos que querrían verlo muerto. La pregunta: «Y tú,
Señor, ¿hasta cuándo? » (4) es muy seria.
Este salmo describe la situación de un enfermo (3-8). Nos damos cuenta de
ello leyendo la petición del versículo 3: «Cúrame, Señor». La enfermedad
es grave y su vida corre peligro. De hecho habla de la muerte y del abismo
como posibilidades reales (6). Además, encontramos otros datos que
indican que se trata de una enfermedad: los huesos dislocados (3), el ser que
se estremece (4) y los ojos que se consumen de dolor (8). Se trata de una
enfermedad que causa fuertes dolores físicos. La mención de los huesos
dislocados nos lleva a pensar así, pues para el pueblo de Dios el dolor se
concentra en los huesos. El mismo salmista confiesa estar agotado de tanto
gemir (7).
Al margen del dolor físico, también resulta preocupante el estado de ánimo
de esta persona, es decir, sus dolores anímicos. Vive deprimida y su
depresión se manifiesta en el llanto nocturno, con el que riega su cama de
lágrimas (7).
Para algunos grupos de los tiempos bíblicos, la enfermedad era un castigo
de Dios a causa de los propios pecados. Parece que el salmista piensa de
esta manera, pues le pide a Dios que no lo reprenda con ira, que no lo
corrija con cólera (2). Podemos ver aquí la petición de una corrección más
blanda, de modo que Dios no se convierta para esta persona en un amo
cruel y despiadado... Además del dolor físico, esta persona carga sobre sí
con un pesado fardo teológico: el del Dios que castiga en el cuerpo el
pecado cometido por la persona, el dolor de una teología opresora...
En la tercera parte (9-11), aparecen los enemigos del enfermo. Éste los llama
«malhechores» y los expulsa de su presencia cubiertos de vergüenza. ¿Por
qué tenía enemigos esta persona enferma? ¿Qué le habrán dicho o hecho
estos «malhechores»? No es algo fácil de descubrir. Tenemos que
proceder por medio de hipótesis considerando otros textos, como el Libro
de Job o el salmo 30. Los enemigos de este enfermo podrían ser personas
que, lejos de manifestar solidaridad, le imponían, por el contrario, un fardo
más pesado al sospechar que, si esta persona padece una enfermedad
mortal es porque su falta ha tenido que ser muy grave. Sí, porque, de
acuerdo con la teología de la retribución, Dios pagaba con la misma medida
el pecado cometido... Los enemigos del enfermo estarían entre los
defensores de esta teología. Y si la falta ha sido tan grave, ¿por qué ahora
iba a tener Dios que escuchar las súplicas de este pecador?
Otra posibilidad es ésta: los enemigos son personas que no creen en Dios y
que afirman que no existe o, en el caso de que exista, poco le importa el ser
humano. Viendo sufrir y suplicar al enfermo, dicen: «Dios no se fija en el
sufrimiento de las personas. No escucha los ruegos de los enfermos». Si
Dios no escucha las súplicas de los enfermos, entonces los enemigos
pueden celebrar la muerte de Dios o su inexistencia. La situación del
enfermo, por tanto, es grave: todo su cuerpo está invadido por el dolor,
pero no menos fuerte es el dolor de su alma (está «desanimado»); además,
se ve rodeado por enemigos que querrían verlo muerto. La pregunta: «Y tú,
Señor, ¿hasta cuándo?» (4) es muy seria.
En principio, parece que el enfermo ve a Dios con los ojos de la teología de
la retribución: a tal pecado, tal castigo. Pero, desde su sufrimiento, vive una
nueva experiencia, la del Dios misericordioso que cura, que se vuelve hacia
el enfermo y lo libera, que escucha sus gemidos y sus sollozos, y que acoge
la oración del que está sufriendo (9-10). En otras palabras, ha descubierto el
verdadero rostro del Dios de Israel: el defensor de la vida, que no se alegra
con el sufrimiento de sus criaturas, ni se complace en la muerte de las
personas (6). Ha superado la visión del Dios que castiga y ha descubierto el
rostro del Dios que se vuelve hacia quien suplica, que libera y salva por
amor (5). Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza que escucha el
clamor y que libera, como hiciera en la época en que su pueblo era esclavo
en Egipto.
Para ver cómo resuena este salmo en la práctica de Jesús, podemos seguir
diversos caminos. Aquí señalamos simplemente tres. En primer lugar,
podemos tratar de ver cómo atendió Jesús las súplicas de los enfermos,
curándolos. Y, según el evangelio de Marcos, al obrar así iba acercando
cada vez más el Reino de Dios. En segundo lugar, Jesús asegura que las
enfermedades no son castigo de Dios (Jn 9, 2). En tercer lugar, es
importante constatar cómo Jesús le devuelve al cuerpo humano toda su
dignidad y santidad. Según Jn 1, 14, el cuerpo de Jesús es la tienda del
encuentro entre Dios y la humanidad; y el cuerpo de cada uno es la morada
del Padre y del Hijo (14, 23; 1Cor 6, 19).
Por tratarse de un salmo de súplica individual, bien puede rezarse en esos
momentos en que sentimos necesidad de pedir por nosotros o por los
demás. Es un salmo para cuando estamos enfermos o queremos rezar por
algún enfermo; para cuando nos sentimos deprimidos a causa de nuestras
debilidades o para cuando nuestra fe se ha convertido en objeto de burla
para los demás. Conviene rezar este salmo teniendo presentes a cuantos
padecen enfermedades incurables, pensando en los enfermos terminales, en
los que carecen de medios para cuidar de su salud y de su cuerpo.
