SALMO 15 -El Señor es el lote de mi heredad

SALMO 015


1Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
2yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
3Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.

4Multiplican las estatuas
de dioses extraños;
no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.

5El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano:

6me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.

7Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.

8Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

9Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.

10Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

11Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.


COMENTARIO AL SALMO 15
[Los versículos 2 y 3 son oscuros, y la traducción de los mismos es conjetural, por lo que varía según las versiones. La Biblia de Jerusalén da a este salmo el título de Yahvé, la parte de mi herencia. El salmista ha elegido a Yahvé. El realismo de su fe y las exigencias de su vida mística piden una intimidad indisoluble con él: necesita, pues, escapar a la muerte que le separaría de él. Esperanza imprecisa aún en el AT, que preludia la fe en la resurrección. En el v. 10, hay versiones que traducen fosa (Bibl. Jer.) por corrupción, y su aplicación mesiánica, admitida por el Judaísmo, se ha verificado en la resurrección de Cristo.- Para Nácar-Colunga el título de este salmo es El justo espera en el Señor, aun para después de su muerte. El salmista, tomando la persona del Mesías, ora al Señor y expresa su firme confianza de que le librará del poder de la muerte y le hará conocer los caminos de la vida eterna. Los Apóstoles Pedro y Pablo, en sus discursos, lo citan como vaticinio de la resurrección del Mesías, Cristo (Hch 2,25-32; 13,35-37).]

Ansias de intimidad con Yahvé
Esta composición es una expansión confidencial del alma que encuentra su felicidad en vivir en compañía de Dios, porque Él es la fuente única de todo bien. De aquí se sigue la simpatía por todos los que son fieles a su Dios y la aversión hacia los que se entregan a prácticas idolátricas. Los ídolos, lejos de otorgar la felicidad a los seguidores, son ocasión de grandes perversiones morales, de prácticas crueles e inhumanas, llegando hasta el derramamiento de sangre humana en sus libaciones. Al contrario, el que sigue a Yahvé ha encontrado su porción selecta. El salmista, consciente de este privilegio, tiene, de día y de noche, presente en su mente a su Dios y ansía y espera perpetuar esta intimidad espiritual de vida con su Dios aun por encima de la muerte.

Como los salmos anteriores, también éste es atribuido en el título a David. San Pedro recoge esta tradición y arguye en ese supuesto para probar el sentido mesiánico del salmo (Hch 2,25-32). En realidad, el Apóstol entonces no trataba de dilucidar exegéticamente el problema de la autenticidad crítica del salmo, sino de probar su relación con Cristo, y arguye tomando como base la opinión común recibida. El P. Lagrange dice a este propósito: «No tiene importancia para la argumentación de Pedro que el autor del salmo sea David u otro. Si David ha muerto, con mucha más razón cualquier otro debe sufrir las consecuencias de la muerte, a no ser su Hijo, más grande que él». La Comisión Bíblica, en decreto del 1 de mayo de 1910, mantiene la autenticidad davídica del salmo, basándose en esta cita de San Pedro. Con todo, por razones de crítica interna, no pocos autores, aun del campo católico, creen que el salmo es posterior al exilio babilónico, pues creen encontrar dependencias literarias del profeta Jeremías.

Adhesión del salmista a Yahvé (vv. 1-4). Sustancialmente, la idea central del poema es la de la confianza ciega en Dios. El salmista se acoge a la protección divina como única fuente de felicidad. Por eso lo proclama como Señor único, pues sólo en Él encuentra su dicha. Llevado de esta su vinculación a Dios, sólo le interesan los que están en buenas relaciones con Él, como los santos; en éstos tiene su complacencia, y son en realidad, a su estimación, los verdaderos príncipes y señores de la tierra.

