Salmo sapiencial sobre la condición mortal del hombre. Un maestro convoca como destinatarios a "todos los habitantes del orbe". ¿Pretensión fantástica e ingenua? Más bien convicción de que su enseñanza trasciende las fronteras. ¿De dónde saca una enseñanza tan importante y universal? No apela a una revelación (como Elifaz en Job 4), sino a una "reflexión" personal (4). Se dirige en particular a los ricos, para recordarles que la riqueza no es un seguro de vida; pero también se dirige a los "maestros", aplicándoles la misma lección. Ante la muerte quedan abolidas las diferencias, anuladas las ilusiones. Lucas, en su Evangelio, describe el destino del rico y del pobre. Pero es más profunda la revelación de Cristo: todo cuanto en el salmo es presentimiento o vaga profecía, en Cristo se cumple plenamente. Y el cristiano sabe que Dios puede salvar de la muerte y llevar al hombre consigo. Esta última forma se ha incorporado al lenguaje cristiano sobre la muerte. [L. Alonso Schökel]
[1 Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Salmo.]
2 Oíd esto, todas las naciones;
escuchadlo, habitantes del orbe:
3 plebeyos y nobles, ricos y pobres;
4 mi boca hablará sabiamente,
y serán muy sensatas mis reflexiones;
5 prestaré oído al proverbio
y propondré mi problema al son de la cítara.
6 ¿Por qué habré de temer los días aciagos,
cuando me cerquen y acechen los malvados,
7 que confían en su opulencia
y se jactan de sus inmensas riquezas,
8 si nadie puede salvarse
ni dar a Dios un rescate?
9 Es tan caro el rescate de la vida,
que nunca les bastará
10 para vivir perpetuamente
sin bajar a la fosa.
11 Mirad: los sabios mueren,
lo mismo que perecen los ignorantes y necios,
y legan sus riquezas a extraños.
12 El sepulcro es su morada perpetua
y su casa de edad en edad,
aunque hayan dado nombre a países.
13 El hombre no perdura en la opulencia,
sino que perece como los animales.
14 Éste es el camino de los confiados,
el destino de los hombres satisfechos:
15 son un rebaño para el abismo,
la muerte es su pastor,
y bajan derechos a la tumba;
se desvanece su figura,
y el abismo es su casa.
16 Pero a mí, Dios me salva,
me saca de las garras del abismo
y me lleva consigo.
17 No te preocupes si se enriquece un hombre
y aumenta el fasto de su casa:
18 cuando muera, no se llevará nada,
su fasto no bajará con él.
19 Aunque en vida se felicitaba:
"Ponderan lo bien que lo pasas",
20 irá a reunirse con sus antepasados,
que no verán nunca la luz.
21 El hombre rico e inconsciente
es como un animal que perece.
VV. 2-5. Introducción solemne, de estilo sapiencial; reclama una audiencia universal, que merecen sus reflexiones; en ellas hay un problema o enigma.
VV. 6-10. Los ricos, malvados y opresores, no tienen dinero suficiente para comprar a Dios una vida perpetua.
V. 11. Tampoco la sabiduría basta para salvar al hombre. Los ricos mueren, aunque sean sabios.
V. 12. Ni basta la fama de fundadores de ciudades, dándoles el propio nombre; porque a la ciudad terrena sucede la morada del sepulcro.
V. 13. El hombre comparte con los animales este destino de morir.
V. 14. Confiados y satisfechos en sus riquezas, en su sabiduría, en su propio poder; no necesitan a Dios.
V. 15. El abismo es el seol o morada de los muertos.
V. 16. Es la clave del problema: el salmista, que pertenece a los pobres oprimidos, conoce por experiencia que Dios salva, aun del peligro de muerte; quizás espera una liberación posterior. Dios es capaz de salvar incluso de la muerte, del abismo. "Llevar" consigo es la fórmula empleada para Enoc y Elías: es una fórmula misteriosa, que en sí misma queda abierta a varios grados de significación.
V. 17. La enseñanza, apoyada en experiencia y esperanza, adopta un tono de exhortación. La riqueza de los malvados no debe ser una tentación para el bueno, basta esperar el desenlace.[L. Alonso Schökel]
Los versículos entre [] no se leen en la liturgia
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 20 octubre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II durante la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el Salmo 48, «Vanidad de las riquezas».
1. Nuestra meditación sobre el Salmo 48 se dividirá en dos etapas, como hace la Liturgia de las Vísperas, que nos lo propone en dos momentos. Comentaremos ahora de manera esencial la primera parte, en la que la reflexión toma pie de una situación difícil, como en el Salmo 72. El justo tiene que afrontar «días aciagos», pues le acechan «los malvados, que confían en su opulencia» (Cf. Salmo 48, 6-7).
La conclusión a la que llega el justo es formulada como una especie de proverbio, que volverá a aparecer al final del Salmo. Sintetiza nítidamente el mensaje de esta composición poética: «El hombre rico e inconsciente es como un animal que perece» (versículo 13). En otras palabras, las «inmensas riquezas» no son una ventaja, sino todo lo contrario. Es mejor ser pobre y estar unido a Dios.
2. El proverbio parece hacerse eco de la voz austera de un antiguo sabio bíblico, el Eclesiastés o Cohélet, cuando describe el destino aparentemente igual de toda criatura viviente, la muerte, que hace totalmente inútil el apego frenético a los bienes terrenos: «Como salió del vientre de su madre, desnudo volverá, como ha venido; y nada podrá sacar de sus fatigas que pueda llevar en la mano» (Eclesiastés 5, 14). «Porque el hombre y la bestia tienen la misma suerte: muere el uno como la otra... Todos caminan hacia una misma meta» (Eclesiastés 3, 19.20).
3. Una profunda ceguera se adueña del hombre cuando cree que evitará la muerte afanándose por acumular bienes materiales: de hecho, el salmista habla de una inconciencia comparable a la de los animales.
El tema será explorado también por todas las culturas y todas las espiritualidades y será expresado de manera esencial y definitiva por Jesús, cuando declara: «Guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes» (Lucas 12, 15). Después narra la famosa parábola del rico necio que acumula bienes sin medida sin darse cuenta de que la muerte le está acechando (Cf. Lucas 12, 16-21).
4. La primera parte del Salmo está totalmente centrada precisamente en esta ilusión que se apodera del corazón del rico. Está convencido de que puede «comprar» incluso la muerte, tratando así de corromperla, como ha hecho con todas las demás cosas de las que se ha apoderado: el éxito, el triunfo sobre los demás en el ámbito social y político, la prevaricación impune, la avaricia, la comodidad, los placeres.
Pero el salmista no duda en calificar de necia esta ilusión. Recurre a una palabra que tiene un valor incluso financiero, «rescate»: «Es tan caro el rescate de la vida, que nunca les bastará para vivir perpetuamente sin bajar a la fosa» (Salmo 48, 8-10).
