Salmo 22 (21)

SALMO 021
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1 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?
2 Dios mío, clamo de día, y no respondes;
Y de noche, y no hay para mí reposo.
3 Pero tú eres santo,

Tú que habitas entre las alabanzas de Israel.
4 En ti esperaron nuestros padres;
Esperaron, y tú los libraste.
5 Clamaron a ti, y fueron librados;
Confiaron en ti, y no fueron avergonzados.

6 Mas yo soy gusano, y no hombre;
Oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo.
7 Todos los que me ven me escarnecen;
Estiran la boca, menean la cabeza, diciendo:
8 Se encomendó a Jehová; líbrele él;
Sálvele, puesto que en él se complacía.

9 Pero tú eres el que me sacó del vientre;
El que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre.
10 Sobre ti fui echado desde antes de nacer;
Desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios.
11 No te alejes de mí, porque la angustia está cerca;
Porque no hay quien ayude.

12 Me han rodeado muchos toros;
Fuertes toros de Basán me han cercado.
13 Abrieron sobre mí su boca
Como león rapaz y rugiente.
14 He sido derramado como aguas,

Y todos mis huesos se descoyuntaron;
Mi corazón fue como cera,
Derritiéndose en medio de mis entrañas.
15 Como un tiesto se secó mi vigor,
Y mi lengua se pegó a mi paladar,
Y me has puesto en el polvo de la muerte.
16 Porque perros me han rodeado;
Me ha cercado cuadrilla de malignos;
Horadaron mis manos y mis pies.

17 Contar puedo todos mis huesos;
Entre tanto, ellos me miran y me observan.
18 Repartieron entre sí mis vestidos,
Y sobre mi ropa echaron suertes.
19 Mas tú, Jehová, no te alejes;
Fortaleza mía, apresúrate a socorrerme.
20 Libra de la espada mi alma,
Del poder del perro mi vida.

21 Sálvame de la boca del león,
Y líbrame de los cuernos de los búfalos.
22 Anunciaré tu nombre a mis hermanos;
En medio de la congregación te alabaré.
23 Los que teméis a Jehová, alabadle;
Glorificadle, descendencia toda de Jacob,

Y temedle vosotros, descendencia toda de Israel.
24 Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido,
Ni de él escondió su rostro;
Sino que cuando clamó a él, le oyó.

25 De ti será mi alabanza en la gran congregación;
Mis votos pagaré delante de los que le temen.
26 Comerán los humildes, y serán saciados;
Alabarán a Jehová los que le buscan;
Vivirá vuestro corazón para siempre.

27 Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra,
Y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti.
28 Porque de Jehová es el reino,
Y él regirá las naciones.

29 Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra;
Se postrarán delante de él todos los que descienden al polvo,
Aun el que no puede conservar la vida a su propia alma.
30 La posteridad le servirá;
Esto será contado de Jehová hasta la postrera generación.
31 Vendrán, y anunciarán su justicia;
A pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto.


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Comentario al Salmo 22
Tomado de "Comentario Exegético-Devocional A Toda La Biblia."

Libros poéticos -Salmos Tomo-1. Editorial CLIE.

Este salmo es bien conocido por las referencias que el N.T. hace a Él. Literalmente, es aplicable a David; pero típicamente, con sentido profético, es aplicable a Cristo. En él vemos, I. Su humillación (vv. 1-2 1). Se mezclan las quejas (vv. 1, 2, 6-8, 12-18) con los consuelos (vv. 3-5, 9, 0) y con las oraciones (vv. 11, 19-21). II. Su exaltación, para la gloria de Dios (vv. 22-25), para salvación y gozo de su pueblo (vv. 26-29) y para la perpetuación de su reino (vv. 30,3 1). Al cantar este salmo, hemos de tener fijo el pensamiento en el Señor Jesucristo.

Versículos 1-10

El autor del salmo es David, como consta en la inscripción. Está dirigido al director de la música del santuario, sobre ayyéleth ashajar, que significa literalmente «sobre el costado de la aurora», lo cual, en opinión de Ryrie, se refiere probablemente al nombre de una melodía. Los LXX leyeron eyaluth en lugar de ayyeleth y tradujeron «sobre el auxilio de la aurora», lo que equivaldría a una petición de auxilio rápido (y. 19).

