Salmo 47 (46): El Señor es rey de todas las cosas


Himno a Yahvé rey.
La liturgia cristiana ha aplicado este salmo a la Ascensión del Señor. Partiendo de su escondimiento, cumplió su peregrinación, hasta ser exaltado y sentarse en el trono del cielo; desde allí afirma su dominio sobre todos los pueblos, uniendo a gentiles con los hijos de Abrahán y preparando su reino definitivo. [L. Alonso Schökel]

  [1 Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Salmo.]
2 Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo;
3 porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra.
4 Él nos somete los pueblos y nos sojuzga las naciones;
5 él nos escogió por heredad suya: gloria de Jacob, su amado.
6 Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas:
7 tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro rey, tocad.
8 Porque Dios es el rey del mundo: tocad con maestría.
9 Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado.
10 Los príncipes de los gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de Abrahán; porque de Dios son los grandes de la tierra, y él es excelso.
«El Señor nos escogió nuestra herencia». Tú dividiste la Tierra Prometida entre las tribus de Israel, Señor, y tú has determinado las circunstancias de historia, familia y sociedad en que yo he de vivir. Mi tierra prometida, mi herencia, mi «viña» en términos bíblicos.
Te doy las gracias por mi viña, la acepto de tu mano, quiero declararte, directa y claramente, que me agrada la vida que para mí has escogido, que estoy orgulloso de los tiempos en que vivo, que me encuentro a gusto en mi cultura y feliz en mi tierra.
Es fantástico estar vivo en este momento de la historia, y me alegro de ello con toda el alma, Señor. Tú me preparas cada día los acontecimientos que salen a mi encuentro, las noticias que leo, el tiempo que me espera y el estado de alma que se apodera de mí.
Tú me preparas mi heredad. Tú me entregas mi viña día a día.
Enséñame a arar la tierra, a dominar esos estados de alma, a tratar a los que encuentro, a sacar provecho de todos los acontecimientos que tú me envías.
Soy hijo de mi tiempo, y considero este tiempo como don tuyo que quiero aprovechar con fe y alegría, sin desanimarme ni desconfiar nunca. El mundo es bello, porque tú lo has creado para mí. Gracias por este mundo, por esta vida, por esta tierra y por este tiempo.
Gracias por mi viña, Señor.
Te aclamamos, Dios sublime y terrible, porque nos has escogido como heredad tuya: haz que te reconozcan los grandes de la tierra, mostrando tu poder a los pueblos.

Himno a Yahvé rey.
V. 2: Invitatorio dirigido a la asamblea.
 V. 3: Primer "porque": introduce el poder universal de Dios y la elección concreta de un pueblo, como realidades correlativas.
V. 6: Esta "ascensión" del Señor la interpretan algunos como un ritual en el que Yahvé es introducido en procesión por el templo. El toque de trompetas está reservado a determinadas fiestas litúrgicas y a la entronización del rey. Otros ven en esta procesión una renovación litúrgica de la primera subida del arca al templo de Jerusalén.
VV. 7-8: Nueva invitación y segundo "porque": repite el motivo "real".
V. 9: Al término de la procesión, el Señor vuelve a ocupar su trono en el templo. Desde allí establece su reinado universal.
V. 10: Respondiendo a los primeros versos: culmina el sentido de la elección. Dios escoge a un hombre, Abrahán, para bendecir por él a todos; ahora los príncipes de los gentiles se agregan al pueblo que porta la bendición de Abrahán.  V. 10: El tercer "porque": reafirma el reinado soberano de Dios. Para la reflexión del orante cristiano.- La liturgia cristiana ha aplicado este salmo a la Ascensión del Señor. Partiendo de su escondimiento, cumplió su peregrinación, hasta ser exaltado y sentarse en el trono del cielo; desde allí afirma su dominio sobre todos los pueblos, uniendo a gentiles con los hijos de Abrahán y preparando su reino definitivo.--
 [L. Alonso Schökel] Los versículos entre [] no se leen en la liturgia

Comentario exegético

La comunidad festeja a Yahvé como rey nacional y universal. "Ex-alt-ación" viene de "alto" y se apoya en el valor simbólico que para el hombre, animal vertical, tiene lo alto respecto a lo bajo. El rey sube y se sienta en el trono, subditos y vasallos lo aclaman con acompañamiento de música. Ese rey no es extranjero: es nada menos que Dios y su nombre es Yahvé. Pueden ilustrar el salmo los relatos de 1 Re 1; 2 Re 11; 2 Sm 6.  ¿Se trata de un simple texto poético o es el texto de una ceremonia litírgica? En el segundo caso habrá que imaginar la presencia de Yahvé en el arca.

Un heraldo invita a la concurrencia, que responde con aplausos y aclamaciones, mientras suena la trompeta heráldica. Sube la procesión por la colina de Sión, penetra en el recinto del templo y el arca es conducida a su lugar, el camarín. Se pregunta si la ceremonia fue un hecho único, fundacional, o si se repetía periódicamente.  Sea real o no la reconstrucción imaginativa, el salmo proclama la realeza de Yahvé y su reino universal.