5. El rico, apegado a sus inmensas fortunas, está convencido de que logrará dominar incluso la muerte, tal y como ha dominado a todo y a todos con el dinero. Pero por más dinero que pueda ofrecer, su destino último será inexorable. Al igual que todos los hombres y mujeres, ricos o pobres, sabios o ignorantes, un día será llevado a la tumba, tal y como les ha sucedido a los poderosos y tendrá que dejar su tierra y ese oro tan amado, esos bienes materiales tan idolatrados (Cf. versículos 11-12). Jesús insinuará a quienes le escuchaban esta pregunta inquietante: «¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?» (Mateo 16, 26). No se puede cambiar por nada pues la vida es don de Dios, «que tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre» (Job 12, 10).
6. Entre los Padres de la Iglesia que han comentado el Salmo 48 merece particular atención san Ambrosio, que amplía su significado gracias a una visión más amplia, a partir de la invitación inicial que hace el salmista: «Oíd esto, todas las naciones; escuchadlo, habitantes del orbe».
El antiguo obispo de Milán comentaba: «Reconocemos aquí, precisamente al inicio, la voz del Señor salvador que llama los pueblos para que vengan a la Iglesia y renuncien al pecado, se conviertan en seguidores de la verdad y reconozcan la ventaja de la fe». De hecho, «todos los corazones de las diferentes generaciones han quedado contaminados por el veneno de la serpiente y la conciencia humana, esclava del pecado, no era capaz de desapegarse». Por esto el Señor, «por iniciativa suya, promete el perdón con la generosidad de su misericordia, para que el culpable deje de tener miedo y, con plena conciencia, se alegre de poder ofrecerse como siervo al Señor bueno, que ha sabido perdonar los pecados, premiar las virtudes» («Comentario a los doce Salmos», «Commento a dodici Salmi», n. 1: SAEMO, VIII, Milán-Roma 1980, p. 253).
7. En estas palabras del Salmo se escucha el eco de la invitación evangélica: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo» (Mateo 11, 28). Ambrosio sigue diciendo: «Como quien visita a los enfermos, como un médico que viene a curar nuestras dolorosas heridas, así nos prescribe el tratamiento, para que los hombres lo escuchen y todos corran con confianza a recibir el remedio de la curación... Llama a todos los pueblos al manantial de la sabiduría y del conocimiento, promete a todos la redención para que nadie viva en la angustia, para que nadie viva en la desesperación» (n. 2: ibídem, pp. 253.255).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia uno de los colaboradores del Papa leyó una síntesis de su intervención en castellano. Estas fueron sus palabras:]
El Salmo proclamado hoy es una invitación a reflexionar sobre la «vanidad de las riquezas» y sobre la ceguera que guía a los que se afanan únicamente en acumular bienes materiales. El rico, al pensar que todo lo puede comprar con dinero, olvida que ningún tesoro cambiará su condición mortal ni le dará la amistad con Dios y la salvación.
Por eso, el tener muchos bienes no es de por sí una ventaja, sino un peligro para el ser humano, que puede convertirse en verdadero esclavo de la avaricia. Por el contrario, la verdadera riqueza es la que se adquiere a los ojos de Dios.
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 15 octubre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II de este miércoles dedicada a comentar la segunda parte del Salmo 48 (14-21), «La riqueza humana no salva».
Este es el camino de los confiados,
el destino de los hombres satisfechos:
son un rebaño para el abismo,
la muerte es su pastor,
y bajan derechos a la tumba;
se desvanece su figura,
y el abismo es su casa.
Pero a mí, Dios me salva,
me saca de las garras del abismo
y me lleva consigo.
No te preocupes si se enriquece un hombre
y aumenta el fasto de su casa:
cuando muera, no se llevará nada,
su fasto no bajará con él.
Aunque en vida se felicitaba:
«te alaban, porque te has tratado bien»,
irá a reunirse con sus antepasados,
que no verán nunca la luz.
El hombre rico e inconsciente
es como un animal que perece.
1. La Liturgia de las Vísperas nos presenta el Salmo 48, de carácter sapiencial, del que se acaba de proclamar la segunda parte (Cf. versículos 14-21). Al igual que en la anterior (Cf. versículos 1-13), en la que ya hemos reflexionado, también esta sección del Salmo condena la ilusión generada por la idolatría de la riqueza. Esta es una de las tentaciones constantes de la humanidad: apegándose al dinero por considerar que está dotado de una fuerza invencible, se cae en la ilusión de poder «comprar también la muerte», alejándola de uno mismo.
2. En realidad, la muerte irrumpe con su capacidad para demoler toda ilusión, barriendo todo obstáculo, humillando toda confianza en uno mismo (Cf. versículo 14) y encaminando a ricos y pobres, soberanos y súbditos, ignorantes y sabios hacia el más allá. Es eficaz la imagen que traza el salmista al presentar la muerte como un pastor que guía con mano firme el rebaño de las criaturas corruptibles (Cf. versículo 15). El Salmo 48 nos propone, por tanto, una meditación severa y realista sobre la muerte, fundamental meta ineludible de la existencia humana.
Con frecuencia, tratamos de ignorar con todos los medios esta realidad, alejándola del horizonte de nuestro pensamiento. Pero este esfuerzo, además de inútil es inoportuno. La reflexión sobre la muerte, de hecho, es benéfica, pues relativiza muchas realidades secundarias que por desgracia hemos absolutizado, como es el caso precisamente de la riqueza, el éxito, el poder... Por este motivo, un sabio del Antiguo Testamento, Sirácida, advierte: «En todas tus acciones ten presente tu fin, y jamás cometerás pecado» (Eclesiástico, 7, 36).
3. En nuestro Salmo se da un paso decisivo. Si el dinero no logra «liberarnos» de la muerte (Cf. Salmo 48, 8-9), hay uno que puede redimirnos de ese horizonte oscuro y dramático. De hecho, el salmista dice: «Pero a mí, Dios me salva, me saca de las garras del abismo» (versículo 16).
Para el justo se abre un horizonte de esperanza y de inmortalidad. Ante la pregunta planteada al inicio del Salmo --«¿Por qué habré de temer?», versículo 6--, se ofrece ahora la respuesta: «No te preocupes si se enriquece un hombre» (versículo 17).
4. El justo, pobre y humillado en la historia, cuando llega a la última frontera de la vida, no tiene bienes, no tiene nada que ofrecer como «rescate» para detener la muerte y liberarse de su gélido abrazo. Pero llega entonces la gran sorpresa: el mismo Dios ofrece un rescate y arranca de las manos de la muerte a su fiel, pues Él es el único que puede vencer a la muerte, inexorable para las criaturas humanas.
Por este motivo, el salmista invita a «no preocuparse», a no tener envidia del rico que se hace cada vez más arrogante en su gloria (Cf. ibídem), pues, llegada la muerte, será despojado de todo, no podrá llevar consigo ni oro ni plata, ni fama ni éxito (Cf. versículos 18-19). El fiel, por el contrario, no será abandonado por el Señor, que le indicará «el camino de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre» (Cf. Salmo 15, 11).