Los autores que suponen que el salmo es de David, creen que el poeta regio expresa su fidelidad a Yahvé y a los suyos en el momento de ser expulsado a tierra de los filisteos (1 Sam 26,19). Esta expatriación forzosa habría de ser una invitación a la apostasía, ya que, en la mentalidad de los antiguos, cada región tenía sus dioses: eius religio cuius et natio. David, al contrario, al salir del territorio de Yahvé, entonaría un himno de adhesión incondicional a Yahvé y a sus seguidores, los santos, llamados tales porque adoran al Santo por excelencia y habitan en la tierra «santificada» por su presencia en el Tabernáculo. Para el salmista, los nobles o príncipes no son los que ocupan altos cargos sociales ni los que tienen bienes de fortuna conforme a la estimación popular, sino los que se amoldan a la vocación de Israel, que debe ser una «nación santa»; por eso, sus componentes -cumplidores de la ley de Dios- son considerados como santos. Esta interpretación es recta en el supuesto de la versión de los vv. 2-3 que hemos adoptado: «Yo dije a Yahvé: "Mi Señor eres tú, no hay dicha para mí fuera de ti". Cuanto a los santos que están en la tierra, "son mis príncipes en los que tengo mi complacencia"».

Pero no son pocos los autores que creen que las palabras "santos" y "príncipes" tienen aquí un sentido despectivo e irónico, por cuanto se aludiría a los apelativos que dan los idólatras a sus ídolos, los dioses cananeos.

El salmista, en todo caso, declara que no quiere participar en los cultos idolátricos, en los que no faltan las libaciones de sangre (v. 4), aludiendo quizá a los sacrificios de seres humanos a los ídolos. Esta alusión a los sacrificios humanos parece avalar la antigüedad de la composición, ya que después del exilio no se daban estos sacrificios humanos en el culto idolátrico en Palestina. Pero quizá la expresión libaciones se refiera a la efusión normal de sangre animal en los sacrificios. En todo caso, el salmista no quiere tomar parte en los actos de culto a los ídolos, ya que no les pueden ayudar en sus necesidades. Por eso no quiere ni nombrarlos: no tomaré sus nombres en mis labios

Yahvé es la porción selecta del justo (vv. 5-8). El salmista no quiere tomar parte en los cultos idolátricos, porque no tiene más que un Dios, Yahvé, que es la parte de su heredad y su copa (v. 5). La metáfora alude a la distribución de la tierra de Canaán entre las doce tribus. A la de Leví no se le dio extensión territorial, porque su parte o hijuela fue el propio Yahvé. Debía estar dedicada exclusivamente al culto, por pertenecer de un modo especial a Dios, y por eso las otras tribus debían atender al sostén material de sus miembros. Yahvé es, pues, la porción y heredad especial de los levitas y sacerdotes; pero también lo era de Israel, de las almas piadosas. Y el mismo Israel es la heredad de Yahvé. El símil expresa bien la vinculación mutua de Yahvé e Israel.

Una segunda metáfora confirma la idea de que Yahvé es el cáliz o copa del salmista; alusión a la costumbre de dar el padre de familias a beber el cáliz común a sus hijos y huéspedes. Algunos autores creen que se alude a la costumbre de echar suertes en un cáliz o copa. En todo caso, se expresa la alegría del salmista, que se siente privilegiado al poder tener como heredad suya al propio Yahvé, el cual garantiza su lote, es decir, su íntimo bienestar y felicidad. Realmente ha sido afortunado en la distribución, pues las cuerdas cayeron para él en parajes amenos (v. 6). Ahora el símil está calcado en la costumbre de medir con cuerdas las diversas partes para determinar la hijuela de cada miembro de la familia. Él ha sido afortunado, pues su parcela cayó en la parte más feraz del terreno.

Agradecido, el salmista quiere bendecir a Yahvé, que le aconseja y le hace ver que su verdadero bien está en el propio Yahvé, que le ha cabido en suerte; su conciencia le instruye de noche, cuando medita secretamente en el lecho sobre la elección divina sobre él. En las horas tranquilas de la noche es cuando el salmista oye la voz de Dios reflejada en su conciencia.
Consecuencia de esta meditación profunda y secreta sobre su suerte privilegiada es su entrega sin reservas a Yahvé, al que tiene siempre ante su mente; y precisamente en esta su vinculación constante a su Dios está su seguridad inconmovible: no vacilaré (v. 8). Yahvé está siempre a su derecha, protegiéndole contra todo peligro.

El sendero de la vida (vv. 9-11). Este sentimiento de seguridad bajo la protección de Yahvé hace que el justo se entregue a transportes de alegría que penetran todo su ser: el corazón, las entrañas y la carne. Esta triplicidad de términos resalta enfáticamente la gran alegría que embarga al salmista al sentirse bajo la protección divina. Con Él descansa sereno, porque podrá hacer frente a todos los peligros.

