Salmo 131 (130): Abandono confiado en los brazos de Dios


Abandono confiado en los brazos de Dios

1 Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
2 sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

3Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.

El salmo 130 nos invita a una oración sumergida en la confianza y en la humildad: es la plegaria de Israel, que ha experimentado hasta la saciedad cómo sus sueños de grandezas siempre quedaron desvanecidos. Con frecuencia, en efecto, incluso en los momentos más críticos, Israel no dejó de esperar futuras grandezas políticas, victorias deslumbrantes. Los repetidos fracasos han llevado al autor de nuestro salmo a esperar de Dios otro tipo de gloria y de salvación: Señor, mi corazón no es ahora ambicioso, no pretendo grandezas.

Hagamos nuestra esta plegaria de infancia espiritual; también a los cristianos nos conviene recordar que las victorias que Dios nos ha prometido -y estas victorias son muchas- no son los triunfos de un reino de este mundo: "Si no volvéis a ser como niños -nos ha dicho el Señor-, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 18,3). Que nuestro corazón no sea, pues, ambicioso, que sepamos acallar y moderar nuestros deseos, como un niño en brazos de su madre, imitando a aquel "que es manso y humilde de corazón" (Mt 11,29).

En la celebración comunitaria, si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando las antífonas "En Dios pongo mi esperanza", "Mi alma espera en el Señor", o bien "El Señor es mi pastor", sólo el estribillo.

Oración I: 
Señor Jesús, tú que eres manso y humilde de corazón, tú que dijiste que quien acoge a un niño te acoge a ti, tú que prometiste el reino de los cielos a los que se hacen como un niño, no permitas que nuestro corazón sea ambicioso, sino ayúdanos a acallar y moderar nuestros deseos, esperando en ti, como un niño espera en brazos de su madre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Oración II: 
Señor, tú que dijiste "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón", ayúdanos a no pretender grandezas que superan nuestra capacidad, sino a esperar en ti, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

[Pedro Farnés]




Acto de confianza en Dios
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V. 1. El hombre se acepta a sí mismo con humildad. Reconoce y acepta el límite de todo lo humano, y así evita el pecado capital de la soberbia. En el interior y en los gestos externos es mesurado.
V. 2. Así cultiva una especie de infancia espiritual, consciente. Lleno de abandono y confianza, al sentir que su límite humano está envuelto y acogido por una presencia maternal.
V. 3. La confianza filial ha de ser la actitud de Israel, como pueblo de Dios.
Para la reflexión del orante cristiano.- La filiación del cristiano se refiere al Padre. Pero del Padre toman nombre y semejanza otras paternidades y maternidades: Cristo llama una vez a sus discípulos "hijitos", promete no dejarlos huérfanos. La Iglesia recibe de Cristo su misión maternal, y María, tipo de la Iglesia y madre de la Iglesia, también ofrece su maternidad al cristiano. Ella lo educa en el abandono y la confianza.
[L. Alonso Schökel]

El salmo 130 es una oración de infantil abandono en Dios. Originariamente individual (vv. 1-2), bien pudo adaptársela la comunidad postexílica, añadiendo el v. 3. Sus dos partes son: a) humildad y confianza del orante, vv. 1-2; b) recomendación de la misma a Israel, v. 3.

VV. 1-2. La antítesis entre el v. 1 (aseveración negativa) y el v. 2 (aseveración positiva enérgica) subraya el esfuerzo del orante para lograr esa actitud humilde. Lo refuerza la fórmula de afirmación, usada en el juramento con adjunta imprecación que se ha traducido por sino que. La comparación es muy acertada. En una especie de infancia espiritual, el orante se considera niño destetado entre los brazos de su madre, libre del deseo de mamar.