5. Entonces podremos pronunciar, como conclusión de la meditación sapiencial del Salmo 48, las palabras de Jesús que nos describe el verdadero tesoro que desafía a la muerte: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mateo 6, 19-21).
6. Siguiendo las huellas de las palabras de Cristo, san Ambrosio en su «Comentario al Salmo 48» confirma de manera clara y firme la inconsistencia de las riquezas: «No son más que caducidades y se van más rápidamente de lo que han tardado en venir. Un tesoro de este tipo no es más que un sueño. Te despiertas y ya ha desaparecido, pues el hombre que logre purgar la borrachera de este mundo y apropiarse de la sobriedad de las virtudes, desprecia todo esto y no da valor al dinero» («Comentario a los doce salmos» --«Commento a dodici salmi»--, n. 23: SAEMO, VIII, Milán-Roma 1980, p. 275).
7. El obispo de Milán invita, por tanto, a no dejarse atraer ingenuamente por las riqueza de la gloria humana: «¡No tengas miedo, ni siquiera cuando te des cuenta de que se a agigantado la gloria de algún linaje! Aprende a mirar a fondo con atención, y te resultará algo vacío si no tiene una brizna de la plenitud de la fe». De hecho, antes de que viniera Cristo, el hombre estaba arruinado y vacío: «La desastrosa caída del antiguo Adán nos dejó sin nada, pero hemos sido colmados por la gracia de Cristo. Él se despojó de sí mismo para llenarnos y para hacer que en la carne del hombre demore la plenitud de la virtud». San Ambrosio concluye diciendo que precisamente por este motivo, podemos exclamar ahora con san Juan: «De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia» (Juan 1, 16) (Cf. ibídem).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit.]
«Oíd esto, todas las naciones, escuchadlo, habitantes del orbe, plebeyos y nobles, ricos y pobres: Mi boca hablará sabiamente i' serán muy sensatas mis reflexiones; prestaré oído al proverbio y propondré mi problema al son de la cítara».
El problema es el enigma eterno de todos los tiempos y todos los hombres. ¿Por qué sufren los justos mientras los malvados triunfan? ¿Es para tentar nuestra fe, para probar nuestra paciencia, para aumentar nuestros méritos? ¿Es para ocultar a nuestra mirada los caminos de Dios, para sacudir nuestro orgullo, para desautorizar todos nuestros cálculos humanos? ¿Es para decirnos que Dios es Dios y no hay mente humana que pueda atreverse a pedirle cuentas? ¿Es para recordarnos la pequeñez de nuestro entendimiento y la mezquindad de nuestros corazones?
¿Por qué sufren los justos, y los malvados triunfan? Todas las filosofías han atacado el problema, todos los hombres sabios y todas las mentes privilegiadas han tratado la cuestión. Tomos y tomos, discusión tras discusión. ¿Es Dios injusto? ¿Es el hombre estúpido? ¿Es que la vida no tiene sentido?
Los hombres han analizado el problema con su mente. El salmo lo canta con la cítara. Y ese gesto del salmista está lleno de sabiduría y de conocimiento del hacer humano. La profundidad del misterio de la vida del hombre sobre la tierra no es para pensarla, sino para cantarla; no puede expresarse con ecuaciones, sino con mística; no es algo para ser estudiado, sino para ser vivido.
Sí, hay cosas que no entiendo en la vida, muchas situaciones que no comprendo, muchos enigmas que no llego a descifrar.
Ahora puedo escoger entre devanarme los sesos tratando de encontrar respuesta a preguntas que generaciones de sabios no han podido contestar... o tomar la vida tal como viene, con realismo y humildad, y contestar a sus preguntas viviéndolas con delicadeza y entrega, con responsabilidad personal y sentido social, con honradez en mis acciones y compromiso en el servicio. Eso es lo que prefiero. Prefiero tratar enigmas con la cítara que con la espada. Prefiero vivir la vida antes que gastarla en razonar cómo debo vivirla. Prefiero cantar a discutir.
Acepto el enigma de la vida, Señor. Me fio de tu entender cuando falla el mío, y pongo mi vida y la de todos los hombres en tus manos con alegría y confianza. Esa es mi manera práctica de mostrar en mi vida que tú eres Señor de todo y de todos.
«A mí Dios me salva... y me lleva consigo".
CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 97
Introducción general
¿Quién podrá pagar un rescate por su vida?
Bienaventurados los pobres
No se alabe el rico por su riqueza
Oh Dios, rescátanos por tu amor
¡Qué difícil es que un rico entre en el reino de los cielos!
Resonancias en la vida religiosa
Oraciones sálmicas
[1 Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Salmo.]
2 Oíd esto, todas las naciones;
escuchadlo, habitantes del orbe:
3 plebeyos y nobles, ricos y pobres;
4 mi boca hablará sabiamente,
y serán muy sensatas mis reflexiones;
5 prestaré oído al proverbio
y propondré mi problema al son de la cítara.
6 ¿Por qué habré de temer los días aciagos,
cuando me cerquen y acechen los malvados,
7 que confían en su opulencia
y se jactan de sus inmensas riquezas,
8 si nadie puede salvarse
ni dar a Dios un rescate?
9 Es tan caro el rescate de la vida,
que nunca les bastará
10 para vivir perpetuamente
sin bajar a la fosa.
11 Mirad: los sabios mueren,
lo mismo que perecen los ignorantes y necios,
y legan sus riquezas a extraños.
12 El sepulcro es su morada perpetua
y su casa de edad en edad,
aunque hayan dado nombre a países.
13 El hombre no perdura en la opulencia,
sino que perece como los animales.
14 Éste es el camino de los confiados,
el destino de los hombres satisfechos:
15 son un rebaño para el abismo,
la muerte es su pastor,
y bajan derechos a la tumba;
se desvanece su figura,
y el abismo es su casa.
16 Pero a mí, Dios me salva,
me saca de las garras del abismo
y me lleva consigo.
17 No te preocupes si se enriquece un hombre
y aumenta el fasto de su casa:
18 cuando muera, no se llevará nada,
su fasto no bajará con él.
19 Aunque en vida se felicitaba:
"Ponderan lo bien que lo pasas",
20 irá a reunirse con sus antepasados,
que no verán nunca la luz.
21 El hombre rico e inconsciente
es como un animal que perece.
VV. 2-5. Introducción solemne, de estilo sapiencial; reclama una audiencia universal, que merecen sus reflexiones; en ellas hay un problema o enigma.
VV. 6-10. Los ricos, malvados y opresores, no tienen dinero suficiente para comprar a Dios una vida perpetua.
V. 11. Tampoco la sabiduría basta para salvar al hombre. Los ricos mueren, aunque sean sabios.
V. 12. Ni basta la fama de fundadores de ciudades, dándoles el propio nombre; porque a la ciudad terrena sucede la morada del sepulcro.