Movido de esta confianza, el salmista espera que su Dios no le dejará ir al seol, o región subterránea donde están los difuntos. Espera que su Dios protector le libre del peligro de muerte, de ver la fosa. Esta expresión equivale a morir, ser relegado al sepulcro. Así, fosa y seol son dos términos paralelos para designar la muerte.

El salmista expresa su esperanza de librarse de la muerte por intervención divina, que le enseñará el sendero de la vida (v. 11); es decir, le permitirá vivir en plenitud junto a Él, saciándole de gozo en su presencia y de alegría a su diestra. Los salmistas encuentran su felicidad en vivir en intimidad litúrgica con Yahvé en su templo. Él es el dispensador de toda felicidad, y sólo en vida es posible tener relaciones con Dios, ya que en el seol no se le puede alabar, aunque la región tenebrosa está sometida a su dominio. En sus ansias de felicidad, el salmista aspira a convivir para siempre con su Dios. Quizá en estas frases haya un presentimiento de otra vida en ultratumba en unión con Yahvé, como se declara en el libro de la Sabiduría (3,17s). En Prov 12,28, el «sendero de la vida» es el sendero de la justicia, y, como tal, se contrapone a los caminos que conducen al seol y a la muerte. Creemos que, en la perspectiva del salmo, la antítesis «no está entre esta vida y la otra, sino entre la vida con Dios o sin Dios» (Kirkpatrick).

Carácter mesiánico del salmo. Desde la época apostólica se ha dado a este salmo un sentido marcadamente mesiánico, fundándose en la aplicación que hace San Pedro en su alocución el día de Pentecostés. Efectivamente, el apóstol toma pie de la afirmación del salmista según la versión de los LXX (v. 10: «no permitirás que tu santo vea la corrupción») y ve en ella un anuncio de la resurrección de Jesucristo. Esta esperanza no se cumplió en David, porque murió y no resucitó, luego se cumplió en Jesús, que murió, pero resucitó: «Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús Nazareno (...) Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que ella lo retuviera bajo su dominio, porque David dice de él: "Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia". Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que "no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción", hablaba del Mesías, previendo su resurrección. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús y todos nosotros somos testigos» (Hch 2,24-36). «El significado del Sal 15,8-11 en la interpretación mesiánica de Pedro es el siguiente: el Mesías, durante su permanencia en la tierra, se alegra de su constante unión con Dios y de la protección que él le dispensa sin interrupción. Dios no lo abandonó ni siquiera en medio de los horrores de la muerte. Su cuerpo no cayó en descomposición, y su alma no se vio sujeta a una existencia sombría en el reino de los muertos. Es llamado de nuevo a la vida, y llega a la unión celestial con Dios» (A. Wikenhauser).

San Pablo, en su discurso en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, utiliza también el texto para probar la resurrección de Cristo: «Dios resucitó a Jesús de entre los muertos. (...) Por eso dice también en otro lugar: "No dejarás a tu fiel conocer la corrupción". Ahora bien, David, después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio aquel a quien Dios resucitó, no experimentó la corrupción» (Hch 13,35-37).

Entre los Padres esta interpretación fue común. La Comisión Bíblica, en su decreto de 1 de julio de 1933, mantiene el sentido mesiánico del salmo y su alusión a la resurrección. No determina si ese sentido mesiánico y esa relación del salmo con la resurrección de Cristo se ha de tomar en sentido literal o típico. La dificultad para aplicar los textos del salmo a Cristo en sentido literal individual radica en ciertas expresiones de los vv. 1-7 del mismo salmo, que ciertamente no se pueden poner en labios de Cristo, pues se alude por parte del salmista al miedo de caer en la idolatría y apartarse de Yahvé. Por eso parece más razonable considerar el salmo como mesiánico en sentido típico.
[Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC]
CATEQUESIS DE JUAN PABLO II
CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