V. 3. Exhortación final al pueblo, al que extiende su actitud de humilde abandono y confianza en Dios. Este v. 3 es una posible adición litúrgica colectiva, al final de un salmo tan individual.
[Extraído de R. Arconada, en La Sagrada Escritura. Texto y comentario, de la BAC]


Para el rezo cristiano

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Introducción general

Se ha dicho que éste es el salmo de la "infancia espiritual". Más bien es la canción del hombre adulto, que prescinde de las idealizaciones y pisa la realidad. Sólo el adulto sabe cuál es el centro de su vida: lo "muy, muy interior", y en la interioridad íntima, Dios. El hombre que ha encontrado a Dios es muy feliz siendo hombre: ni él, ni el mundo, ni el hombre son enemigos. Del encuentro consigo mismo y con Dios sale el hombre dispuesto a cargar con sus verdaderas tareas, con sus auténticas obediencias o con sus simples fidelidades. Este salmo puede ser un buen programa de humanización.

La división de los salmos en individuales y colectivos es práctica, pero no siempre responde a la realidad. En este salmo el salmista se expresa en primera persona del singular. Pero su experiencia sólo ha sido posible en cuanto miembro de un pueblo que, en cuanto pueblo religioso, goza de una experiencia similar. Tras el singular, por consiguiente, podemos leer un plural. El salmo puede ser rezado al unísono.

Si atendemos a la formalidad puede adoptarse este otro modo:

Salmista, Vuelta a la intimidad: "Señor, mi corazón... en brazos de su madre" (vv. 1-2).
Asamblea, Confianza de Israel: "Espere Israel... y por siempre" (v. 3).

Recuperar la unidad

El salmista renuncia al mundo de grandezas exclusivas de Dios. Prefiere adentrarse en la intimidad cordial, donde puede relacionarse con Dios, buscándole y alabándole. Sólo Dios llega hasta el fondo del corazón. Sólo Él puede renovarlo. Jesús, reclinado sobre el seno del Padre, renunciando a las grandezas y haciendo suya la voluntad del Padre, es modelo de hombre unificado. Quien baja a "lo muy, muy interior" y encuentra a Dios podrá hacer frente a las dispersiones de la existencia. Habrá recuperado su unidad.

Los ojos altivos serán abajados

El hombre, desde los comienzos, apeteció el centro del universo. El resultado fue la discordia y la dispersión en la familia humana. Dios abate los ojos altivos del hombre, humilla la altanería humana. Desde el momento en que Dios se dignó mirar la bajeza de su sierva, María, e invistió a su Hijo como siervo, la conducta del hombre no puede ser la mirada desafiante hacia el cielo, mientras proclama su inocencia. El publicano, que se mantiene a distancia, sin atreverse a mirar al cielo y proclamando su pecado de palabra y con el gesto, fue justificado. Los que no se complacen en la altivez, sino que más bien son atraídos por lo humilde, entran en la lógica preludiada por Jesús y María: El que se humilla será ensalzado.

En los brazos del Padre

Es verdad que el salmista aquieta su vida en los propios brazos. Pero no lo es menos que Israel se considera un niño en brazos de Dios. Si por ventura una madre puede olvidarse del hijo de su seno, Dios nunca se olvida de Israel, tatuado como está en las manos de Dios (Is 49,15-16). Habrá que esperar, sin embargo, a que llegue el Hijo para que corresponda al cariño del Padre. ¡Qué abismos de ternura y de amor oculta el inefable "Abba"! Era el hogar al que retornaba Jesús en su oración. Los discípulos, impresionados por la relación existente entre Jesús y Dios, quieren entrar en una relación parecida. Se atreven a interrumpir la oración de Jesús y a pedirle que les enseñe a orar. El Padrenuestro es la respuesta de Jesús. El cristiano puede acallar sus deseos, ahora ya en brazos de Dios, su Padre. Puede esperar confiada y filialmente en el Padre, ahora y por siempre.

Resonancias en la vida religiosa

Brazos maternos de Dios: Hay en nosotros todo un mundo de deseos que nos inquietan y desorientan. El mal se muestra concupiscente y nos saca constantemente de la pista del Evangelio. Por ello nuestra oración es una súplica al Dios que hace de nuestro corazón un corazón pobre, confiado y sereno.

Dios es para nosotros como los brazos de una madre, que calma nuestras concupiscencias, nuestros deseos inquietos. Así, Jesús logró oponerse a la gloria de este mundo; fiándose absolutamente del Padre, por el camino de la pequeñez, por la puerta estrecha, haciéndose como niño, llegó a la gloria de la consumación.