V. 13. El hombre comparte con los animales este destino de morir.
V. 14. Confiados y satisfechos en sus riquezas, en su sabiduría, en su propio poder; no necesitan a Dios.
V. 15. El abismo es el seol o morada de los muertos.
V. 16. Es la clave del problema: el salmista, que pertenece a los pobres oprimidos, conoce por experiencia que Dios salva, aun del peligro de muerte; quizás espera una liberación posterior. Dios es capaz de salvar incluso de la muerte, del abismo. "Llevar" consigo es la fórmula empleada para Enoc y Elías: es una fórmula misteriosa, que en sí misma queda abierta a varios grados de significación.
V. 17. La enseñanza, apoyada en experiencia y esperanza, adopta un tono de exhortación. La riqueza de los malvados no debe ser una tentación para el bueno, basta esperar el desenlace.[L. Alonso Schökel]
Los versículos entre [] no se leen en la liturgia
1. Juan Pablo II: Vanidad de las riquezas
Meditación sobre el Salmo 48
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 20 octubre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II durante la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el Salmo 48, «Vanidad de las riquezas».
1. Nuestra meditación sobre el Salmo 48 se dividirá en dos etapas, como hace la Liturgia de las Vísperas, que nos lo propone en dos momentos. Comentaremos ahora de manera esencial la primera parte, en la que la reflexión toma pie de una situación difícil, como en el Salmo 72. El justo tiene que afrontar «días aciagos», pues le acechan «los malvados, que confían en su opulencia» (Cf. Salmo 48, 6-7).
La conclusión a la que llega el justo es formulada como una especie de proverbio, que volverá a aparecer al final del Salmo. Sintetiza nítidamente el mensaje de esta composición poética: «El hombre rico e inconsciente es como un animal que perece» (versículo 13). En otras palabras, las «inmensas riquezas» no son una ventaja, sino todo lo contrario. Es mejor ser pobre y estar unido a Dios.
2. El proverbio parece hacerse eco de la voz austera de un antiguo sabio bíblico, el Eclesiastés o Cohélet, cuando describe el destino aparentemente igual de toda criatura viviente, la muerte, que hace totalmente inútil el apego frenético a los bienes terrenos: «Como salió del vientre de su madre, desnudo volverá, como ha venido; y nada podrá sacar de sus fatigas que pueda llevar en la mano» (Eclesiastés 5, 14). «Porque el hombre y la bestia tienen la misma suerte: muere el uno como la otra... Todos caminan hacia una misma meta» (Eclesiastés 3, 19.20).
3. Una profunda ceguera se adueña del hombre cuando cree que evitará la muerte afanándose por acumular bienes materiales: de hecho, el salmista habla de una inconciencia comparable a la de los animales.
El tema será explorado también por todas las culturas y todas las espiritualidades y será expresado de manera esencial y definitiva por Jesús, cuando declara: «Guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes» (Lucas 12, 15). Después narra la famosa parábola del rico necio que acumula bienes sin medida sin darse cuenta de que la muerte le está acechando (Cf. Lucas 12, 16-21).
4. La primera parte del Salmo está totalmente centrada precisamente en esta ilusión que se apodera del corazón del rico. Está convencido de que puede «comprar» incluso la muerte, tratando así de corromperla, como ha hecho con todas las demás cosas de las que se ha apoderado: el éxito, el triunfo sobre los demás en el ámbito social y político, la prevaricación impune, la avaricia, la comodidad, los placeres.
Pero el salmista no duda en calificar de necia esta ilusión. Recurre a una palabra que tiene un valor incluso financiero, «rescate»: «Es tan caro el rescate de la vida, que nunca les bastará para vivir perpetuamente sin bajar a la fosa» (Salmo 48, 8-10).
5. El rico, apegado a sus inmensas fortunas, está convencido de que logrará dominar incluso la muerte, tal y como ha dominado a todo y a todos con el dinero. Pero por más dinero que pueda ofrecer, su destino último será inexorable. Al igual que todos los hombres y mujeres, ricos o pobres, sabios o ignorantes, un día será llevado a la tumba, tal y como les ha sucedido a los poderosos y tendrá que dejar su tierra y ese oro tan amado, esos bienes materiales tan idolatrados (Cf. versículos 11-12). Jesús insinuará a quienes le escuchaban esta pregunta inquietante: «¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?» (Mateo 16, 26). No se puede cambiar por nada pues la vida es don de Dios, «que tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre» (Job 12, 10).
6. Entre los Padres de la Iglesia que han comentado el Salmo 48 merece particular atención san Ambrosio, que amplía su significado gracias a una visión más amplia, a partir de la invitación inicial que hace el salmista: «Oíd esto, todas las naciones; escuchadlo, habitantes del orbe».
El antiguo obispo de Milán comentaba: «Reconocemos aquí, precisamente al inicio, la voz del Señor salvador que llama los pueblos para que vengan a la Iglesia y renuncien al pecado, se conviertan en seguidores de la verdad y reconozcan la ventaja de la fe». De hecho, «todos los corazones de las diferentes generaciones han quedado contaminados por el veneno de la serpiente y la conciencia humana, esclava del pecado, no era capaz de desapegarse». Por esto el Señor, «por iniciativa suya, promete el perdón con la generosidad de su misericordia, para que el culpable deje de tener miedo y, con plena conciencia, se alegre de poder ofrecerse como siervo al Señor bueno, que ha sabido perdonar los pecados, premiar las virtudes» («Comentario a los doce Salmos», «Commento a dodici Salmi», n. 1: SAEMO, VIII, Milán-Roma 1980, p. 253).
7. En estas palabras del Salmo se escucha el eco de la invitación evangélica: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo» (Mateo 11, 28). Ambrosio sigue diciendo: «Como quien visita a los enfermos, como un médico que viene a curar nuestras dolorosas heridas, así nos prescribe el tratamiento, para que los hombres lo escuchen y todos corran con confianza a recibir el remedio de la curación... Llama a todos los pueblos al manantial de la sabiduría y del conocimiento, promete a todos la redención para que nadie viva en la angustia, para que nadie viva en la desesperación» (n. 2: ibídem, pp. 253.255).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia uno de los colaboradores del Papa leyó una síntesis de su intervención en castellano. Estas fueron sus palabras:]
El Salmo proclamado hoy es una invitación a reflexionar sobre la «vanidad de las riquezas» y sobre la ceguera que guía a los que se afanan únicamente en acumular bienes materiales. El rico, al pensar que todo lo puede comprar con dinero, olvida que ningún tesoro cambiará su condición mortal ni le dará la amistad con Dios y la salvación.
Por eso, el tener muchos bienes no es de por sí una ventaja, sino un peligro para el ser humano, que puede convertirse en verdadero esclavo de la avaricia. Por el contrario, la verdadera riqueza es la que se adquiere a los ojos de Dios.
2. Juan Pablo II: «La riqueza humana no salva»
Comentario a la segunda parte del Salmo 48
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 15 octubre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II de este miércoles dedicada a comentar la segunda parte del Salmo 48 (14-21), «La riqueza humana no salva».
Este es el camino de los confiados,
el destino de los hombres satisfechos:
son un rebaño para el abismo,
la muerte es su pastor,
y bajan derechos a la tumba;
se desvanece su figura,
y el abismo es su casa.