1. Tenemos la oportunidad de meditar en un salmo de intensa fuerza espiritual, después de escucharlo y transformarlo en oración. A pesar de las dificultades del texto, que el original hebreo pone de manifiesto sobre todo en los primeros versículos, el salmo 15 es un cántico luminoso, con espíritu místico, como sugiere ya la profesión de fe puesta al inicio: «Mi Señor eres tú; no hay dicha para mí fuera de ti» (v. 2). Así pues, Dios es considerado como el único bien. Por ello, el orante opta por situarse en el ámbito de la comunidad de todos los que son fieles al Señor: «Cuanto a los santos que están en la tierra, son mis príncipes, en los que tengo mi complacencia» (v. 3). Por eso, el salmista rechaza radicalmente la tentación de la idolatría, con sus ritos sanguinarios y sus invocaciones blasfemas (cf. v. 4).

Es una opción neta y decisiva, que parece un eco de la del salmo 72, otro canto de confianza en Dios, conquistada a través de una fuerte y sufrida opción moral: «¿No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me importa la tierra? (...) Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio» (Sal 72, 25.28).

2. El salmo 15 desarrolla dos temas, expresados mediante tres símbolos. Ante todo, el símbolo de la «heredad», término que domina los versículos 5-6. En efecto, se habla de «lote de mi heredad, copa, suerte». Estas palabras se usaban para describir el don de la tierra prometida al pueblo de Israel. Ahora bien, sabemos que la única tribu que no había recibido un lote de tierra era la de los levitas, porque el Señor mismo constituía su heredad. El salmista declara precisamente: «El señor es el lote de mi heredad. (...) Me encanta mi heredad» (Sal 15,5-6). Así pues, da la impresión de que es un sacerdote que proclama la alegría de estar totalmente consagrado al servicio de Dios.

San Agustín comenta: «El salmista no dice: "Oh Dios, dame una heredad. ¿Qué me darás como heredad?", sino que dice: "Todo lo que tú puedes darme fuera de ti, carece de valor. Sé tú mismo mi heredad. A ti es a quien amo". (...) Esperar a Dios de Dios, ser colmado de Dios por Dios. Él te basta, fuera de él nada te puede bastar» (Sermón 334, 3: PL 38, 1469).

3. El segundo tema es el de la comunión perfecta y continua con el Señor. El salmista manifiesta su firme esperanza de ser preservado de la muerte, para permanecer en la intimidad de Dios, la cual ya no es posible en la muerte (cf. Sal 6,6; 87,6). Con todo, sus expresiones no ponen ningún límite a esta preservación; más aún, pueden entenderse en la línea de una victoria sobre la muerte que asegura la intimidad eterna con Dios.

Son dos los símbolos que usa el orante. Ante todo, se evoca el cuerpo: los exégetas nos dicen que en el original hebreo (cf. Sal 15,7-10) se habla de «riñones», símbolo de las pasiones y de la interioridad más profunda; de «diestra», signo de fuerza; de «corazón», sede de la conciencia; incluso, de «hígado», que expresa la emotividad; de «carne», que indica la existencia frágil del hombre; y, por último, de «soplo de vida».

Por consiguiente, se trata de la representación de «todo el ser» de la persona, que no es absorbido y aniquilado en la corrupción del sepulcro (cf. v. 10), sino que se mantiene en la vida plena y feliz con Dios.

4. El segundo símbolo del salmo 15 es el del «camino»: «Me enseñarás el sendero de la vida» (v. 11). Es el camino que lleva al «gozo pleno en la presencia» divina, a «la alegría perpetua a la derecha» del Señor. Estas palabras se adaptan perfectamente a una interpretación que ensancha la perspectiva a la esperanza de la comunión con Dios, más allá de la muerte, en la vida eterna.

En este punto, es fácil intuir por qué el Nuevo Testamento asumió el salmo 15 refiriéndolo a la resurrección de Cristo. San Pedro, en su discurso de Pentecostés, cita precisamente la segunda parte de este himno con una luminosa aplicación pascual y cristológica: «Dios resucitó a Jesús de Nazaret, librándole de los dolores de la muerte, pues no era posible que quedase bajo su dominio» (Hch 2,24).