Nuestra comunidad ha de luchar contra la concupiscencia, contra los malos deseos que nos desvían del camino del seguimiento. Hemos de dejarnos penetrar por la presencia materna de Dios sin buscar grandezas que superan nuestra capacidad. Hemos de ser sacramentos de Jesús manso y humilde de corazón.

Oraciones sálmicas

Oración I:
Sólo Tú, Señor, llegas hasta el fondo de nuestro corazón; sólo Tú puedes renovarlo según el proyecto amoroso de tu voluntad; haz que te encontremos en lo profundo de nuestro ser para hacer frente a las dispersiones y superficialidades de nuestra existencia, recuperando la unidad en ti. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II:
Oh Dios, que te dignas mirar la bajeza de los humildes y humillas la altivez de los soberbios; concédenos el don de la humildad para configurarnos con tu Hijo que siendo Dios se anonadó por nosotros. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Oración III: Padre, que nunca puedes olvidarte de tus hijos; Tú eres un abismo de amor oculto; Tú eres nuestro hogar; estamos en tus brazos y podemos confiar ilimitadamente en ti, porque Tú eres nuestro Padre, por los siglos de los siglos. Amén.

[Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]



Catequesis de Juan Pablo II
Confiar en Dios como un niño en brazos de su madre

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1. Hemos escuchado sólo pocas palabras, cerca de treinta en el original hebreo del salmo 130. Sin embargo, son palabras intensas, que desarrollan un tema muy frecuente en toda la literatura religiosa: la infancia espiritual. De modo espontáneo el pensamiento se dirige inmediatamente a santa Teresa de Lisieux, a su "caminito", a su "permanecer pequeña" para "estar entre los brazos de Jesús" (cf. Manoscritto "C", 2r°-3v°: Opere complete, Ciudad del Vaticano 1997, pp. 235-236).

En efecto, en el centro del Salmo resalta la imagen de una madre con su hijo, signo del amor tierno y materno de Dios, como ya lo había presentado el profeta Oseas: "Cuando Israel era niño, yo lo amé (...). Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer" (Os 11,1.4).

2. El Salmo comienza con la descripción de la actitud antitética a la de la infancia, la cual es consciente de su fragilidad, pero confía en la ayuda de los demás. En cambio, el Salmo habla de la ambición del corazón, la altanería de los ojos y "las grandezas y los prodigios" (cf. Sal 130,1). Es la representación de la persona soberbia, descrita con términos hebreos que indican "altanería" y "exaltación", la actitud arrogante de quien mira a los demás con aires de superioridad, considerándolos inferiores a él.

La gran tentación del soberbio, que quiere ser como Dios, árbitro del bien y del mal (cf. Gn 3,5), es firmemente rechazada por el orante, que opta por la confianza humilde y espontánea en el único Señor.

3. Así, se pasa a la inolvidable imagen del niño y de la madre. El texto original hebreo no habla de un niño recién nacido, sino más bien de un "niño destetado" (Sal 130,2). Ahora bien, es sabido que en el antiguo Próximo Oriente el destete oficial se realizaba alrededor de los tres años y se celebraba con una fiesta (cf. Gn 21,8; 1 S 1,20-23; 2 M 7,27).

El niño al que alude el salmista está vinculado a su madre por una relación ya más personal e íntima y, por tanto, no por el mero contacto físico y la necesidad de alimento. Se trata de un vínculo más consciente, aunque siempre inmediato y espontáneo. Esta es la parábola ideal de la verdadera "infancia" del espíritu, que no se abandona a Dios de modo ciego y automático, sino sereno y responsable.

4. En este punto, la profesión de confianza del orante se extiende a toda la comunidad: "Espere Israel en el Señor ahora y por siempre" (Sal 130,3). Ahora la esperanza brota en todo el pueblo, que recibe de Dios seguridad, vida y paz, y se mantiene en el presente y en el futuro, "ahora y por siempre".