Pero a mí, Dios me salva,
me saca de las garras del abismo
y me lleva consigo.
No te preocupes si se enriquece un hombre
y aumenta el fasto de su casa:
cuando muera, no se llevará nada,
su fasto no bajará con él.
Aunque en vida se felicitaba:
«te alaban, porque te has tratado bien»,
irá a reunirse con sus antepasados,
que no verán nunca la luz.
El hombre rico e inconsciente
es como un animal que perece.
1. La Liturgia de las Vísperas nos presenta el Salmo 48, de carácter sapiencial, del que se acaba de proclamar la segunda parte (Cf. versículos 14-21). Al igual que en la anterior (Cf. versículos 1-13), en la que ya hemos reflexionado, también esta sección del Salmo condena la ilusión generada por la idolatría de la riqueza. Esta es una de las tentaciones constantes de la humanidad: apegándose al dinero por considerar que está dotado de una fuerza invencible, se cae en la ilusión de poder «comprar también la muerte», alejándola de uno mismo.
2. En realidad, la muerte irrumpe con su capacidad para demoler toda ilusión, barriendo todo obstáculo, humillando toda confianza en uno mismo (Cf. versículo 14) y encaminando a ricos y pobres, soberanos y súbditos, ignorantes y sabios hacia el más allá. Es eficaz la imagen que traza el salmista al presentar la muerte como un pastor que guía con mano firme el rebaño de las criaturas corruptibles (Cf. versículo 15). El Salmo 48 nos propone, por tanto, una meditación severa y realista sobre la muerte, fundamental meta ineludible de la existencia humana.
Con frecuencia, tratamos de ignorar con todos los medios esta realidad, alejándola del horizonte de nuestro pensamiento. Pero este esfuerzo, además de inútil es inoportuno. La reflexión sobre la muerte, de hecho, es benéfica, pues relativiza muchas realidades secundarias que por desgracia hemos absolutizado, como es el caso precisamente de la riqueza, el éxito, el poder... Por este motivo, un sabio del Antiguo Testamento, Sirácida, advierte: «En todas tus acciones ten presente tu fin, y jamás cometerás pecado» (Eclesiástico, 7, 36).
3. En nuestro Salmo se da un paso decisivo. Si el dinero no logra «liberarnos» de la muerte (Cf. Salmo 48, 8-9), hay uno que puede redimirnos de ese horizonte oscuro y dramático. De hecho, el salmista dice: «Pero a mí, Dios me salva, me saca de las garras del abismo» (versículo 16).
Para el justo se abre un horizonte de esperanza y de inmortalidad. Ante la pregunta planteada al inicio del Salmo --«¿Por qué habré de temer?», versículo 6--, se ofrece ahora la respuesta: «No te preocupes si se enriquece un hombre» (versículo 17).
4. El justo, pobre y humillado en la historia, cuando llega a la última frontera de la vida, no tiene bienes, no tiene nada que ofrecer como «rescate» para detener la muerte y liberarse de su gélido abrazo. Pero llega entonces la gran sorpresa: el mismo Dios ofrece un rescate y arranca de las manos de la muerte a su fiel, pues Él es el único que puede vencer a la muerte, inexorable para las criaturas humanas.
Por este motivo, el salmista invita a «no preocuparse», a no tener envidia del rico que se hace cada vez más arrogante en su gloria (Cf. ibídem), pues, llegada la muerte, será despojado de todo, no podrá llevar consigo ni oro ni plata, ni fama ni éxito (Cf. versículos 18-19). El fiel, por el contrario, no será abandonado por el Señor, que le indicará «el camino de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre» (Cf. Salmo 15, 11).
5. Entonces podremos pronunciar, como conclusión de la meditación sapiencial del Salmo 48, las palabras de Jesús que nos describe el verdadero tesoro que desafía a la muerte: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mateo 6, 19-21).
6. Siguiendo las huellas de las palabras de Cristo, san Ambrosio en su «Comentario al Salmo 48» confirma de manera clara y firme la inconsistencia de las riquezas: «No son más que caducidades y se van más rápidamente de lo que han tardado en venir. Un tesoro de este tipo no es más que un sueño. Te despiertas y ya ha desaparecido, pues el hombre que logre purgar la borrachera de este mundo y apropiarse de la sobriedad de las virtudes, desprecia todo esto y no da valor al dinero» («Comentario a los doce salmos» --«Commento a dodici salmi»--, n. 23: SAEMO, VIII, Milán-Roma 1980, p. 275).
7. El obispo de Milán invita, por tanto, a no dejarse atraer ingenuamente por las riqueza de la gloria humana: «¡No tengas miedo, ni siquiera cuando te des cuenta de que se a agigantado la gloria de algún linaje! Aprende a mirar a fondo con atención, y te resultará algo vacío si no tiene una brizna de la plenitud de la fe». De hecho, antes de que viniera Cristo, el hombre estaba arruinado y vacío: «La desastrosa caída del antiguo Adán nos dejó sin nada, pero hemos sido colmados por la gracia de Cristo. Él se despojó de sí mismo para llenarnos y para hacer que en la carne del hombre demore la plenitud de la virtud». San Ambrosio concluye diciendo que precisamente por este motivo, podemos exclamar ahora con san Juan: «De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia» (Juan 1, 16) (Cf. ibídem).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit.]
3. EL ENIGMA ETERNO
«Oíd esto, todas las naciones, escuchadlo, habitantes del orbe, plebeyos y nobles, ricos y pobres: Mi boca hablará sabiamente i' serán muy sensatas mis reflexiones; prestaré oído al proverbio y propondré mi problema al son de la cítara».
El problema es el enigma eterno de todos los tiempos y todos los hombres. ¿Por qué sufren los justos mientras los malvados triunfan? ¿Es para tentar nuestra fe, para probar nuestra paciencia, para aumentar nuestros méritos? ¿Es para ocultar a nuestra mirada los caminos de Dios, para sacudir nuestro orgullo, para desautorizar todos nuestros cálculos humanos? ¿Es para decirnos que Dios es Dios y no hay mente humana que pueda atreverse a pedirle cuentas? ¿Es para recordarnos la pequeñez de nuestro entendimiento y la mezquindad de nuestros corazones?
¿Por qué sufren los justos, y los malvados triunfan? Todas las filosofías han atacado el problema, todos los hombres sabios y todas las mentes privilegiadas han tratado la cuestión. Tomos y tomos, discusión tras discusión. ¿Es Dios injusto? ¿Es el hombre estúpido? ¿Es que la vida no tiene sentido?
Los hombres han analizado el problema con su mente. El salmo lo canta con la cítara. Y ese gesto del salmista está lleno de sabiduría y de conocimiento del hacer humano. La profundidad del misterio de la vida del hombre sobre la tierra no es para pensarla, sino para cantarla; no puede expresarse con ecuaciones, sino con mística; no es algo para ser estudiado, sino para ser vivido.