1. Vemos primero (vv. 1, 2) una amarga queja del abandono de Dios. (A) Esto, aplicable en sentido literal a David, puede aplicarse igualmente a cualquier otro, hijo de Dios que se considere desamparado de Dios, sin auxilio y sin respuesta, pero clamando, una y otra vez: «¡Dio mío, Dios mío!», con el deseo ferviente de que Dios vuelva a mostrarle su rostro. Para una persona verdaderamente piadosa, no hay aflicción tan severa como el sentimiento de este desamparo espiritual. Gritar: «Dios mío, ¿por qué estoy enfermo? ¿Por qué estoy pobre?» daría motivo para sospechar descontento y hasta mundanidad, pero ese «Por qué (mejor aún, ¿para qué, según se ve por las preposiciones griegas que aparecen en los evangelios) me has desamparado?» es el lenguaje de un corazón que sólo halla su dicha en la comunión con Dios. Cuando se nos debilita la fe de la seguridad, hemos de vivir por la fe de la adhesión. (B) Tiene su plena aplicación a Cristo, quien, con las palabras de dicho versículo, derramó su alma delante de Dios cuando pendía de la Cruz (Mt. 27:46; ‘Ir. 15:34). Es más que probable que repitiera todo el salmo. Puede verse el comentario a los citados lugares de los evangelios. Baste decir que, habiendo sido Cristo hecho pecado por nosotros (2 Co. 5:21), Yahweh quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento (Is. 53:10)

2. Al amargo clamor por el desamparo, siguen palabras de ánimo (vv. 3-5): «Pero tú eres santo, no eres injusto ni infiel en ninguno de tus actos, Aun cuando no vengas inmediatamente en socorro de tu siervo, tú le amas y le guardas el pacto, tú que habitas entre las alabanzas de Israel, es decir, tú que has tenido a bien manifestar tu gloria y tu gracia con tu presencia especial entre tu pueblo en el santuario donde ellos te dirigen sus alabanzas. Allí estás siempre dispuesto a recibir su homenaje, pues del tabernáculo de reunión has dicho: "Este es mi reposo para siempre".> aunque parezca que Dios se hace, a veces, el sordo por algún tiempo, se complace, sin embargo, tanto en las alabanzas de su pueblo que, a su debido tiempo, hará que cambien el tono y digan: «Espera en Dios porque aún he de alabarle» (42:5; 43:5). El salmista cobra ánimo de las experiencias que los antiguos habían tenido del provecho obtenido mediante la fe y la oración (vv. 4, 5): «En ti esperaron nuestros padres… Clamaron a ti, y fueron librados; así que, a su debido tiempo, también me librarás a mí, ya que todos los que confiaron en ti no fueron avergonzados de haber esperado en ti; nadie que te busca, te busca en vano. Y tú eres siempre el mismo. »

3. Se queja a continuación el salmista del desprecio que recibe d Los hombres. Esta queja no es tan amarga como la que pronunció sobre el desamparo de Dios, pero no deja de afectar profundamente a toda alma generosa y santa (vv. 6-8). En comparación con Dios, el hombre no es más que como un gusano, pero el siervo de Yahweh (ya sea Israel o Cristo) llegó a ser gusano (Is. 41: l4.) y no hombre (V. Is. 53:2), oprobio de los hombres y despreciado del pueblo (V. Is. 49:7; 53:3). Si no hubiese llegado a ser un gusano, no le habrían tratado como le trataron. Fue tildado de blasfemo, de comilón y bebedor, de quebrantador del sábado le falso profeta, de enemigo del César, y hasta de socio del príncipe de los demonios. Fue despreciado del pueblo como hombre vil, de ilegítimo linaje, oriundo de un lugar sin reputación, loco, impostor, con seguidores de baja ralea. David fue tentado algunas veces a desconfiar de Dios, pero en Cristo se cumplieron plenamente las palabras del v. 8: «Se encomendó a Yahweh; líbrele él, etc. »

4. Pero también aquí toma ánimo en Dios (vv. 9, 11): «Los hombres me desprecian, pero tú eres el que me sacó del vientre. » David y otros hijos le Dios nos han dado ánimo con esto de que Dios no es sólo el Dios en quien esperaron nuestros padres (v. 4), sino también el Dios de nuestra infancia, el que cuidó de nosotros tan pronto como fuimos concebidos. El que se preocupó de nosotros cuando no podíamos valernos por nosotros mismos, no nos abandonará cuando nos cerque la angustia.