Es fácil continuar la oración utilizando otras frases del Salterio inspiradas en la misma confianza en Dios: "Desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eres mi Dios" (Sal 21,11). "Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá" (Sal 26,10). "Tú, Dios mío, eres mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías" (Sal 70,5-6).

5. Como hemos visto, a la confianza humilde se contrapone la soberbia. Un escritor cristiano de los siglos IV y V, Juan Casiano, advierte a los fieles de la gravedad de este vicio, que "destruye todas las virtudes en su conjunto y no sólo ataca a los mediocres y a los débiles, sino principalmente a los que han logrado cargos de responsabilidad con el uso de la fuerza". Y prosigue: "Por este motivo el bienaventurado David custodia con tanta circunspección su corazón, hasta el punto de que se atreve a proclamar ante Aquel a quien ciertamente no se ocultaban los secretos de su conciencia: "Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad". (...) Y, sin embargo, conociendo bien cuán difícil es también para los perfectos esa custodia, no presume de apoyarse únicamente en sus fuerzas, sino que suplica con oraciones al Señor que le ayude a evitar los dardos del enemigo y a no ser herido: "Que el pie del orgullo no me alcance" (Sal 35,12)" (Le istituzioni cenobitiche, XII, 6, Abadía de Praglia, Bresseo di Teolo, Padua 1989, p. 289).

De modo análogo, un antiguo texto anónimo de los Padres del desierto nos ha transmitido esta declaración, que se hace eco del Salmo 130: "No he superado nunca mi rango para subir más arriba, ni me he turbado jamás en caso de humillación, porque todos mis pensamientos se reducían a pedir al Señor que me despojara del hombre viejo" (I Padri del deserto. Detti, Roma 1980, p. 287).

[Texto de la Audiencia general del Miércoles 10 de agosto de 2005]



COMENTARIOS AL SALMO 130
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1.Como un niño en brazos de su madre

El salmo 130 parece haber encontrado una perfecta integración del mundo de los deseos aunque, a juzgar por los primeros versos, podríamos pensar que su paz le viene de que los ha ido reduciendo y disminuyendo hasta hacerlos inoperantes. ¿Consistirá en eso la solución? ¿En "acallarlos" y "moderarlos"?

Los tres últimos versos nos hacen ver que no es así: ese creyente que es Israel, se define a sí mismo como un niño que acaba de mamar y que descansa satisfecho sobre el hombro de su madre. (La preposición hebrea empleada, "sobre", nos sugiere un dato precioso que cualquier madre sabe: cuando un niño ha terminado de mamar no se le tiene "en brazos" sino apoyado sobre el hombro para que expulse el aire). Si su deseo ha desaparecido, es porque el alimento que ha recibido le ha saciado de tal manera que ha acallado su necesidad.

La exclamación final: "Espera Israel en el Señor, ahora y por siempre!" tiene tal fuerza de convicción rotunda, que aleja cualquier tentación de hacer del salmo una lectura espiritualista.

Dicen los psicólogos que la madurez de un adulto está en relación estrecha con la experiencia de "confianza básica" que haya tenido en su niñez, es decir, de la vivencia de sentirse acogido y querido incondicionalmente por alguien.

El creyente del salmo expresa esta experiencia a través de la imagen de un niño a quien el alimento que le ha dado su madre ha dejado saciado y no quiere ya nada más. Cuando los discípulos dicen a Jesús: "Maestro, come", él contesta: "Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis..." (Jn 4,32) y nos revela el secreto de un corazón apasionado por el Padre y el Reino y desinteresado ("indiferente", diría Ignacio de Loyola) de sus propios asuntos.

CUADERNOS DE ORACION
NARCEA,S.A. DE EDICIONES MADRID Núm. 110

2. PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* Este es un salmo de Peregrinación, o salmo Gradual. Se cantaba este salmo, para expresar esta especie de hartura que se apoderaba del peregrino cuando, después de las ceremonias bulliciosas, se encuentra sólo ante Dios, en el silencio. Al subir a Jerusalén, los judíos no podían menos de experimentar la nostalgia y el pesar de los fastos reales de antaño: el prestigioso pasado de tiempos de David y Salomón. Pidiendo la "paz para Jerusalén", alimentaban en su corazón, los sueños de dominación temporal ¿No se veía acaso al Mesías, como una restauración de la monarquía Davídica?