Sí, hay cosas que no entiendo en la vida, muchas situaciones que no comprendo, muchos enigmas que no llego a descifrar.
Ahora puedo escoger entre devanarme los sesos tratando de encontrar respuesta a preguntas que generaciones de sabios no han podido contestar... o tomar la vida tal como viene, con realismo y humildad, y contestar a sus preguntas viviéndolas con delicadeza y entrega, con responsabilidad personal y sentido social, con honradez en mis acciones y compromiso en el servicio. Eso es lo que prefiero. Prefiero tratar enigmas con la cítara que con la espada. Prefiero vivir la vida antes que gastarla en razonar cómo debo vivirla. Prefiero cantar a discutir.
Acepto el enigma de la vida, Señor. Me fio de tu entender cuando falla el mío, y pongo mi vida y la de todos los hombres en tus manos con alegría y confianza. Esa es mi manera práctica de mostrar en mi vida que tú eres Señor de todo y de todos.
«A mí Dios me salva... y me lleva consigo".
CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 97
* * *
El salmo 48 es una exhortación sapiencial sobre el problema de los malos ricos y los buenos pobres, con alusión expresa a la vida futura y su sanción. El Salmo 72 dará un paso más en la solución. La importancia doctrinal de este salmo es grande por las enseñanzas que contiene sobre la inmortalidad del alma (vv. 15-20), la condenación de los malos al seol (v. 15), diferente estado de los buenos en el seol y, sobre todo, su futura unión con Yahvé (v. 16). El contraste entre ricos soberbios y pobres piadosos fue tan agudo y generalizado en la época de los profetas Amós, Oseas e Isaías, que tal vez el salmo sea de ese tiempo (s. VIII a. C.). Consta de dos partes, precedidas de una introducción: a) Invitación introductoria a ricos y pobres de todo el orbe, vv. 2-5; b) el rico opresor todo lo pierde con la muerte, vv. 6-13; c) el piadoso pobre, en cambio, será acogido por Yahvé, vv. 14-21.
VV. 2-5. No hay en todo el Salterio invitación tan enfática. Recuerda las de Moisés, Isaías, Miqueas. El orbe o el mundo tiene aquí un sentido universalista absoluto, paralelo a pueblos o naciones. Esa universalidad la expresan también las dos categorías de hombres: el rico o feliz y el pobre o infeliz. Con ello insinúa el poeta cuál es el objeto preciso de su exhortación: el problema de las diferencias sociales. Sobre él va a proferir sabias reflexiones, que le brotarán del corazón, y que recibe a modo de inspiración profética, prestando oído al proverbio. Y el modo de exponer esa inspiración divina será como enigma o problema. Y cantando, no en habla sencilla, acompañando el canto con la cítara. El canto del salmo sapiencial acompañado de música se hacía en la calle.
VV. 6-13. Expone el problema «¿Por qué el bueno es atribulado por el malo?» en primera persona y bajo el aspecto del temor: Por qué habré de temer los días aciagos. Estos no son días cualesquiera, sino los causados por los suplantadores que me cercan acechándome. Esos acechadores son gente rica y confiada en sus riquezas para sus fines perversos. La solución apunta recordando la muerte, de la que no puede el hombre redimirse con dinero, pues ante Dios no tiene precio de rescate, como lo tenía entre los hombres en ciertos casos establecidos por la ley (Ex 21,30; 30,12). El v. 9 es un paréntesis entre los vv. 8 y 10. Ni las riquezas ni la ciencia libran de la muerte. Sólo les quedará el sepulcro a los que quisieron perpetuarse dando sus nombres a sus tierras. El estribillo (v. 13), en forma sentenciosa, recoge el principio sapiencial subyacente a toda la estrofa:El hombre no perdura en la opulencia, por mucha que sea. Por la caducidad de su vida es semejante a los animales que fenecen.
VV. 14-21. El v. 14 parece un resumen de la parte anterior y comienzo de ésta, que describe la situación de los ricos en el más allá. Son un rebaño para el abismo, como rebaño en el seol, como grey de animales sumisos, no como señores dominantes, estarán bajo el dominio de la muerte, sometidos a los rectos, a quienes en la tierra oprimieron. Ese dominio de los justos sobre los injustos se pone en el seol, que en la antigua creencia israelítica era morada común de los difuntos, buenos y malos, pero en diferente situación, pues los malos estaban sujetos a los buenos.
V. 16. Solución al problema. Opuesta a la suerte del rico mundano es la del piadoso salmista, que habla en nombre de los pobres oprimidos. A mí Dios me salva o redimirá mi vida del poder del seol. La contraposición inicial, Pero a mí, pudiera sugerir que, al contrario del rico mundano, ya fuera de este mundo, con el cuerpo encerrado en el sepulcro y su alma en el seol, el justo Dios le ha de liberar de esos tres males, o sea prácticamente le ha de conservar la vida. Para algunos autores eso es lo que se dice aquí. Pero la frase puede tener un más alto sentido, el de no dejar Yahvé sin protección especial al justo aun puesto ya en el seol (cf. Sal 15,10; 72,24). Eso es lo que persuade, pues me acogerá. Esta expresión, cuando no tiene un complemento explícito o contexto que la limite a un caso particular, equivale a «tomar, acoger o llevar a otro consigo». Así, Saúl tomó consigo a David (1 Sam 18,2). Dicha de Dios, es la frase consagrada para las asunciones divinas de personajes como Henoc (Gén 5,24) o Elías (2 Re 2,3.5.9). Según este uso, la exégesis del pasaje no es otra que ésta: el salmista espera ser llevado o asumido por Yahvé, sin bajar al seol, o bien, una vez puesto en él, será ulteriormente acogido con los rectos, que en el seol dominan a los injustos. En cuál de los dos modos pensara el salmista no puede determinarse; pero restringir su alcance a esperanzas meramente temporales en esta vida es contrario al texto y al contexto.
VV. 17-21. Nueva exhortación al pobre piadoso repitiendo las enseñanzas de la primera parte. La gloria o fasto de su casa es la que dan las riquezas, de las que el rico se vale para atemorizar al pobre, a la viuda, al desvalido. Esa gloria o fasto no se lo llevará consigo. Es un aforismo de orden natural, que los autores sapienciales repiten con frecuencia. «Ponderan lo bien que lo pasas» es una cita tácita, que se lee mejor como prótasis antitética del verso siguiente. El desenlace es la morada de sus padres, el seol, donde no verá la luz jamás. El v. 21 repite el estribillo del v. 13.
[Extraído de R. Arconada, en La Sagrada Escritura. Texto y comentario, de la BAC]
MONICIÓN SÁLMICA
El salmo 48 es un poema sapiencial sobre la vanidad de las riquezas y la brevedad de la vida. Al final de la jornada, escuchar atentamente estas reflexiones de un sabio puede centrar nuestro espíritu, excesivamente turbado quizá por los quehaceres y preocupaciones de la jornada.