Versículos 11-12

I. Aquí tenemos profetizados los sufrimientos de Cristo. Es cierto que David se vio muchas veces en apuros y cercado de sus enemigos, pero muchos de los detalles que aquí se especifican nunca se cumplieron en David y, por tanto, han de entenderse de Cristo en las profundidades de su estado de humillación.

1. Le vemos desamparado de sus amigos (y. 11): «La angustia está cerca... no hay quien ayude.» Lo mismo en el día de su victoria sobre el diablo en la cruz (Col. 2:15), que en el día futuro de la gran batalla contra sus enemigos (Ap. 19:13 y ss.), El solo pisa el lagar (Is. 63:3), sin ayuda de ningún otro ser humano. El día de su crucifixión, todos sus discípulos le habían abandonado y habían huido.

2. Aquí es rodeado e insultado por sus enemigos, los cuales, por su fuerza y por su furia, son comparados a los famosos toros de Basán (v. 12); tales eran los principales sacerdotes y los ancianos que perseguían a Cristo; otros son comparados a los perros (v. 16), sucios, voraces y empeñados infatigablemente en derribarle. Había una banda de malhechores que le cercaban, puesto que los principales sacerdotes y los ancianos celebraban consejo para hallar los mejores medios de hacerse con El sin alarmar al pueblo. Abrieron sobre El su boca como leones (v. 13) ansiosos de devorarle.

3. Lo tenemos luego ya crucificado (v. l6b): «Horadaron mis manos y mis pies», cuando le clavaron en el madero de la cruz. El texto masorético actual dice «como un león» (hebr. kaari) en lugar de «horadaron» (hebr. karu). Opina Bullinger —nota del traductor— que se trata de un caso de elipsis del verbo («quebrar»), y cita como ejemplo Is 38:13: «... como un león molió todos mis huesos».

4. Le vemos muriendo en medio de horribles dolores y terrible angustia (vv. 14, 15), porque estaba hecho pecado, no sólo víctima por el pecado, sino responsable del pecado (2 Co. 5:21): Se siente derramado como agua, derritiéndosele el corazón como la cera, tan seca la lengua que se le pega al paladar; el vigor de su cuerpo ha perdido su frescor como un tiesto. En fin, presto para yacer en el polvo de la muerte. El pecador había perdido su derecho a la vida y, por ello, era menester que la vida de la víctima fuese ofrecida como rescate para él. Cristo cumplía así la sentencia dictada contra Adán (Gn. 3:19): «pues polvo eres, y al polvo volverás». ¡Cuán diferente —nota del traductor— es la descripción que el Salmo 22 (y los evangelios) nos hacen de Cristo moribundo, de la que se suele representar en los «crucifijos» (imagen plácida, pacífica, casi sin dolor)!

5. Le vemos desnudado. La vergüenza por la desnudez fue consecuencia inmediata del pecado (Gn 3:7); por eso, el Señor Jesucristo fue despojado de sus ropas al ser crucificado, a fin de que nosotros fuésemos cubiertos con el manto de su justicia y no pueda verse la vergüenza de nuestra desnudez. Aquí se nos dice, (A) Cómo pareció su cuerpo cuando quedó al desnudo (v. 17): «Contar puedo todos mis huesos». Como al cordero pascual, ningún hueso se le había roto (Jn. 19:36), mas todos se le habían descoyuntado (v. 14) de tal manera que podían contarse. Pero su vista no movía a piedad, sino a curiosidad y a desprecio, a los transeúntes (v. 17): «Entretanto, ellos me miran y me observan»; es decir, no retiran de mí los ojos. (B) Qué hicieron con sus vestidos (v. 18): «Repartieron entre sí mis vestidos, a cada soldado una parte, y sobre mi túnica, sin costura, echaron suertes. Esta circunstancia se cumplió puntualmente (Jn. 19:23, 24), no porque añadiese tormento a los padecimientos de Cristo sino como un gran ejemplo del cumplimiento de las Escrituras en El.