Aquí escuchamos a un Israel tranquilo, que renuncia a toda esperanza de grandeza política y se contenta con ser el pueblo "amado" de Dios. Llega a renunciar hasta las "maravillas" del tiempo del Éxodo hechas en su favor. Está feliz únicamente con ser un "niño" amado.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** El misterio de Navidad nos ha familiarizado con el "icono" de la madre y el niño. Nunca contemplaremos bastante esta imagen. Por más que sea familiar, cotidiana, universal, nunca es banal, bajo cualquier cielo, en todas las razas, entre ricos y entre pobres. Un niño en brazos de su madre puede parecer muy natural, ordinario, quizá profano. Ahora bien, desde que el Hijo de Dios en persona se abandonó en brazos de María, esta humilde realidad tomó un carácter sagrado: una revelación de Dios se oculta en este icono.

Más tarde, Jesús explicó esta revelación, presentándonos a Dios como un "Padre", como una "madre": "no os inquietéis... buscad primero el Reino de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura... Vuestro Padre se ha complacido en daros el Reino..." (Lucas 12,22-32).

Recordemos que Jesús recomendó a los adultos como nosotros, entregarse al amor de Dios como niños: "Si no os hacéis como este niño, no entraréis en el Reino de los cielos" (Mateo 18,3).

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TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** La paz, la calma, el silencio. Nuestro mundo actual es un mundo de violencia, de ruido, de velocidad acelerada. Y por contraste quizá, muchos hombres aspiran a la tranquilidad.

La primera estrofa de este salmo, que expresa la paz deseada, nos invita a ser realistas. La paz es una especie de conquista. La tranquilidad del alma se construye por el rechazo de la agitación. Hay que renunciar al "corazón soberbio", a la "mirada ambiciosa", a las "grandes proezas". Hay que renunciar a las preocupaciones excesivas, a los deseos perturbadores. Pero la "paz de Dios" no nace de una vida sin preocupaciones ni dificultades. Nace sobre todo de situaciones destructoras. He tenido una gran decepción. Un fracaso, una pérdida, una enfermedad, un duelo. La amargura nos invade en ciertos momentos. Todo esto nos puede rebelar internamente y destruir nuestra paz. Del fondo mismo de estas situaciones debe surgir la paz que viene de lo alto.

La oración en "silencio". La tercera carta del Concilio de jóvenes de Taizé nos dirige este mensaje: "Quienes han optado por Cristo, saben que la fuente en que se abrevan los hará vivir peligrosamente: "Quien quiere salvar su vida la perderá" (Marcos 8,34). Para Cristo es todo o nada.

"La oración nunca es asunto de la sola inteligencia. En ella debe participar el hombre total. Orar con la frente contra el suelo, es unirse a la postración milenaria del hombre, para expresar la intención de ofrecerse en cuerpo y alma, totalmente.

"En cada casa, un "rincón" reservado, muy pequeño, lleva a la oración. Igualmente, es importante reservar en las iglesias un espacio a manera de oasis de oración. "Dios no se convence con abundancia de palabras. Permaneciendo largos ratos en "silencio", en los que aparentemente no pasa nada, pero en los cuales el ser se construye interiormente, realizamos las últimas oraciones de Jesús..." (Mateo 27, 45-54- Lucas 23,33-49).

Lo que estos jóvenes descubrieron y recomiendan es justamente lo que el salmo 130 ya cantó: "Controlar y silenciar el alma".

¿Tenemos en casa un "rincón de oración"? ¿Tomamos una "postura de oración" y permanecemos, en paz, ante Dios?
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INFANCIA-ESPIRITUAL: La infancia. 
Tema privilegiado de la literatura de todos los tiempos y especialmente del nuestro. Sencillez, ingenuidad, inocencia del niño. Pero sobre todo esta actitud tan característica, instintiva, del niño que se acurruca contra la madre, cuando un peligro real o imaginario se insinúa en el horizonte. Sabe que allí estará defendido, protegido, seguro.