San Pablo, durante su discurso en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, se refiere al salmo 15 en el anuncio de la Pascua de Cristo. Desde esta perspectiva, también nosotros lo proclamamos: «No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Ahora bien, David, después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio, aquel a quien Dios resucitó -o sea, Jesucristo-, no experimentó la corrupción» (Hch 13,35-37).
[Audiencia general del Miércoles 28 de julio de 2004]

MONICIÓN SÁLMICA

Literalmente, el salmo 15 es la plegaria de un justo que vive rodeado de paganos, que sirven a otros dioses, y de israelitas, que, cediendo ante la tentación de la cultura superior del pueblo que les rodea, mezclan el culto al Dios verdadero con los cultos idolátricos. Todos ellos multiplican las estatuas de dioses extraños; el autor de nuestro salmo, en cambio, quiere permanecer total y únicamente fiel al Dios verdadero: Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen, no derramaré sus libaciones con mis manos.

Ya en este sentido original, nuestro salmo es una oración muy apropiada para quienes, en el bautismo, hemos renunciado a todo para servir al único Dios verdadero y, en muchas ocasiones, hemos renovado nuestro compromiso bautismal. También es una oración muy propia para los que, en la profesión religiosa, han dicho a Dios: El Señor es el lote de mi heredad y mi copa.
Pero el salmo 15, sobre todo colocado como canto de inauguración del domingo en estas I Vísperas del día de la resurrección, nos evoca de una manera muy intensa, como lo indica ya san Pedro el día de Pentecostés (cf. Hch 2,25-28), el recuerdo de Jesús, el plenamente fiel al Padre, el que no siguió dioses extraños ni cedió cuando se trataba del amor al Padre. Por eso, el Padre no dejó a su fiel conocer la corrupción del sepulcro, sino que le enseñó el sendero de la vida y le sació de gozo en su presencia. Que este salmo, pues, nos afiance en nuestra fidelidad bautismal ante cualquier tentación, y, en este domingo, nos recuerde a Jesús resucitado de entre los muertos, dándonos la esperanza de que también nosotros, como él, seremos saciados de gozo en la presencia de Dios. Que, con esta esperanza, nuestra carne descanse serena.

En el rezo comunitario, si no es posible cantar la antífona propia, este salmo se puede acompañar cantando alguna antífona que exprese la confianza, por ejemplo: «El Señor es mi fuerza», o bien «Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti».

Oración I: Protégenos, Señor Jesús, que nos refugiamos en ti, y lleva a plenitud en nosotros tu designio de vida y de salvación; concédenos que, iluminados con el gozo de tu resurrección, encontremos, un día, en tu presencia, con todos los santos, la alegría perpetua, por los siglos de los siglos. Amén.< Oración II: Señor, Dios nuestro, que, en tus inescrutables designios, diste a tu Hijo en heredad la copa de una muerte amarguísima, pero no dejaste a tu fiel conocer la corrupción, sino que le enseñaste el sendero de la vida, haz que también nosotros busquemos solamente en ti nuestra heredad y podamos por ello gozar, en el día de la resurrección universal, de alegría perpetua a tu derecha. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
[Pedro Farnés]
NOTAS A LOS VERSÍCULOS DEL SALMO 15

Comienza en forma de súplica y en seguida desemboca en una profesión de confianza y entrega exclusiva a Dios.

V. 2. Síntesis total: en la alternativa del bien y del mal, Dios es el bien (auténtica ciencia del bien y del mal). Afirmación de fe y de experiencia religiosa: Sólo Dios es bueno, fuente de todos los bienes.

VV. 3-4. Entrega al Señor que excluye todo culto a otros dioses -sacrificio, invocación del nombre-, y excluye también la confianza satisfecha en poderes humanos.

VV. 5-6. En el reparto de la tierra prometida, el levita no obtiene ningún lote, porque el Señor ha de ser su porción y su heredad. Dios mismo ha sorteado los lotes por manos de Josué, moviendo las suertes o nombres en la copa del sorteo.

VV. 7-9. Esta porción entraña una gran intimidad con Dios: aun en privado, «de noche», en experiencia interior y no sólo por cauces oficiales. No sólo en el templo, sino en todo momento siente la presencia y compañía de Dios, fuente de alegría, descanso y serenidad.