Podemos rezarlo cuando no estamos de acuerdo con que Dios sea un amo
cruel que castiga; cuando queremos experimentar a Dios a partir de los
sufrimientos, de las limitaciones y de las miserias humanas
ello leyendo la petición del versículo 3: «Cúrame, Señor». La enfermedad
es grave y su vida corre peligro. De hecho habla de la muerte y del abismo
como posibilidades reales (6). Además, encontramos otros datos que
indican que se trata de una enfermedad: los huesos dislocados (3), el ser que
se estremece (4) y los ojos que se consumen de dolor (8). Se trata de una
enfermedad que causa fuertes dolores físicos. La mención de los huesos
dislocados nos lleva a pensar así, pues para el pueblo de Dios el dolor se
concentra en los huesos. El mismo salmista confiesa estar agotado de tanto
gemir (7).
Al margen del dolor físico, también resulta preocupante el estado de ánimo
de esta persona, es decir, sus dolores anímicos. Vive deprimida y su
depresión se manifiesta en el llanto nocturno, con el que riega su cama de
lágrimas (7).
Para algunos grupos de los tiempos bíblicos, la enfermedad era un castigo
de Dios a causa de los propios pecados. Parece que el salmista piensa de
esta manera, pues le pide a Dios que no lo reprenda con ira, que no lo
corrija con cólera (2). Podemos ver aquí la petición de una corrección más
blanda, de modo que Dios no se convierta para esta persona en un amo
cruel y despiadado... Además del dolor físico, esta persona carga sobre sí
con un pesado fardo teológico: el del Dios que castiga en el cuerpo el
pecado cometido por la persona, el dolor de una teología opresora...
En la tercera parte (9-11), aparecen los enemigos del enfermo. Éste los llama
«malhechores» y los expulsa de su presencia cubiertos de vergüenza. ¿Por
qué tenía enemigos esta persona enferma? ¿Qué le habrán dicho o hecho
estos «malhechores»? No es algo fácil de descubrir. Tenemos que
proceder por medio de hipótesis considerando otros textos, como el Libro
de Job o el salmo 30. Los enemigos de este enfermo podrían ser personas
que, lejos de manifestar solidaridad, le imponían, por el contrario, un fardo
más pesado al sospechar que, si esta persona padece una enfermedad
mortal es porque su falta ha tenido que ser muy grave. Sí, porque, de
acuerdo con la teología de la retribución, Dios pagaba con la misma medida
el pecado cometido... Los enemigos del enfermo estarían entre los
defensores de esta teología. Y si la falta ha sido tan grave, ¿por qué ahora
iba a tener Dios que escuchar las súplicas de este pecador?
Otra posibilidad es ésta: los enemigos son personas que no creen en Dios y
que afirman que no existe o, en el caso de que exista, poco le importa el ser
humano. Viendo sufrir y suplicar al enfermo, dicen: «Dios no se fija en el
sufrimiento de las personas. No escucha los ruegos de los enfermos». Si
Dios no escucha las súplicas de los enfermos, entonces los enemigos
pueden celebrar la muerte de Dios o su inexistencia. La situación del
enfermo, por tanto, es grave: todo su cuerpo está invadido por el dolor,
pero no menos fuerte es el dolor de su alma (está «desanimado»); además,
se ve rodeado por enemigos que querrían verlo muerto. La pregunta: «Y tú,
Señor, ¿hasta cuándo?» (4) es muy seria.
En principio, parece que el enfermo ve a Dios con los ojos de la teología de
la retribución: a tal pecado, tal castigo. Pero, desde su sufrimiento, vive una
nueva experiencia, la del Dios misericordioso que cura, que se vuelve hacia
el enfermo y lo libera, que escucha sus gemidos y sus sollozos, y que acoge
la oración del que está sufriendo (9-10). En otras palabras, ha descubierto el
verdadero rostro del Dios de Israel: el defensor de la vida, que no se alegra
con el sufrimiento de sus criaturas, ni se complace en la muerte de las
personas (6). Ha superado la visión del Dios que castiga y ha descubierto el
rostro del Dios que se vuelve hacia quien suplica, que libera y salva por
amor (5). Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza que escucha el
clamor y que libera, como hiciera en la época en que su pueblo era esclavo
en Egipto.
Para ver cómo resuena este salmo en la práctica de Jesús, podemos seguir
diversos caminos. Aquí señalamos simplemente tres. En primer lugar,
podemos tratar de ver cómo atendió Jesús las súplicas de los enfermos,
curándolos. Y, según el evangelio de Marcos, al obrar así iba acercando
cada vez más el Reino de Dios. En segundo lugar, Jesús asegura que las
enfermedades no son castigo de Dios (Jn 9, 2). En tercer lugar, es
importante constatar cómo Jesús le devuelve al cuerpo humano toda su
dignidad y santidad. Según Jn 1, 14, el cuerpo de Jesús es la tienda del
encuentro entre Dios y la humanidad; y el cuerpo de cada uno es la morada
del Padre y del Hijo (14, 23; 1Cor 6, 19).
Por tratarse de un salmo de súplica individual, bien puede rezarse en esos
momentos en que sentimos necesidad de pedir por nosotros o por los
demás. Es un salmo para cuando estamos enfermos o queremos rezar por
algún enfermo; para cuando nos sentimos deprimidos a causa de nuestras
debilidades o para cuando nuestra fe se ha convertido en objeto de burla
para los demás. Conviene rezar este salmo teniendo presentes a cuantos
padecen enfermedades incurables, pensando en los enfermos terminales, en
los que carecen de medios para cuidar de su salud y de su cuerpo.
Podemos rezarlo cuando no estamos de acuerdo con que Dios sea un amo
cruel que castiga; cuando queremos experimentar a Dios a partir de los
sufrimientos, de las limitaciones y de las miserias humanas