El sicoanálisis ha analizado maravillosamente esta "vuelta al seno materno", lugar cálido, vital, nutricio. Chouraqui repite gustoso que para Israel, Dios es como una inmensa matriz que da origen a toda forma de vida. ¿Por qué no recitamos este salmo, tomándolo a la letra, imaginándonos, un niño, un bebé acurrucado contra su madre..."? Realmente, estamos siempre "en el regazo de Dios".

Una mamá que mece a su hijito en brazos. Las obligaciones familiares nos hablan de Dios. Aun los gestos maternales de los animales nos hablan de Dios. Toda madre, que en cualquier parte del mundo se esfuerza por brindar felicidad a los suyos, que se entrega a sus seres queridos, que no puede ver un dolor sin sentir deseo de consolar, que realiza las jornadas diarias de servicio a los demás... está haciendo lo que Dios no cesa de hacer. Estas tareas cotidianas pueden convertirse en lugar privilegiado de comunión con Dios.

No desear nada, fuera de Dios. La lección que nos da un niño en brazos de su madre, es justamente la de no desear "nada": ¡él está bien!

El oriental budista nos enseña a controlar nuestros deseos. A veces se tiene en menos esta actitud, que permite vivir a millones de seres humanos hambrientos, que sin embargo muestran su superioridad sobre nosotros los occidentales, como hombres de paz y serenidad. Muchos de nuestros sufrimientos provienen de deseos insatisfechos. Lograríamos quizá la paz del corazón mediante el dominio y restricción de deseos inútiles.

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo II
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 216-219

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3. CONFIANZA/ABANDONO SI NO OS HICIEREIS COMO NIÑOS...

"Señor, mi corazón no es ambicioso...".

De este breve salmo ha dicho A. Gelin que es el más hermoso salmo de la Biblia. Ciertamente muchos conocedores del salterio y de la experiencia cristiana suscribirían esta afirmación.

En su sencillez tiene el encanto de presentarnos una de las virtudes más fundamentales y definitorias de la vida cristiana: la confianza en Dios, el abandono en sus manos, la paz experimentada cuando Dios lo es todo y lo dirige todo en la propia vida.

Este salmo del Antiguo Testamento es como el anticipo de aquella virtud que Jesus practicará toda su vida: confiar siempre y totalmente en la bondad de Dios, del Padre que está en los cielos. Cristo se sintió profundamente amado por su Padre, protegido, acompañado. Para sí mismo rebajó los niveles de seguridad y comodidad humana para hacer resaltar más la acción directa de Dios: escogió una cueva para nacer, una aldea desconocida para vivir, un patíbulo para morir. Pero tenía con él al Padre, aquel Dios que él describiría como el que alimenta las aves del cielo y viste los lirios del campo.

Y él mismo nos enseñaría un día su actitud y su felicidad: "Si no os hiciereis como niños no entraréis en el Reino de los cielos" (/Mt/18/03).

María, igual. Ella que se consideraba la esclava del Señor, afirmó un día que el Señor había mirado su humillación, y se declaró la más dichosa entre las mujeres a quien todas las generaciones ensalzarían.

TEREN: No es extraño que este salmo ejerza una fascinación particular en aquellos que han sentido en su vida la bondad providente de Dios. No es extraño que los santos lo hayan preferido entre muchos y se hayan sentido atraídos e identificados con su doctrina. El mismo Juan XXIII escribía: "He dejado hacer al Señor. Dios ha pensado en todo para mí".

Y santa Teresita de Lisieux, la que vivió y enseñó el camino de la "infancia-espiritual', escribía también: "Nunca se tiene suficiente confianza en el buen Dios, tan poderoso y misericordioso. Se obtiene de él cuanto se espera. El me ha concedido todo cuando yo he deseado, o mejor, me ha hecho desear todo lo que él me quería conceder".