Ha pasado ya un nuevo día de nuestra vida, y como él terminará también nuestro vivir en la tierra. ¿Por qué, pues, temer tanto ante males que sólo duran un instante? ¿Por qué habré de temer los días aciagos?, se pregunta el salmista; y ¿por qué esperar tanto de nosotros mismos y desesperar ante nuestros fracasos, si nadie puede salvarse a sí mimo?
Pero la sabiduría a que nos exhorta el salmista no es una sabiduría sólo negativa. Los días aciagos terminarán, como termina la vida terrena de los sabios y de los ignorantes y como desaparecerán un día las riquezas y todos los planes de los hombres satisfechos y confiados en sí mismos. Pero hay una salvación que no desaparecerá -que el salmista sólo entrevé, pero que nosotros conocemos ya totalmente por la revelación de Jesucristo-, porque, si bien es verdad que el hombre de por sí es como un animal que perece, que irá a reunirse en el sepulcro con sus antepasados, este mismo hombre será salvado por Dios de las garras del Abismo y el Señor le llevará consigo. Ésta es la esperanza cristiana, capaz de superar todo pesimismo humano.
En la celebración comunitaria, es recomendable que este salmo sea proclamado por un salmista; no es necesario dividir con el «Gloria al Padre» y la antífona sus dos partes; es mejor proclamar el salmo todo seguido (cf.Ordenación general de la Liturgia de las Horas, número 124). La asamblea podría recitar la primera antífona antes de empezar la proclamación por el salmista, y la segunda cuando el salmista haya terminado, después del «Gloria al Padre» final.
Oración I: Señor Dios, fuente y origen de toda sabiduría, haz que nuestra boca hable sabiamente y que sean sensatas nuestras reflexiones: que, iluminados por tu palabra, no temamos los días aciagos ni envidiemos al hombre que se enriquece y aumenta el fasto de su casa; que nuestra paz sea saber que tú nos salvas, nos sacas de las garras del Abismo y nos llevas contigo para que contigo vivamos, por los siglos de los siglos. Amén.
Oración II: Haz, Señor, que nuestras reflexiones sean sensatas y nuestra boca hable siempre sabiamente; que no tengamos que temer los días aciagos ni merezcamos ser tratados como un animal que perece, por no haber apreciado el tesoro de nuestra fe; que nos apoyemos sólo en ti, el único Dios que salva y saca de las garras del Abismo para llevarnos consigo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[ Pedro Farnés]
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MONICIONES PARA EL REZO CRISTIANO DEL SALMO
Es una reflexión sapiencial que se hace uno de los «pobres de Yahvé», destinada a todos: ricos y pobres, plebeyos y nobles. La reflexión versa sobre el valor de la riqueza y de la pobreza; o quizá mejor, sobre el destino de los ricos y de los pobres. Aquéllos, que fundamentan su vida en la riqueza, tienen una existencia insegura. Su riqueza es vanidad y su destino el Seol. Para los pobres el salmo es una lección de esperanza. Como el salmista, serán rescatados del Seol. El vocabulario empleado nos induce a datar tardíamente este salmo. Tal vez sea de comienzos del siglo II antes de Cristo. Consta de una introducción (vv. 2-5), que es una invitación a escuchar. Sigue el planteamiento del problema (vv. 6-8) y dos respuestas complementarias (vv. 9-13 y 14-21). La Liturgia de Vísperas lo propone en dos partes separadas: vv. 2-13 y 14-21.
Si las riquezas no libran de la muerte, como enseñaban los vv. 2-13, la Muerte misma es el pastor que conduce al rebaño humano hacia la tumba, enseñan los vv. 14-21. El sepulcro, no los ricos palacios, será la morada de los ricos. El pobre, por el contrario, escapará de la muerte. El Dios justo no se deja sobornar por el dinero de los ricos, mientras que tiene su complacencia en los pobres que se fían de Él. La valoración de las riquezas y la retribución son los temas de esta segunda parte del salmo.
En la celebración comunitaria, sería aconsejable que la meditación sapiencial de la primera parte del salmo fuera recitada por salmistas individuales, mientras la asamblea recibe la Palabra. Se podría hacer del siguiente modo:
Presidente, Introducción: «Oíd todas las naciones... al son de la cítara» (vv. 2-5).
Salmista 1.º, Exposición del problema: «¿Por qué habré de temer... a Dios un rescate?» (vv. 6-8).
Salmista 2.º, Respuesta al problema: «Es tan caro el rescate... perece como los animales» (vv. 9.13).
En la segunda parte del salmo, los primeros versículos continúan la reflexión sobre el destino de los ricos. A partir del v. 16 cambia el tono mediante una adversativa: Pero. Aquí el pobre expone el mundo de sus confianzas y a continuación pasa a consolar a quienes son pobres como él. Las riquezas de los malvados no deben ser una tentación para los buenos. Todo está expuesto en tono sapiencial. Por cuanto antecede sugerimos la siguiente salmodia:
Salmista 1.º, Destino de los ricos: «Este es el camino... el abismo es su casa» (vv. 14-15).
Salmista 2.º, Seguridad del pobre: «Pero a mí Dios me salva... y me lleva consigo» (v. 16).
Salmista 3.º, Consolación a los pobres: «No te preocupes... es como un animal que perece» (vv. 17-21).
La asamblea puede responder a cada estrofa con la antífona o cantando «Confiad siempre en Dios», u otro canto parecido.
Una enseñanza para los ricos
El salmista, aunque sea pobre, no es un demagogo: también los ricos y los nobles tienen cabida en su escuela. Quienes en el Nuevo Testamento son amigos del dinero no están excluidos, sin más, de la escuela del Rabino de Nazaret. Para ellos vale el axioma evangélico: «Haceos amigos con las riquezas injustas» (Lc 16,9). Las riquezas, confiadas al hombre, pertenecen al Creador. Comienzan a ser injustas cuando el hombre se apropia de ellas, transformándolas en ídolo, lo cual es un atentado contra Dios, por ser un expolio a los hombres. El rico ha de ser el «limosnero» de la comunidad. Así, cuando las riquezas lleguen a faltarle, será recibido en las eternas moradas (Lc 16,9). Si el rico fuera capaz de comportarse de este modo sabría apreciar el dicho evangélico: «Lo que es estimable para los hombres es abominable para Dios» (Lc 16,15). Pidamos a Dios que abra los ojos a los ricos.
Para que el primogénito tuviera derecho a la vida debía ser rescatado (Ex 13,15). También el homicida involuntario podía rescatar su vida mediante un precio adecuado (Ex 21,29). Pero ¿quién pagará al pastor del rebaño humano? La muerte es impagable. Los tesoros del rico no son suficientes para sobornarlo. ¿Qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? El hombre, nada. Pero el Hijo del hombre vino a «dar su vida como rescate por muchos». Él fue el primer salvado de las «garras del abismo». Junto con él puede serlo el resto de la humanidad, con tal de que los hombres vivamos para Aquel que murió y resucitó por nosotros. La mejor inversión que podemos hacer no es ganar el mundo entero, que nos conduce a la pérdida de la vida; sino ganar a Cristo, que nos rescata la vida.