II. Cristo, en su agonía del huerto, había orado para que pasara de él la copa del dolor. De este detalle es aquí tipo la oración de David. Llama a Dios su fortaleza (v. 19), es decir, su fuerza, su auxilio. Y repite lo que ya le había dicho en el v. 11: «No te alejes de mí». El Padre le oyó (He. 5:7), le libró de su miedo y le capacitó para consumar la obra de la Redención. El salmista llama aquí a su vida o alma (hebr. nephesh), «su única» (v. 20b) que equivale a «favorita» o «querida» (inglés, darling), precisamente por ser única (comp. Gn. 22:2; Sal. 35:17), como diciendo: «Mi vida es mi única vida y, por tanto, mi vergüenza será mayor si la descuido. » Pide ser librado de la espada, es decir, de la muerte violenta; en el caso de Cristo, puede interpretarse como la espada de la ira de Dios, la espada flameante que impedía el acceso al árbol de la vida (Gn. 3:24). A la metáfora de la espada, une la de las fauces del león, que podría representar el poder de Satanás, el viejo (y siempre joven) enemigo de Dios y del hombre, y la de los cuernos de los búfalos (v. 21), que podrían representar los enemigos que le cercaban (comp. con el y. 12). La oración de Cristo fue oída, pues el Padre no permitió que su Santo viese la corrupción (Hch. 2:27), sino que, al tercer día, le resucitó de los muertos y lo levantó del polvo de la tierra, lo cual fue un ejemplo del favor de Dios, mucho mayor que si le hubiese permitido bajar de la Cruz, pues esto último habría obstaculizado su obra, mientras que la resurrección la coronaba.

Versículos 22-30

Así como las primeras palabras de queja del salmo fueron usadas por Cristo mismo en la Cruz, así también las primeras palabras de triunfo son expresamente aplicadas a El (He. 2:12), como dichas por El (y. 22):

«Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabará. » Cinco cosas se nos dicen aquí de la satisfacción y del triunfo de Cristo en sus sufrimientos:

1. Que había de tener una congregación (la Iglesia) en el mundo. Eso es lo que aquí se insinúa. El profeta había dicho: .Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá descendencia» (Is. 53:10). Mediante la declaración del nombre de Dios y la proclamación del eterno evangelio en toda su sencillez y pureza, muchos habrían de llegar a obtener la salvación en El y por El. Los que aquí (v. 22) son llamados sus hermanos, porque El había de ser como hombre, el Primogénito (Ro. 8:29), entraban a tener con El una relación amorosa e íntima; no habían de ser sólo judíos, sino también gentiles, pues todos tienen un mismo origen (He. 2:11) y todos estaban destinados a formar un solo rebaño y un solo cuerpo (Jn. 10:16; 11:52; Ef. 2:16). Los temerosos de Yahweh (y. 23) serían descendientes de Israel, al menos en sentido espiritual (descendencia toda», v. 23; comp. Ro. 9:6-8; Gá. 3:29, etc.).

2. Que, en esa congregación, Yahweh habría de ser alabado y glorificado (vv. 22,23), precisamente en nombre del Redentor y por la obra de la redención. Por eso se dice del mismo Cristo que había de alabar a Yahweh en medio de la congregación.

3 Que todos los verdaderamente humildes tendrían en Cristo plena satisfacción (v. 26). Los que abundan en oración, abundarán también en gratitud: «Alabarán a Yahweh los que le buscan», puesto que, por medio de Cristo, el «camino)>, es fácil hallar al Padre; por lo que la propia esperanza de hallarle es ya motivo seguro para alabarle mientras todavía le buscan. La última frase del v 26 alcanza una mejor versión en modo optativo (y en 2.a persona de plural masculina):• «¡Viva vuestro corazón para siempre!. » Observa Arconada que ésta era la « exclamación con que el oferente (del sacrificio) animaba a los invitados a participar en el santo regocijo. Tal vez precedería una unción con bálsamo perfumado a los participantes en el banquete (23:5; Lc. 7:46). Al presentarse el óleo con que se ungía la estatua divina en los ritos egipcios, se decía: «Alégrese tu corazón. »

4. Que el reino de Cristo (se trata de! reino mesiánico —nota del traductor) se había de extender a todos los confines de la tierra (vv. 27,28). Ya ahora, el reino de Dios hace presa, no sólo en los judíos, quienes por muchos siglos habían sido los únicos que habían invocado a Yahweh como a su Rey, sino entre los creyentes de extracción gentil y, virtualmente, hasta los confines de la tierra. «Pero ahora todavía no vemos que todas las cosas le estén sometidas» (He. 2:8). Es para el futuro reino mesiánico la promesa de que «la tierra será llena del conocimiento de Yahweh, como las aguas cubren el mar» (Is. 11:9). Es entonces cuando se acordarán, y se volverán, se convertirán, a Yahweh todos los confines de la tierra (v. 27). Una seria reflexión es el primer paso, y un buen paso, para una buena conversión. El hijo pródigo volvió primeramente en sí, y después volvió a su padre. Entonces serán todos admitidos a la comunión con Dios y con las congregaciones que le sirven y adoran: «Y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti» (comp. con Is. 66:23), «Porque de Yahweh es el reino» (v. 28). En efecto:

(A) El reino de la naturaleza es del Señor Yahweh, y su providencia rige las naciones (v. 28b), las cuales han de someterse totalmente en el reino mesiánico (Sal. 2:7-12) y, con ellas, la naturaleza misma gozará de paz absoluta (Is. 11:1-10).

(B) El reino de la gracia pertenece al Señor Jesucristo, quien, como Mediador perpetuo entre Dios y los hombres, no sólo es cabeza sobre todas las cosas para la Iglesia (Ef. 1:22), sino también gobernador futuro de las naciones (2:8, 9): «Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra; se postrarán delante de El todos los que descienden al polvo» (v. 29), entendiendo en esta última frase, no los que yacen en el sepulcro (idea totalmente ajena al Antiguo Testamento), sino los pobres (más exactamente, los campesinos), como se ven en los textos de Qumrán e incluso por Sal. 113:7. Ricos y pobres, hasta los que escasamente pueden conservar juntas la vida y el alma, según el sentido de la última parte del versículo, adorarán a su Rey y Libertador (72:12). Viendo que no podemos conservar la vida a nuestra propia alma, seremos prudentes en encomendar nuestra alma por medio de la fe, al Señor Jesucristo, quien puede salvarnos y conservar nuestra alma viva para siempre.

5. Que la Iglesia de Cristo y, especialmente, el reino de Dios entre los hombres, han de continuar a lo largo de los siglos: «La posteridad le servirá; esto será contado de Yahweh hasta la postrera generación» (v. 30). El texto original dice literalmente: «...será hablado de Yahweh a la generación»; probablemente, habría de suplirse el vocablo «venidera», en lugar de «postrera», por analogía con 102:18, que es una porción similar a la de los vv. 30 y 31 del presente salmo. De generación en generación (v. 102:12), se transmitirá este evangelio eterno de Cristo (v. 31).

Al leer y cantar este salmo, hemos de cantar victoria en el nombre de Cristo, regocijarnos en los honores que otros le prestan y en la seguridad de que habrá un pueblo que le alabe en la tierra cuando nosotros le estemos alabando en el cielo.


¿ POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?
P. Ariel Alvarez Valdés
(Tomado de la Revista TIERRA SANTA, N. 743 [2000] 64-68)

Una de las frases más incomprensibles que haya pronunciado Jesús fue la que dijo antes de morir en la cruz. Tras varias horas de agonía, y presintiendo que su muerte era ya inminente, lanzó un grito terrible: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46; Mc 15,34).

Estas misteriosas palabras, solamente contadas por Mateo y Marcos, intrigaron a los lectores de la Biblia.

¿Sintió, acaso, Jesús que su misión había fracasado? ¿Pensó que moría como un hijo abandonado por su padre?

Tomadas al pie de la letra, tales palabras podrían hacernos creer que Jesús murió en la desesperación.

La amargura de un rezo

Pero no fue así. Jesús al pronunciar esa frase, en realidad estaba rezando un salmo. En efecto, si buscamos en nuestra Biblia, veremos que el salmo 22 empieza precisamente así: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Y continúa: "A pesar de mis súplicas mi oración no te llega. Dios mío, de día te grito y no respondes. De noche, y no me haces caso".

¿Por qué Jesús pronunció un salmo tan amargo y desalentador en el momento de morir?

Más bien es lo contrario. El salmo 22, titulado "Oración de un justo que sufre", es uno de los salmos más esperanzadores de toda la Biblia. La primera parte describe los sufrimientos por los que atraviesa un hombre inocente (v. 2-23). Pero la segunda (v. 24-32) es un magnífico acto de confianza en que Dios lo librará de todas esas angustias.

El final dice así:

"Fieles del Señor, alabadlo...;
porque no ha sentido desprecio ni repugnancia
hacia el pobre desgraciado;
no le ha escondido su rostro;
cuando pidió auxilio lo escuchó..."