Estos pensamientos y vivencias de almas extraordinarias por su santidad no parecen sino explicaciones y comentarios a este pequeño salmo de la Biblia, uno de los más cortos y sencillos del salterio.

Su doctrina es llana, límpida como una fuente. Nada tiene de abstracto ni de retórico. Va enseñando su camino partiendo de circunstancias de la vida, de mociones del corazón.
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División del salmo

Este salmo, que la tradición atribuye a David, pertenece al grupo de salmos llamados "graduales" o de las subidas, que cantaban los peregrinos cuando se acercaban a Jerusalén.

Su estructura es muy sencilla. Tan sólo tres versículos:

a) "Señor, mi corazón no es ambicioso
ni mis ojos altaneros,
no pretendo grandezas
que superen mi capacidad".

Hermosa confesión del corazón del salmista: no es ambicioso, no le devora el afán, no se ve dominado por el orgullo ni esclavizado por la envidia. El hombre que enmienda la página de Adán a quien sedujo aquello de "seréis como dioses". No, el salmista ha seguido el camino de la paz que no es otro que el camino de la sencillez y de la humildad. Ya nos lo dijo Jesús: "Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis la paz para vuestras almas" (/Mt/11/29-30).

Sus ojos no son altivos ni altaneros, nadie se siente humillado ni despreciado a su lado. Nadie se ve marginado de su presencia. Acoge, comprende, ama. Tiene un corazón entero, no deshecho por inquietudes ni remordimientos. No desea nada que le supere o que pueda ser simplemente como una fachada de sola apariencia. Es el hombre que Jesús nos describirá en el sermón de la montaña: el hombre de corazón humilde, sencillo, recto, puro, confiado. Que sabe esperarlo todo de Dios, que confía en él. Y que todo lo recibe de él, mucho más aún de lo que podría esperar o imaginar. Así es el trato de Dios con aquellos que se fían de él.

b) "Sino que acallo y modero mis deseos
como un niño en brazos de su madre."

Aquí tenemos una confesión semejante, pero en la que junto a la confianza hemos de ver también la parte que el salmista aporta: la colaboración, el esfuerzo. Este acallar y moderar los propios deseos expresa un dominio, una voluntad, una cooperación. No es un alma floja, temerosa y cómoda. Ella también tiene deseos y aspiraciones. Siente también el amor propio y la vanidad. Pero sabe refrenar, sabe acallar todo aquello que considera orgullo, superioridad, aquello que sus fuerzas no pueden alcanzar. Lucha para mantenerse en un nivel de serenidad y de paz. Rara prudencia y conocimiento del propio corazón que le permite una vida de equilibrio, que le permite habitar en un remanso tranquilo, lejos de los vaivenes de las ambiciones y de los afanes.

La comparación no puede ser más bella: como el niño en brazos de su madre. El niño que está seguro con su madre, nada teme. El niño que se siente protegido, porque sabe que alguien vela por él, que nada le faltará. Y el niño que se siente feliz: porque percibe el amor de su madre. Su pequeño horizonte es luminoso, sereno. Ni en su interior hay divisiones ni amarguras, ni en su exterior peligros ni temores.

Es un corazón que conoce el corazón de Dios. Que sabe por experiencia lo que dice Isaías: "Como uno a quien su madre consuela, así yo os consolaré" (/Is/66/13). Es una persona que sabe decir con Thomas Merton: "Aquello estaba en manos de uno que me amaba más de lo que yo mismo me pudiese amar: y mi corazón estaba lleno de paz". "Estaba en manos de Dios. Y no había nada que yo pudiese hacer mejor que dejarme a mí mismo a su beneplácito. El es mucho más solícito en tener cuidado de nosotros que nosotros mismos... Solamente cuando rehusamos su ayuda, resistimos su voluntad, encontramos conflicto, turbación, desorden, infelicidad, ruina...".

Jesús nos lo repetirá en el sermón de la montaña: "No os preocupéis... si Dios alimenta las aves del cielo y viste los lirios del campo como jamás Salomón se vistió, ¿no lo hará mucho más con vosotros? (/Mt/06/25-34). Saber fiarse de Dios. Ahí está todo.

c) "Espere Israel en el Señor ahora y por siempre".