La pobreza «en sí» es un mal, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Pero es un «en sí» inexistente. Tan sólo existen los pobres. De entre éstos, aquellos que tienen una actitud de humildad ante Dios forman el ejército de «los pobres de Yahvé». Su secreta sabiduría les ha llevado a descubrir que sólo hay una Roca firme en la que sustentarse. «¿Por qué han de temer los días aciagos?» (vv. 6 y 17). El cristiano, y sobre todo el religioso, quiere construir su vida sobre el Pobre por excelencia, un hombre-para-los-hombres, por quienes murió y resucitó. Estos hombres son bienaventurados porque suyo es el Reino de los cielos.
El hombre tiende a construirse sus propios dioses, a los que confía el éxito de su vida. Uno de ellos es el dios «Riqueza». Es una conducta insensata, acreedora del vituperio evangélico: «¡Necio!, esta noche te reclamarán la vida; y las cosas que preparaste, ¿para quién serán?» (Lc 12-20). Acumular riquezas, precisamente en los últimos días, es amontonar herrumbre y polilla. Más le vale al hombre buscar el tesoro donde no llega ni la herrumbre, ni la polilla, ni el ladrón. Tal vez tenga que renunciar a la riqueza y plegarse ante el único Absoluto, como hizo Jesús. Fue el hombre que no tenía dónde reclinar la cabeza, pero reclinándola sobre el vacío de su absoluta pobreza nos enriqueció sobremanera. Pidamos a Dios la valentía de una pobreza sincera, que enriquezca a muchos.
El salmista tiene una íntima seguridad no en sí mismo, sino en Dios. Él le salvará, le sacará de las garras del abismo y le llevará consigo (v. 16). Consigo llevó a otros personajes santos del pasado: Enoc y Elías. Lázaro, el pobre, después de su muerte fue llevado al seno de Abraham; el rico Epulón, por el contrario, fue sepultado. El enigma de aquellas asunciones o el misterio de la parábola se desvela en la persona del Cristo pobre elevado al cielo y sentado a la diestra del poder de Dios. Ha sido la obra maravillosa del poder de Dios. Sobrepasa con mucho las sensatas reflexiones de nuestro salmo. Si aún vale la despreocupación ante la riqueza es porque ella no nos salvará, sino el Dios clemente y amoroso que ya ha actuado en Cristo pobre. ¡Oh Dios, sálvanos por tu poder y llévanos contigo!
La riqueza vale para andar por casa. Los demás pueden ponderar qué bien lo pasa el rico. Tiene bienes almacenados para muchos años. Ahora puede comer, beber y banquetear (Lc 12,19). Pero cuando se vaya para no volver más, le será imposible entrar en el Reino de la luz, por ser muy rico. Dios, no obstante, puede cambiar el corazón del rico, como hizo con el rico Zaqueo, y hacerle comprender que el Reino es preferible a los vínculos familiares e impone una renuncia a todos los bienes. De este modo, el discípulo carga cada día con su cruz y va tras Jesús. Convierte en tarea diaria el gesto realizado por el Maestro de una vez para siempre: cargando con la cruz salió camino del Gólgota. Renunciar a las riquezas es aplicarse el sufrimiento mortal de Jesús. ¿Querrá el rico cambiar la gloria de sus riquezas por la necedad de la cruz?
Ser pobre, una forma de sabiduría: La pobreza evangélica que hemos asumido nos coloca entre el grupo despreciado de los pobres, plebeyos, ignorantes, de los que «no son nada» a los ojos de los demás. Por ello, la existencia nos resultará en más de una ocasión precaria, dolorosa, aciaga, y rebrotará en nosotros una imponderable avidez de aquello que no tenemos y a lo que hemos renunciado.
En cambio, contemplamos la realidad en toda su crudeza: el rico no puede asegurarse su vida para siempre; la ciencia e inteligencia, como la fama y el prestigio, son estrellas fugaces que desaparecen en la historia: «el hombre no perdura en la opulencia, sino que perece como los animales».
Ser pobre es en esta perspectiva una forma de sabiduría, que compara la realidad cambiante con los valores absolutos y pone en ellos todo el acento. El pobre evangélico renuncia al dinero, a la sabiduría arrogante, pero no para quedarse en la inopia, sino para situarse allí donde es posible la genuina riqueza y el auténtico y absoluto saber.
El nuestro es el grupo de los humildes: No formamos parte, por vocación, del grupo de los arrogantes de este mundo, de los «famosos», de aquéllos que caminan confiados en la fuerza y maestría de sus guardaespaldas, de los que «se lo pasan bien». Por vocación, el nuestro es el grupo de los humildes, de los inseguros, de los que deben sufrir privaciones, contrariedades.
No es ésta, sin embargo, una condición misántropa, en absoluto. Dios nos regala con su gloria, nos engrandece con su protección: «A mí Dios me salva». Dios es nuestro éxtasis, nuestra diversión gozosa y permanente e indeficiente: «¡Me lleva consigo!»
Felicidades pueden desearse de verdad a quienes son conscientes de la verdadera dicha y la buscan en Dios. Que nuestra comunidad religiosa camine en la verdad, siendo humilde y solidarizándose teórica y prácticamente con todos los humildes de nuestro mundo y espere con optimismo la fuerza salvadora de Dios.
Oración I: Concede, oh Dios, la inconmensurable riqueza de tu gracia a aquellos que disponen de dinero y poder en este mundo, para que los hagan revertir generosa y sobreabundantemente en bien de tantos hombres empobrecidos e impotentes y prematuramente destinados a la muerte. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración II: Danos, Señor, un corazón sensato para que apreciemos el valor de las cosas y de la ciencia humana en su justa medida; no permitas que nos invada la jactancia insensata de los ricos, ni el orgullo ateo de los que se creen sabios; haznos comunidad de pobres y sencillos, para que recibamos por tu gracia la revelación del Misterio de tu voluntad. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración III: Concédenos, Dios nuestro, aquella sabiduría secreta que nos lleva a descubrir que sólo Tú eres la Roca firme en la que podemos sustentarnos, y haz que construyamos nuestra existencia sobre el fundamento de Cristo, nuestra resurrección segura. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración IV: Que nuestro tesoro sólo seas Tú, Señor, y que en ti únicamente encontremos nuestra riqueza; intégranos en el grupo de tus pobres, de aquellos que ponen en ti toda su confianza y sólo de ti esperan su porvenir. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración V: Tu, Señor poderoso, nos salvas de las garras del abismo y nos llevas contigo; que no perdamos nunca esta íntima seguridad, que Tú mismo alientas en nosotros y que toda nuestra vida se convierta en un caminar perseverante hacia Ti. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oración VI: Que nuestra comunidad, Señor, camine en la verdad, siendo humilde y pobre, solidaria con los humildes y los pobres de nuestro mundo, como tu Hijo Jesús; y haz que con Él y con ellos esperemos ardientemente la manifestación definitiva de tu fuerza salvadora. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[ Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]