Dar al Dios nacional el título de rey podría ser importación cultural; la relación de alianza podía favorecerlo: véase 1 Sm 8,7s. Sobre el universalismo el salmo ofrece varios datos: compete a Yahvé el dominio universal (3.8s); escoge un pueblo al que somete otras naciones (4); al pueblo escogido se agregan o incorporan príncipes extranjeros (¿con sus pueblos?). La composición es de doble onda, con marcados paralelismos: 2 = 7, 3 = 8, 6 = 9b y final de 10; así se destaca la asimetría de 4 - 5 y 10a. [L. Alonso Schökel: Biblia del peregrino]

Catequesis de Juan Pablo II

1. "El Señor, el Altísimo, es rey grande sobre toda la tierra". Esta aclamación inicial se repite, con diversos matices, a lo largo del salmo 46, que acabamos de escuchar. Se trata de un himno a Dios, Señor del universo y de la historia: "Dios es el rey del mundo (...). Dios reina sobre las naciones" (vv. 8-9). Este himno al Señor, rey del mundo y de la humanidad, al igual que otras composiciones semejantes que recoge el Salterio (cf. Sal 92; 95-98), supone un clima de celebración litúrgica. Por eso, nos encontramos en el corazón espiritual de la alabanza de Israel, que se eleva al cielo desde el templo, el lugar en donde el Dios infinito y eterno se revela y se encuentra con su pueblo.

  2. Seguiremos este canto de alabanza gozosa en sus momentos fundamentales, como dos olas que avanzan hacia la playa del mar. Difieren en el modo de considerar la relación entre Israel y las naciones. En la primera parte del salmo la relación es de dominación: Dios "nos somete los pueblos y nos sojuzga las naciones" (v. 4); por el contrario, en la segunda parte la relación es de asociación: "los príncipes de los gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham" (v. 10). Así pues, se nota un gran progreso. En la primera parte (cf. vv. 2-6) se dice: "Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo" (v. 2). El centro de este aplauso jubiloso es la figura grandiosa del Señor supremo, al que se atribuyen tres títulos gloriosos: "altísimo, grande y terrible" (v. 3), que exaltan la trascendencia divina, el primado absoluto en el ser y la omnipotencia. También Cristo resucitado exclamará: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28,18).

3. Dentro del señorío universal de Dios sobre todos los pueblos de la tierra (cf. v. 4), el orante destaca su presencia particular en Israel, el pueblo de la elección divina, "el predilecto", la herencia más valiosa y apreciada por el Señor (cf. v. 5). Por consiguiente, Israel se siente objeto de un amor particular de Dios, que se ha manifestado con la victoria obtenida sobre las naciones hostiles. Durante la batalla, la presencia del Arca de la alianza entre las tropas de Israel les garantizaba la ayuda de Dios; después de la victoria, el Arca subía al monte Sión (cf. Sal 67,19) y todos proclamaban: "Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas" (Sal 46,6).
 4. El segundo momento del salmo (cf. vv. 7-10) está abierto a otra ola de alabanza y de canto jubiloso: "Tocad para Dios, tocad; tocad para nuestro rey, tocad; (...) tocad con maestría" (vv. 7-8). También aquí se alaba al Señor sentado en el trono en la plenitud de su realeza (cf. v. 9). Este trono se define "sagrado", porque es inaccesible para el hombre limitado y pecador. Pero también es trono celestial el Arca de la alianza presente en la zona más sagrada del templo de Sión. De ese modo el Dios lejano y trascendente, santo e infinito, se hace cercano a sus criaturas, adaptándose al espacio y al tiempo (cf. 1 Re 8,27.30).

5. El salmo concluye con una nota sorprendente por su apertura universalista: "Los príncipes de los gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham" (v. 10). Se remonta a Abraham, el patriarca que no sólo está en el origen de Israel, sino también de otras naciones. Al pueblo elegido que desciende de él se le ha encomendado la misión de hacer que todas las naciones y todas las culturas converjan en el Señor, porque él es Dios de la humanidad entera. Proviniendo de oriente y occidente se reunirán entonces en Sión para encontrarse con este rey de paz y amor, de unidad y fraternidad (cf. Mt 8,11). Como esperaba el profeta Isaías, los pueblos hostiles entre sí serán invitados a arrojar a tierra las armas y a convivir bajo el único señorío divino, bajo un gobierno regido por la justicia y la paz (cf. Is 2,2-5). Los ojos de todos contemplarán la nueva Jerusalén, a la que el Señor "asciende" para revelarse en la gloria de su divinidad. Será "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua (...). Todos gritaban a gran voz: "La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero"" (Ap 7,9-10).

6. La carta a los Efesios ve la realización de esta profecía en el misterio de Cristo redentor cuando afirma, dirigiéndose a los cristianos que no provenían del judaísmo: "Recordad cómo en otro tiempo vosotros, los gentiles según la carne, (...) estabais a la sazón lejos de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la Promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad" (Ef 2,11-14).

Así pues, en Cristo la realeza de Dios, cantada por nuestro salmo, se ha realizado en la tierra con respecto a todos los pueblos. Una homilía anónima del siglo VIII comenta así este misterio: "Hasta la venida del Mesías, esperanza de las naciones, los pueblos gentiles no adoraron a Dios y no conocieron quién era. Y hasta que el Mesías los rescató, Dios no reinó en las naciones por medio de su obediencia y de su culto. En cambio, ahora Dios, con su Palabra y su Espíritu, reina sobre ellas, porque las ha salvado del engaño y se ha ganado su amistad" (Palestino anónimo, Homilía árabe cristiana del siglo VIII, Roma 1994, p. 100).

[Audiencia general del Miércoles 5 de septiembre de 2001]