VV. 10-11 Desde esta experiencia de intimidad, el autor espera confiado en el futuro.
Para la reflexión del orante cristiano.- Aunque el autor, probablemente, no conoce la vida futura y el premio celeste, la experiencia de la intimidad con Dios le hace romper los límites de la doctrina tradicional y pronuncia fórmulas que quedan disponibles hasta recibir la plenitud de su sentido. Esto sucede en Cristo -según testimonio del Nuevo Testamento (Hch 2,31; 13,55)-, a quien el Padre no permite experimentar la corrupción, sino que lo levanta a su presencia y lo sienta a su derecha. Por Cristo, el cristiano conoce la realidad de la vida celeste, espera en ella, la pregusta en la contemplación: en este horizonte reza el salmo el cristiano con toda su capacidad de sentido.
[L. Alonso Schökel]


El salmo 15 de la Vulgata puede denominarse una oración de esperanza mesiánica. El autor expresa con profundo sentimiento su adhesión a Yahvé como único bien suyo. Esta composición alcanza una de las cumbres religiosas más altas del AT, que preludian la doctrina del NT en materia de escatología individual.

Pueden distinguirse en él tres partes: a) Petición y expresión de adhesión a Yahvé, vv. 1-4; b) ampliación meditada de ese sentimiento, vv. 5-9; c) oración llena de esperanza confiada, vv. 10-11.
V. 1b. Protégeme, Dios mío: el sentido original es «consérvame en esta unión contigo». Siguen los motivos para ser oído: me he acogido desde siempre a ti, Yahvé (cf. Sal 10,1).

V. 2. Sigue el mismo pensamiento. Tengo dicho desde siempre, como promesa inquebrantable, a Yahvé: Tú eres mi Señor, Señor mío (adonay), en oposición a otros dioses y señores. Tú eres todo mi bien exclusivo. Cualquier verdadero bien mío no está por encima o fuera de ti.

VV. 3-4a. Es uno de los nudos del Salterio. El texto, mal conservado, las versiones antiguas fluctuantes y la ambigüedad de varios vocablos dificultan su inteligencia. Bierberg ha enumerado y estudiado catorce soluciones distintas. Atendiendo al contexto subsiguiente (v. 4bc), en que ciertamente se abomina de la idolatría, pueden reducirse a dos fundamentales: 1) El salmista manifiesta su complacencia con lo bueno y santo que hay en la tierra de Yahvé, que él parece añorar como desterrado. 2) Abomina de lo malo e idolátrico que presencia en la tierra en que se halla, que es Filistea.

V. 4bc. Sea lo que fuere, el salmista sigue expresando su adhesión a Dios y su firme propósito de no participar en las libaciones de sangre, quizá con sacrificios humanos, ni aun tomar en sus labios los nombres de las falsas divinidades, para invocarlas o dándoles culto.

VV. 5-9. Sigue la parte central del salmo. En compensación de las oscuridades que preceden, brilla con luz diáfana que ilumina todo el conjunto. El salmista comenta con imágenes la afirmación precedente Yahvé es todo mi bien (v. 2) y se complace en actuar de varios modos su afecto de unión con Dios por medio de varias afirmaciones y consideraciones.

V. 5. Porción de mi lote: Yahvé es la parte que constituye mi lote, porción o ración; es «la parte de mi copa» o mi copa: más que la suerte sacada del vaso o copa, la distribución de bebida que me ha tocado en el convite.

V. 6. Se amplifica la imagen del último inciso precedente. Puede encerrarse aquí una alusión histórica al reparto de Canaán entre las tribus, exceptuada la de Leví, para quien Yahvé era la porción.

VV. 7-8. Al ponderar el salmista la excelencia del don recibido, expresa su agradecimiento a Yahvé, que le fue buen consejero. A Yahvé atribuye que en su interior (lit. «sus riñones»), hasta en tiempo de la más tranquila reflexión, por las noches, le siga instruyendo y aficionando al don.

Goza en afirmar su continua intimidad de trato con Yahvé. Si le tiene a su diestra en el combate o en el juicio, su confianza de auxilio seguro se verá cumplida.