Los desvalidos comerán hasta saciarse
y alabarán al Señor los que lo buscan:
¡no perdáis nunca el ánimo!

Lo recordarán y volverán al Señor desde los confines del orbe,
en su presencia se postrarán las familias de los pueblos...

Ante él se postrarán las cenizas de la tumba;
ante él se inclinará los que bajan al polvo;
a mí me dará vida.

Mi descendencia le servirá y hablará del Señor,
a la generación venidera le anunciará su rectitud;
al pueblo que ha de nacer, lo que él hizo" (Sal 22, 24-31).

¿Entonces por qué los evangelistas citan las primera palabras y no las últimas que son las esperanzadoras? Porque para la mentalidad judía citar el comienzo de un salino equivale a citar el salmo entero. Por lo tanto, al poner las palabras iniciales, los escritores dan a entender que Jesús recitó todo el salmo.

Así lo entendió también el autor de la Carta a los Hebreos (2,11-13) cuando, al hablar de la pasión del Señor, dice que Jesús en la cruz rezó el final del salmo 22 y no las palabras dolorosas del comienzo, que son las que traen los evangelistas.



Cuando Dios ayudaba a los buenos

Pero esta respuesta, a su vez, nos lleva a plantearnos otra cuestión. ¿Por qué los evangelistas conservaron el recuerdo tan insignificante del rezo de un salmo por Jesús, cuando detalles que los historiadores juzgan más trascendentes (como las precisiones cronológicas de la pasión, la forma que tenía la cruz, el modo en que fue crucificado) ni siquiera son mencionados?

Para contestar esto es necesario tener en cuenta algo que hoy ya no llama la atención y es el escándalo que significó la muerte de Jesús para los judíos de aquel tiempo.

Por varias razones:

- En primer lugar, porque en la época de Jesús existía la convicción de que, cuando una persona era fiel a Dios y cumplía sus mandamientos, Dios siempre acudía a salvarlo y no permitía que le pasara nada malo.

Todo el libro de Daniel, por ejemplo, expone esta idea: a cuatro jóvenes judíos que se niegan a comer alimentos prohibidos, Dios los engorda milagrosamente (1,3-15); a Azarías y a sus compañeros, arrojados en un horno encendido por no adorar la estatua del rey Nabucodonosor, el fuego ni los toca (3,46-50); a Daniel, abandonado en el foso de los leones por ser fiel a Dios, lo hace salir vivo (6,2-25); a Susana, la libra de las falsas acusaciones contra a su honor (13).

El mismo libro de la Sabiduría lo afirma: "Si el justo es hijo de Dios, él lo ayudará, y lo librará de las manos de sus enemigos" (2,18).

Cualquier judío, pues, compartía la idea de que Dios salva siempre al hombre inocente. ¿Por qué entonces no salvó a Jesús? La conclusión que se imponía era: Jesús debió ser un pecador.

La muerte de un delincuente

- En segundo lugar, porque a Jesús lo mataron los representantes de Dios, es decir, los sacerdotes. Y lo hicieron en nombre de la Ley de Dios. "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir", exclamaron sus acusadores ante Pilato (Jn 19,7).

- Finalmente, porque la clase de muerte que sufrió (colgado de un madero), lo convertía automáticamente, según la Biblia, en un maldito de Dios. En efecto, un versículo del libro del Deuteronomio afirma: "El que cuelga de un madero es un maldito de Dios" (Dt 21,23). Y de todas las muertes, justamente ésa fue la que sufrió Jesús.

Para el pueblo judío, entonces, Jesús murió: a) sin el auxilio divino; b) en nombre de las autoridades religiosas; y c) maldito por Dios.

¿Era posible una muerte más vergonzosa? ¿Cómo podrían los cristianos convencer a la gente de que él era el Mesías, el Hijo de Dios que venia a salvar a su pueblo?

Que lo digan los salmos

Frente al escándalo, difícil de disimular, de la ignominiosa muerte de Jesús, los evangelistas iluminados por Dios, encontraron una solución: demostrar que todo lo que le había sucedido a Jesús, en su pasión y muerte, estaba ya anunciado en el Antiguo Testamento. Que todos los sufrimientos del Maestro estaban previstos por Dios y ocurrieron según su designio. Y que incluso hasta los menores detalles de su escandaloso final habían sucedido "para que se cumplieran las Escrituras".