La mente del salmista, buen israelita, está siempre unida a su pueblo. Y el bien que él experimenta y enseña lo proyecta sobre su pueblo. Así debiera ser Israel. Israel, que es el pueblo amado y escogido, que ha recibido pruebas innumerables de la providencia y de la bondad de Dios debería vivir de esta forma. El Dios que empezó la buena obra la llevará a cabo: y el Dios que de un poco de polvo hizo la maravilla del hombre, así también del pequeño pueblo de Abraham podría hacer una auténtica maravilla. Por esto, Israel, que no se desvirtúe, que no sueñe en grandezas ni en dominios, que no piense en avasallar a otros pueblos: que se fíe de Dios, que conserve su corazón en la paz y en la libertad. Así cumplirá su misión. Solamente si sabe confiar en su Dios, el Dios de la salvación y de la vida.

Reflexión

El salmo 130 tiene un lenguaje claro, convincente. Es una estupenda reflexión para nuestra vida, a veces tan agitada en mil preocupaciones y temores. A veces nos falta confianza, seguridad, protección. Tenemos necesidad de paz, de silencio, de serenidad interior y exterior.

Y este salmo es una lección y una invitación, y en cierta manera una consecución de lo que pedimos. Es un regalo precioso del salterio bíblico a nuestra vida moderna a la que tanto puede ayudar.

Y si volvemos nuestros ojos a la Iglesia, ¿no será para ella también una magnífica lección de cómo comportarse? ¿No hubiera tenido la Iglesia más paz y más santidad si hubiera dejado toda ambición de grandeza y de dominio? ¿no hubiera evitado tantos momentos de amargura, división y escándalo si hubiera sabido renunciar a tantos honores y privilegios, si hubiera seguido más fielmente los pasos de su Maestro que vino a servir y no a ser servido?

Para todos nuestro pequeño salmo es una lección que nos marca el camino. A lo mejor será para nosotros un camino de conversión. Pero es el camino de la paz. Es el camino que Jesús nos trazó, el de los verdaderos hijos de Dios. Los que le aman. Los que confían siempre en él.

J. M. VERNET
DOSSIERS-CPL/22


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4. PLEGARIA DEL INTELECTUAL

Demasiadas palabras, Señor, demasiadas ideas. Hasta la oración he traído el peso de mis razonamientos, la carga irracional de la razón. Tengo el vicio del silogismo, soy esclavo de la razón y víctima del intelectualismo. Enturbio mis oraciones con mis cálculos y emboto el filo de mis peticiones con la verborrea de mis discursos. Reconozco mi defecto y quiero volver a la sencillez y a la inocencia del niño que todavía vive en mí. Eso me da alegría.

«Mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre».

Acallo mis deseos, Señor. Acallo mi mente, mis conceptos, mis conocimientos, mis teorías, mis elucubraciones. He pensado tanto, tantísimo, en mi vida que del entendimiento que me diste para encontrarte he hecho un obstáculo que no me deja verte. Me doy por vencido, Señor. Doma mi razón y refrena mi pensamiento. Acalla mi entendimiento y pacifica mi mente. Acaba con el ruido de mi alma que no me deja oír tu voz dentro de mí.

Déjame descansar en tus brazos, Señor, como un niño en brazos de su madre. ¡Cuánto me dice esa imagen! Cierro los ojos, desato los nervios, siento el cálido tacto, el cariño, la protección, y me quedo dormido en plena sencillez y confianza. Esa es la oración que mayor bien me hace, Señor.

Carlos G. Vallés
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae, Santander-1989, pág. 244

5. No se ensoberbece, Señor, mi corazón.

Yo no quiero ser millonario
ni ser el líder
ni ser Primer Ministro.

Ni aspiro a puestos públicos
ni corro detrás de las condecoraciones,
yo no tengo propiedades ni libreta de cheques,
y sin Seguro de Vida
estoy seguro,
como un niño dormido en los brazos de su madre...

Confíe Israel en el Señor
(y no en los líderes)

ERNESTO CARDENAL


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