V. 9. Expresiones de íntimo gozo y regocijo terminan las afectuosas consideraciones precedentes. Mi carne descansa serena: el regocijo gozoso de misteriosa esperanza se extiende a la carne. Morar en seguridad o descansar serenamente, dicho de Benjamín (Dt 33,12) y de Israel (Dt 33,28), se entiende de la vida tranquila y próspera que tendrán en su tierra; aunque el sentido se amplía mucho más para el que escucha la Sabiduría (Prov 1,33). La plena luz a esta palabra la dará la parte final del salmo.< V. 10. No abandonarás, «no me entregarás»: paralelismo de oposición: si soy tu devoto, entregado a ti para siempre, tú no me abandonarás nunca. Mi alma al seol, «a la muerte»: ante todo, no se trata del sepulcro individual. Los LXX traducen la palabra seol, en la mayoría de los casos, por hades, es decir, infernus o inferi, en sentido etimológico de «lugar inferior», donde están las almas de los muertos. La corrupción: algunos lo hacen sinónimo de fosa. Expositores antiguos y modernos, judíos y cristianos, han entendido siempre aquí sahat por la corrupción de la muerte. Además, el testimonio de Pedro y de Pablo aplicando este pasaje a la resurrección de Cristo, prueba que así al menos ellos lo entendieron.

V. 11. Tres objetos de esperanza que se entienden mucho mejor de dones para después del sepulcro. Me enseñarás, mostrarás, me harás seguir, en el mismo seol, el sendero de la vida, que conduce a la vida, es decir, la resurrección de la carne, porque el espíritu no está muerto en el seol. No pueden aducirse en contra de este sentido textos egipcios en que se dice que «la senda de la vida» es la posesión tranquila de la tierra bajo la protección de los dioses. El salmista, si en alguna otra parte, más aquí, es tenazmente hostil a los cultos idolátricos y no puede tomar nada de las creencias osirianas ni atonianas. Saciedad de gozo: segundo bien. La saciedad bienaventurada será sin fin. A tu derecha: es lo mismo que «en tu presencia», sin más.

El mesianismo del salmo 15. El problema se plantea principalmente porque Pedro, al hablar de la resurrección de Cristo (Hch 2,25-32), argumenta desde este salmo (15,8-11) diciendo que el sepulcro de David era conocido y estaba entre ellos hasta aquel día; por lo tanto, profeta como era, habló con visión profética de la resurrección del Ungido (Cristo): David murió, fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros; Cristo, en cambio, no fue abandonado en el Hades, ni su carne conoció la corrupción. De manera parecida se expresa Pablo citando el mismo salmo: David murió y experimentó la corrupción; en cambio, aquel a quien Dios resucitó, no experimentó la corrupción (Hch 13,35-37). La Pontificia Comisión Bíblica, en respuestas de 10 de mayo de 1910 y de 1 de julio de 1933, declara que un cristiano no puede rechazar el mesianismo de este salmo, porque la interpretación de Pedro y de Pablo es auténtica.
[Extraído de R. Arconada, en La Sagrada Escritura. Texto y comentario, de la BAC]
MONICIONES PARA EL REZO CRISTIANO DEL SALMO

Introducción general
El orante de este salmo es un levita que sabe dónde está su tesoro. No en la multiplicidad de los ídolos a cuyo servicio se puede medrar, sino en el Señor de Israel, su único refugio. Le han propuesto las seguridades de dos dioses que valen más que uno (v. 3). Tal vez han acudido al apremio y a la amenaza -lo que explicaría sus insomnios (v. 7) y sus temores (v. 10)-, pero no le satisface. Está contento con la suerte que le ha tocado. El Señor es su riqueza, su parte, su heredad, su religión y sus ritos (vv. 5-4). Desde este ambiente, el sacerdote fiel desgrana sus convicciones íntimas en forma de súplica, de confianza y de entrega exclusiva.

En la celebración comunitaria, este salmo de confianza individual puede ser rezado por un salmista, conforme a la siguiente distribución temática de las estrofas:
-2).-- Rechazo del servicio a los ídolos: «Los dioses... en mis labios» (vv. 3-4).
-- Profesión de confianza en Yahvé: «El Señor es el lote... descansa serena» (vv. 5-11).

A cada una de las estrofas la asamblea responde recitando o cantando el v. 2: «Protégeme, Dios mío; me refugio en Ti».
Cada una de las estrofas anteriormente mencionadas puede ser recitada por un salmista distinto.