Como el libro más leído, conocido y meditado por la piedad judía, era el de los Salmos, allí fueron los cristianos a buscar elementos para probar las circunstancias proféticas de la muerte del Señor.

Por eso en la pasión de Jesús se acumulan, más que en ningún otro momento de su vida, las referencias a los salmos (más de veinte), como si allí hubieran querido concentrar todo el cumplimiento de las predicciones bíblicas.
Y por eso mismo, los relatos de la pasión y muerte de Jesús no dan una crónica exhaustiva de los hechos. Pasan por alto muchas escenas importantes, dejan otras en penumbra, y más bien se detienen en aquellas que pueden encontrar su apoyo en las Sagradas Escrituras.

Cada comunidad cristiana, y cada evangelista más tarde, hizo lo que pudo en este esfuerzo de explicar, mediante las profecías de los salmos, el "escándalo de la cruz". ¿Y cuáles son los salmos que encontraron?

El arresto y la agonía

Ya en el comienzo de la pasión, mientras Mc y Lc dicen que eran los sumos sacerdotes y escribas quienes conspiraban contra Jesús y que andaban buscando cómo apresarlo, Mateo, más cuidadoso, dice que fueron "los jefes", y menciona "una reunión" que hicieron para atraparlo (26,3-4). Porque así se cumplía la profecía del Sal 2,2: "los jefes se reunieron contra Dios y su Mesías".

También Juan (13,18) explica la traición de Judas la explica san Juan con la profecía de un salmo. Afirma que eso sucedió "porque tenía que cumplirse la Escritura (Sal 41,10) que dice: el que comparte mi pan se volvió contra mí'. Y más adelante lo reitera: "Ninguno de ellos se ha perdido excepto el que debía perderse, para que se cumpla la Escritura" (17,12), refiriéndose al mismo salmo.

El hecho incomprensible de que Jesús, a pesar de haber pasado haciendo el bien y ayudando a los más pobres, fuera odiado y rechazado por las autoridades judías, estaba igualmente anunciado en los salmos. Jesús lo dice: "Nos odian a mí y a mi Padre, pero así se cumple lo que está escrito en su Ley (Sal 69,5): me han odiado sin motivo" (Jn 15,24-25).

Y al contar la terrible agonía en el huerto de Getsemaní, los evangelistas relatan que Jesús les hizo a sus discípulos esta confidencia: "Mi alma está triste hasta la muerte" (Mt 26,38; Mc 14,34), para que se cumplieran las palabras del Sal 42,6 (en su versión griega).

Hiel en vez de mirra

Al ser arrestado Jesús y llevado ante las autoridades, refieren los Evangelios que el Sumo Sacerdote le preguntó: "¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito? Y él le contestó: "Sí, yo soy. Y verán cómo el Hijo del Hombre se sienta a la derecha del Todopoderoso y viene entre las nubes del cielo" (Mc 14,62). Así se cumplía lo dicho por el Sal 110,1, que para los evangelistas profetizaba la glorificación de Jesús por Dios.

También la intervención de testigos falsos contra Jesús, durante el juicio ante el Sanedrín (Mt 26,59-61; Mc 14,55-59), estaba prevista en los Sal 27,12 y 35,11: "Se levantan contra mí testigos falsos, y me preguntan de lo que nada sé".

Luego de condenar a muerte al Señor, lo llevaron al monte Calvario. Entonces Mt dice que le ofrecieron" vino con hiel", y dice que "sí lo probó" (27,34) para demostrar que se estaba cumpliendo la profecía del Salmo 69,22 (en su versión griega), que dice: "Me han dado hiel como alimento".

Los regalos y el sorteo

Cuando desvistieron a Jesús para crucificarlo, llama la atención que los cuatro evangelios anoten el detalle insignificante de que los soldados se repartieron sus ropas y sortearon la túnica que sobraba para ver a quién le correspondería. Y Juan explica por qué era importante este detalle: porque así se cumplía "la Escritura (Sal 22,9) que dice: se han repartido mis vestidos, y han echado a suerte mi túnica" (19,24). Por lo tanto, hasta el hecho trivial del destino de sus ropas, estaba previsto en el plan de Dios.

Al contar las burlas que le hacían a Jesús los que pasaban por el lugar, Mateo dice que "movían la cabeza y decían: ha confiado en Dios, que él lo libre ahora, ya que lo ama" (27,39). Para que se cumpliera lo anunciado en el Sal 22,8-9, que dice: "mueven la cabeza y dicen: ha confiado en el Señor; que él lo libre... ya que lo ama". Y Lucas añade que "hacían muecas de burlas" frente a Jesús (23,35), para recoger la profecía de ese mismo Salmo: "todos me hacen muecas de burlas" (22,8).

Las últimas palabras

En medio de terribles tormentos, y ya próximo a su muerte, Jesús exclama: "Tengo sed". Dice Juan que eso ocurrió "para que se cumpliera la Escritura" (del Sal 22,16) que predecía: "Mi paladar está seco como una teja, y mi lengua se pega al paladar Entonces los soldados corrieron y le ofrecieron vinagre, y Jesús lo bebió (Jn 19,29). Con esto se cumplía una nueva profecía, la del Sal 69,22: "Cuando tenía sed, me dieron vinagre".

Llega, entonces, el momento de las últimas palabras de Jesús. Con gran agudeza, Mateo y Marcos sostienen que fueron: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46; Mc 15,34). De este modo, como ya dijimos, mostraban a Jesús como el hombre inocente y bueno que sufría injustamente, y que por lo mismo sería luego rehabilitado por Dios.

Lucas, que compuso su Evangelio para lectores no judíos, y por lo tanto poco conocedores de salmos, temió escandalizarlos con estas palabras, y prefirió poner en boca de Jesús otra expresión, también de un salmo (31,6), pero que era menos ambiguo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46). Estas fueron, para Lucas, las últimas palabras que Jesús pronuncio.

Los huesos rotos

Lo que sucedió al morir Jesús estaba también previsto por los salmos.

Lucas, por ejemplo, anota que "sus familiares se mantenían a distancia" presenciando la desgarradora escena (23,49), porque el Sal 38,12 habían profetizado: "Mis familiares se mantienen a distancia".

Y Juan (19,36) relata que los soldados rompieron las piernas de los dos ladrones crucificados junto a Jesús, pero que a él no le quebraron las piernas, sino que lo atravesaron con una lanza en el costado, para que se cumpliera la profecía del Sal 34,21: "Dios cuida de todos sus huesos, ni uno solo será quebrado".

No era un castigo de Dios

Los primeros cristianos buscaron en el Antiguo Testamento la razón por la cual a Jesús le tocó sufrir una muerte tan cruel como injusta. Y descubrieron que en los salmos, especialmente los de lamentación y confianza, estaban anticipados todos los sucesos de la pasión.

Allí se hallaba la explicación teológica de esos acontecimientos. Su muerte, por lo tanto, no había sido un "castigo de Dios" Jesús no era sino el Justo que había venido a cumplir las profecías de ese inocente que aparecía en los salmos sufriendo injustamente, cargando el peso del odio de sus enemigos, pero con toda su confianza puesta en Dios.

Los relatos de la pasión de Cristo son narraciones más bien teológicas. Los evangelistas quisieron explicar cuál era el sentido de la muerte de Jesús. De ahí las grandes lagunas que existen en estas narraciones.

La vida: un salmo en dos partes

Los relatos de la pasión fueron compuestos para lectores creyentes. Y al presentarlos como el cumplimiento de citas y pasajes del Antiguo Testamento, aunque fueran de escaso interés (como el reparto de las vestiduras o el vinagre que le ofrecieron a beber), sus autores pretendieron únicamente enseñar que Jesús era, en verdad, el enviado de Dios. Y que al estar previsto por la palabra de Dios todo lo vivido en su pasión, podía ser aceptado sin recelo como Salvador de la humanidad.

El día que Jesús murió, Dios guardó silencio. Un silencio atroz, que parecía dar la razón a los verdugos que lo condenaron. Sin embargo los primeros cristianos descubrieron que Dios no se había callado. Que desde hacía siglos venía gritando, desde los salmos, lo que a su Hijo le tocaría padecer, por mantenerse fiel al Amor que predicó. Pero que, a pesar de todo, lo iba a acompañar, sostener y cuidar hasta el final.

Dios ha prometido cuidar siempre de los hombres, especialmente de cuantos sufren o atraviesan dificultades. Y lo cumplirá. Cuando nos veamos desbordados por los problemas o las angustias de la vida, nunca pensemos que Dios guarda silencio. Sólo es la primera parte del salmo. Falta aún la segunda. Y Dios es fiel hasta el final.