Sólo uno es Bueno
¿Qué rodilla no se dobla ante los «santos» y señores de este mundo? El amor a los ídolos, la multiplicación de sus altares, considerarse «propiedad» y «lote» de un dios o intentar la conjunción de Yahvé con Baal, fueron algunas formas de prostitución idolátrica. El salmista es intransigente: su propiedad y su lote es Yahvé. Sólo existe un bien que supera toda ponderación. Uno sólo es Bueno: Dios. A los ojos de Jesús ni siquiera la vida puede retenerse, si es a costa de renunciar al Único. Quien sigue las huellas de Jesús, no puede asociar a Cristo con Belial. Su heredad, la mejor parte, no le será arrebatada. Desterremos los ídolos familiares y sociales que hay entre nosotros.

Las exigencias del amor
El salmista está irrevocablemente adherido a Dios. Su amor se enraíza en el corazón, la profundidad del hombre a la que únicamente Dios llega. Alcanza a la vida concreta manifestada en la carne. Las riquezas, en fin, palidecen al ser cotejadas con el amor. El antiguo mandamiento del amor a Dios con todo el corazón, vida y riquezas, ha hallado un terreno apto para el salmista. Ese mandamiento condensa el programa de vida que acepta Jesús y es propuesto al buen auditor de la Palabra. En torno al amor se articulan la profundidad cordial con sus manifestaciones, la hacienda repartida y también la oblación de la vida. Si «ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad..., la mayor de todas ellas es la caridad» (1 Cor 13,13). Si comprendemos vivencialmente esa fisonomía, podremos experimentar con el salmista la alegría del corazón y el gozo de las entrañas.

La alegría perpetua a la derecha de Dios
Aunque el orante no conozca la vida futura ni el gozo celeste dimanante de la Presencia divina, su experiencia de la intimidad de Dios le lleva a la acuñación de expresiones pregnantes: «No me entregará a la muerte... Me enseñará el sendero de la vida... me saciará de alegría perpetua». El alcance real de esas formulaciones se desvela en Cristo (Hch 2,31; 13,55), a quien el Padre no permitió experimentar la corrupción, sino que lo levantó a su Presencia y lo sentó a su derecha. Nosotros somos testigos de la actuación divina, pregustada en la contemplación y ardientemente esperada. En este horizonte de esperanza, de felicidad consumada, resuena el salmo con notas nuevas.

Resonancias en la vida religiosa
Vocación, fuente de felicidad: Quien ha encontrado en la vida religiosa su auténtica vocación no sufre ningún tipo de desencanto. Porque no nace su vocación de la huida, sino del compromiso humanizador. La lucidez con la que rechazamos la servidumbre de los ídolos y de otros señores de la tierra supone en nosotros renuncia, soledad y hasta amenazas. El Señor fue y sigue siendo el refugio de nuestra vida, el lote de nuestra herencia, lote hermoso y encantador. En Él está la suerte de nuestro porvenir y de nuestra liberación.

Nuestra vocación es fuente de felicidad, de gozo interior, de serenidad. Es como caminar por el sendero de la vida, que conduce a un encuentro más pleno y definitivo con el Padre.

Oraciones sálmicas
Oración I:
Tú, Dios nuestro, eres nuestro bien, la parte de nuestra heredad y nuestra copa. Nos ha tocado el lote hermoso de servirte en los asuntos del Señor, y nos encanta nuestra heredad. Instrúyenos en todo momento para que permanezcamos fieles en tu servicio y no busquemos la propia satisfacción adorando a los dioses y señores de la tierra. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II:
Oh Dios, tenemos siempre presentes los maravillosos gestos de tu amor que constantemente nos dispensas. Tú eres el único que merece ser amado con todo el corazón, más que la vida y por encima de las riquezas; afianza nuestro amor en tu Amor; amándote a ti, el único Bueno, alégrese nuestro corazón y gócense nuestras entrañas, mientras Tú nos sacias del gozo de tu Presencia. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III:
Quien en ti se refugia, Señor, no queda confundido, porque así como no consentiste que tu Hijo experimentara la corrupción, sino que le saciaste de alegría perpetua a tu derecha, también a nosotros nos enseñas el camino de la vida que conduce hacia ti, Señor, dispensador de vida eterna. Amén.
[Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]